En el número 43 del carrer Viladomat hay una persiana pintada con una serpiente verde neón. No es una señal de peligro, sino más bien una invitación a una coctelería que se presenta como una farmacia emocional. Nada más cruzar la puerta de Apothucker (nombre que deriva de la palabra alemana Apotheke, que significa farmacia), su lema -“F*cking remedios”- ya adelanta lo que ofrecen: remedios para el cuerpo y música para curar el alma.
Su creador y propietario, el francés David Mohand-Saïd (“Mosh”, como le llaman todos) no estudió hostelería, ni mucho menos fue barman. Su historia comenzó, de hecho, alejada de las barras: fue director de marketing en la industria farmacéutica, hasta que un día decidió aplicar su conocimiento sobre los remedios a su verdadera pasión, las bebidas y la música. “Abrí mi propia farmacia, pero con las cosas que me gustan y con la intención de curar el alma”, cuenta.

La carta con Antídotos de Apothucker
Dejó Francia, aterrizó en Barcelona por una oportunidad laboral que finalmente no se dio y, en vez de buscar otra empresa, fundó un lugar donde el cuerpo y la noche pudieran dialogar sin jerarquías o etiquetas. Por eso, dice que Apothucker no es ni una coctelería de autor, ni un bar clandestino: “No quería ponerle nombre a esto. Solo quería que quien viniera sintiera algo diferente”.
Pócimas, placebos y un cóctel secreto
Por esta razón, se ha esmerado en que la carta de Apothucker no sea solo una lista de tragos. Es más bien una farmacopea (el libro en el que se describen las sustancias químicas, los fármacos y otras sustancias, y la forma en la que se usan como medicamentos) simbólica. Cada receta tiene un nombre con propósito -Vitalidad, Claridad, Deseo, Memoria- y un objetivo implícito: provocar ese sentimiento en quien lo toma.
Todos los cócteles se preparan con destilados infusionados durante meses con hierbas, especias, frutas, flores. “Trabajamos como en casa. Como cuando cocinas con lo que tienes”, dice Mosh. No hay fórmulas académicas ni dogmas de mixología. Aquí se trata de pensar más como un chamán que como un bartender de campeonato.

El cóctel El Veneno
El cóctel más pedido se llama El Veneno, y es una propuesta tan punk como juguetona: uno no sabe qué lleva hasta que lo prueba. Si eres alérgico a lo inesperado, puedes pedir que te revelen los ingredientes. Si no, mejor dejarse llevar. La idea, explica Mohs, es romper con nuestros propios prejuicios gustativos. “Si leemos ‘tequila’, mucha gente ya dice que no. Pero, ¿y si probamos sin saber?”, reflexiona.
También hay una sección de “placebos” -tragos sin alcohol- que no son simples limonadas edulcoradas, sino cócteles trabajados con el mismo mimo que el resto: jarabes caseros e infusiones con cuerpo. En breve, ampliarán la carta con nuevas opciones sin alcohol, porque cada vez más gente busca lo mismo: un remedio que no deje resaca.
Automedicación para los más arriesgados
Además de los cócteles de autor, el cliente puede “automedicarse” eligiendo la base alcohólica (ginebra, ron, whisky…), la tónica o mixer, y uno de los jarabes o maceraciones de la casa. “No vendemos un trago. Vendemos una experiencia de creación compartida”, dice Mohs.

Uno de los cócteles ya preparados de Apothucker
En la barra, una tabla periódica sustituye al menú clásico: allí están todos los ingredientes activos del lugar. No hay grandes marcas ni nombres comerciales. Solo materia prima local, biodinámica, artesanal, como una ginebra catalana de 42 grados que recuerda a la medicina antigua.
Si las bebidas “curan” el cuerpo, la música en Apothucker funciona como terapia sonora. Cada noche cambia la atmósfera según un patrón que huye de las modas. Hay días de electro latino, otros de funk y jazz, noches nostálgicas de hits noventeros o sesiones colaborativas con colectivos de mujeres, DJs emergentes o eventos temáticos.
Apothucker
DIRECCIÓNCarrer de Viladomat, 43, L'Eixample, 08015 Barcelona
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https://www.instagram.com/apothucker/
“Queremos que cada persona encuentre su lugar. Que alguien pueda venir solo y sentirse acompañado. Que haya gente distinta compartiendo un mismo espacio sin que nadie se sienta fuera de lugar”. La idea no es crear una “escena” cerrada, sino un ecosistema fluido, accesible y, sobre todo, emocionalmente amable con la intención de reparar los dolores del alma.