La crianza en el siglo XXI a veces se debate entre extremos: ¿es mejor ser firme o ser flexible? ¿Poner normas o dejar libertad? Álvaro Bilbao, autor de referencia en neurociencia aplicada a la educación, zanja el debate con una metáfora contundente: la salud mental de un niño se asienta sobre dos patas igual de importantes e irrenunciables.
Por un lado, la estructura que proporcionan los límites, cuya ausencia califica de “maltrato”. Por otro, el calor del afecto, cuya falta tiene una correlación con problemas futuros tan sólida científicamente como la que existe entre el tabaco y el cáncer. Un mensaje claro para madres, padres y educadores.
Los límites como acto de protección, no de opresión
La primera pata del bienestar mental, según Bilbao, es la existencia de límites claros, consistentes y amorosamente aplicados. Para respaldar esta idea, el neuropsicólogo recurre a una cita del psiquiatra Lucas Raspall: “la falta de límites es una forma de maltrato”.

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Esta afirmación, que puede resultar chocante, se entiende al comprender la función profunda de los límites. Lejos de ser una restricción caprichosa del adulto, los límites son:
- Estructurantes: Proporcionan al niño un marco predecible para entender el mundo, lo que reduce la ansiedad y la confusión.
- Protectores: Le mantienen a salvo de peligros físicos y emocionales.
- Educativos: Le enseñan autocontrol, tolerancia a la frustración y respeto por los demás.
Un niño sin límites es un niño que se siente perdido, inseguro y que interpreta la indiferencia de sus figuras de referencia como una falta de cuidado y amor. Por eso, su ausencia no es libertad; es negligencia.

Padre corrigiendo la conducta de su hijo
El afecto como nutriente cerebral esencial
La segunda pata es el afecto incondicional. Bilbao no se basa en una mera opinión pedagógica, sino en una evidencia científica abrumadora. Afirma que “la evidencia a día de hoy respecto a que la falta de afecto, la falta de amor en la infancia está asociada a problemas de salud mental en la vida adulta, es tan grande como los estudios que asocian el consumo de tabaco y el cáncer de pulmón”.

Una madre ayuda a su hija a escoger lápices para la vuelta al cole
Esta comparación es extraordinariamente reveladora. Así como la comunidad médica no duda del vínculo causal entre fumar y desarrollar cáncer, la neurociencia actual tiene la misma certeza sobre el impacto de los buenos tratos en el desarrollo cerebral. El amor, las caricias, las palabras de aliento y la presencia emocional de los cuidadores no son un lujo; son un nutriente esencial que:
- Regula el estrés: El contacto afectivo ayuda a regular el cortisol, la hormona del estrés.
- Construye autoestima: El niño se siente valioso y digno de amor.
- Desarrolla el cerebro: Las experiencias de apego seguro promueven conexiones neuronales saludables en áreas relacionadas con las emociones y la sociabilidad.
El equilibrio perfecto
La gran aportación de Álvaro Bilbao es la insistencia en que ambas patas son igualmente necesarias y se potencian mutuamente. Un límite sin afecto es autoritarismo puro; se cumple por miedo, no por comprensión interna. El afecto sin límites es una permisividad que abandona al niño a su propia inmadurez.
La crianza efectiva y respetuosa consiste en la danza constante entre ambos:
- Poner un límite con calma y cariño: “Entiendo que quieras seguir jugando (afecto), pero ahora es hora de bañarse (límite)”.
- Abrazar y consolar tras una frustración, manteniendo la norma.
- Corregir la conducta, nunca descalificar al niño.