Tomar el aperitivo es la metáfora de todas las expectativas, y las colas que se forman cada mediodía delante de la bodega Gelida son una pequeña redención. Al estilo más clásico, el primero que llega consigue la mesa. El establecimiento ha experimentado con los años un éxito que le ha permitido abrir una extensión justo enfrente, Migrat, donde lo mismo podrán empezar con una caña de Voll-Damm o el vermut a granel para luego dar paso a las bravas, gildas y toda clase de rebozados a unos precios completamente anacrónicos. El negocio conoce su tercera generación y, excepto los domingos, recibe cada día a oficinistas, obreros, turistas o gente que se desplaza expresamente desde la otra punta de la ciudad. Por suerte o por desgracia, aquí no son pocos los mediodías que se alargan: hay un sentimiento de comer bien que Gelida ofrece de un modo excelente, desde que coqueteamos con el aperitivo hasta que –bien entrada la tarde– damos el último tumbo a las esquinas de Urgell-Diputació.
La bodega Gelida ha experimentado un éxito que le ha permitido abrir Migrat, una extensión justo enfrente
El Bauma (Roger de Llúria, 124) abrió sus puertas al terminar la Segunda Guerra Mundial y reabrió en febrero del 2024, después de que pocos meses antes anunciara el cierre. En su conocida terraza, no era raro encontrarse al añorado escritor Joan de Sagarra, con un vaso de Jameson y encendiéndose un puro gigante, así como el establecimiento ha sido un habitual de tertulias y reuniones intelectuales de todas las épocas. Ahora, Bauma ostenta un nuevo look que combina lo moderno con lo clásico, manteniendo la barra de toda la vida y añadiendo maderas nobles y colores azulados. Es una terraza para quedarse a vivir, especialmente los domingos de primavera, cuando a partir de las doce los clientes llegan con gafas de sol y el diario bajo el brazo, y piden un Cinzano Rosso o un Yzaguirre Reserva; para acompañar, corte de tortilla, anchoas y algún bocado, como el de molletes de calamares con mayonesa de lima.
Una terraza debe reunir ciertos requisitos para convertirse en una buena terraza, pero convengamos que las más divertidas son aquellas en que uno puede ir a ver la vida pasar o –lo que es lo mismo– ante las que transcurren riadas de transeúntes de toda clase y condición. Es el caso del histórico Els Tres Tombs (ronda Sant Antoni, 2), en el corazón de Sant Antoni, ideal para observar la sociología variopinta del lugar, y sobre la que Jaume Sisa dice que ofrece las mejores vistas de la ciudad. Una cerveza helada jamás será una mala opción, mientras que a los que gusten los vinos también disponen de una selección correcta de blancos, tintos y espumosos para combinar con algunos platillos.

El escaparate de Las Delicias, una de las terrazas históricas del Carmel
La novela Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé ya contaba las bondades de la terraza del bar restaurante Las Delicias (Mühlberg, 1), donde el Pijoaparte aceleraba la moto en la misma encrucijada donde el bus deja ahora a los turistas en la falda de los Búnquers, cerca del Park Güell. El famoso escaparate rojo del Carmel sigue siendo un punto de encuentro de la gente del barrio y las bravas que aquí sirven se han ganado una fama merecida entre los barceloneses, si bien la carta –también en inglés– indica que ya no son los únicos admiradores. Los fines de semana en Las Delicias son un buen momento para comprobar que existen alternativas respecto al centro de Barcelona, y que además gozan de mucho éxito.
Las Delicias sigue siendo un punto de encuentro de la gente del Carmel y las bravas que sirven se han ganado una fama merecida
Para entonar los cuerpos antes del almuerzo, han surgido últimamente nuevos negocios similares, sobre todo a raíz de la pandemia y de esa moda acertada de no celebrarlo todo de noche. Un ejemplo de ello es el bar Canyí (Sepúlveda, 107), que han impulsado Frank Beltri y Nicolás de la Vega, copropietarios del estrellado Slow and Low, que además de disponer de un pequeño local, cuyo centro es la barra, han arreglado una terracita estupenda para saldar cualquier necesidad con un tentempié.
Otra oferta diferente es la que propone el Morro Fi, que dispone de varios locales repartidos por la ciudad. Uno de los más exitosos queda en la plaza de Comte Borrell con Consell de Cent, que la superilla ha convertido en un espacio que, día tras día, reúne desde personas que salen para tomar un refresco y cuatro aceitunas hasta los que terminarán diciendo basta y pidiendo la hora, a esa hora de la mañana en que en las terrazas se genera una rara comunión entre la felicidad y las ganas de comer.