En cada ciudad en que se ha representado el espectáculo Réquiem de Romeo Castellucci, basado en la emblemática misa de difuntos de Mozart, se ha producido un pequeño milagro espiritual. Para empezar, la mirada de este filósofo y arquitecto italiano, que tiene enamorado al público de la ópera a escala planetaria, convierte la obra en una celebración misma de la existencia, cuya extraordinaria belleza radica en el hecho mismo de tender definitivamente a la muerte. Pero es que además consigue anclarlo cada vez en la ciudad en la que lo recrea, con referencias a sus espacios públicos, su arquitectura, sus fauna y su flora... o al menos a aquello que se ha extinguido ya y que, por obra y gracia del poder de Mozart, alcanza la idea de finitud en la mente de los espectadores.
Es con esos mimbres que el rey de la simbología y las referencias poéticas hace su debut la próxima semana en el Liceu, con siete funciones -del 18 al 26 de febrero- de esta producción que estrenó en 2019 el festival de Aix-en-provence y que coproducen Les Arts de València, el Adelaide Festival, el Theatre Basel, el Wiener Festwochen y La Monnaie de Bruselas. En Barcelona, sin embargo, este ciclo vital que Castellucci representa mediante el periplo inverso de una mujer mayor que retrocede en edad hasta ser un bebé -real- de seis meses, guarda aquí relación con el mar, con la Rambla, o con cada butaca del Liceu, que desaparecen junto con la humanidad en esta celebración de la muerte. La expectación es máxima y el aforo ya lleva una ocupación media del 86%.
La propuesta da continuidad a las grandes obras sacras escenificadas en el Liceu, tras el hipnótico 'War Requiem' de Britten y 'El Mesías' visto por Robert Wilson
El reputado maestro Giovanni Antonini, fundador del Giardino Armonico y especializado en el repertorio barroco, toma la batuta y conduce por primera vez a la Orquestra de Liceu con esta propuesta: una invitación estética que al mismo tiempo confronta con la contemporaneidad de la humanidad y el pensamiento de hoy. Y que encaja a la perfección en la línea de grandes obras sacras escenificadas que lleva adelante el Gran Teatre, después de aquel hipnótico War Requiem de Britten con escenografía y videocreaciones de Wolfgang Tillmans, y tras el Mesías de Händel en la versión de Mozart, visto a través del prisma particular de Robert Wilson.

El coro se convierte en una comunidad en torno a una idea abstracta de folclore europeo
La producción cuenta con un elenco internacional de voces protagonistas, comenzando por la soprano Anna Prohaska, que debuta en el Liceu; la mezzo Maria Viotti, reciente ganadora de un Grammy, el tenor Levi Sekgapane, y el bajo Nicola Ulivierai. Castellucci, ese mago del teatro que logra siempre provocar una inesperada sacudida en el espectador derivada de algún pequeño detalle visual que llega sin aparente esfuerzo, ha trabajado en esta ocasión sobre un lienzo musical hecho a medida. En complicidad con Raphaël Pichon, el maestro con quien se puso en marcha esta producción en Aix-en-provence- inserta al Réquiem mozartiano otras obras del genio de Salzburgo e incluso algún canto gregoriano.
“Al inicio se inserta su Marcha fúnebre masónica, uno de sus grandes trabajos, cuyo canto fermo viene doblado por el coro de hombres. Y se introducen de manera bella otros estilos, porque hay canto gregoriano o un motete de Mozart en estilo polifónico que al final se canta a bocca chiusa con un efecto muy sugerente -explica Antonini antes del estreno-. Siempre me han fascinado esos saltos de estilo. En mis propios programas me gusta mezclar piezas que son lejanas estilísticamente pero cuyo salto funciona mágicamente desde un punto de vista expresivo”.
Me gusta mezclar piezas lejanas estilísticamente pero cuyo salto funciona desde un punto de vista expresivo”
Esta construcción musical será la que disfrutarán los 2.000 espectadores de la comunidad Under35 que han sido agraciados por sorteo con una localidad en la Sagrada Família, donde se ofrecerá el día 17 una versión en concierto. Hasta 15.000 mostraron interés por acudir, y un 60% de ellos procede de la propia ciudad de Barcelona. Tanto el templo como el Liceu lo ven como una oportunidad para que el público joven conecten con algún tipo de espiritualidad y para que aquellos que todavía no han tenido ocasión de visitar el templo, lo hagan música mediante. El canal Arte lo grabará y lo retransmitirá durante los próximos dos años y medio.
Los miembros del coro, que están invitados a bailar las danzas folclóricas que ha creado la coreógrafa Evelin Facchini
Ellos no disfrutarán en ese caso del impacto Castellucci, que ha despertado mucho interés entre la comunidad de artistas de Barcelona, como siempre que ha habido una propuesta teatral suya en la ciudad desde que debutara con El Infierno en el Festival Grec de 2009, como parte de su trilogía dedicada a la Divina Comedia de Dante. Su ayudante de dirección de escena, la también italiana Silvia Costa, explicaba este viernes las razones del espectáculo Réquiem, que supone especialmente un reto para los miembros del coro, que están invitados a bailar las danzas folclóricas que ha creado la coreógrafa Evelin Facchini.
“Castellucci parte de la idea de que el espectáculo está incompleto hasta que no entra el elemento espectador, que es quien acabará dando su interpretación. De ahí que deje tantos espacios abiertos para esa imagen que cada cual se puede formar de aquello que ve”. En este Requiem de Barcelona habrá extras de la ciudad, bailarines también locales y, en la última parte del espectáculo, un recorrido a través de palabras... que conectan con la ciudad. “Es nuestra manera de estar presentes en el aquí y el ahora”, apunta Costa, cuyo bebé es ahora el que aparece -llorando desesperadamente- en escena cuando la protagonista de la pieza regresa a su tierna infancia.

Una escena del montaje de Romeo Castellucci que se verá en el Liceu del 18 al 26 de febrero, en siete únicas funciones
Castellucci y su equipo se preguntaron desde un inicio qué era hoy un réquiem y cómo podía representarse. “Lo planteamos como una celebración del abandono absoluto. Pero no como algo negativo, sino como una belleza absoluta, la belleza de las cosas que se acaban, porque sabemos que mañana ya no estarán. Es una fiesta en la que es baila y se celebra la vida, porque sabemos que esta vida acaba”.
De ahí la danza circular en torno a la cual baila el coro, un elemento folclórico que bebe de otros de algunas zonas europeas para dar lugar al propio folclores del Réquiem de Castellucci. Por otra parte, el ciclo vital viene representado, explica, de una manera abstracta como una parábola de energía: al inicio, una comunidad nos muestra un folclore común, en blanco, y poco a poco llega el color a escena, manchándola, hasta alcanzar el clímax energético, que tal como ha ascendido, descenderá hasta la total desaparición del color. Y es ese coro, que se une en torno a esa mujer que pasa por las fases inversas de la vida, el que acabará desnudándose.
Y la desaparición total la anticipan una serie de palabras proyectadas que hacen referencia a las grandes extinciones de este mundo, de Altamira a Chernobyl. “De manera que el espectador va tomando conciencia de todo aquello que ya no existe, aquellos animales, aquellas obras de arte, aquellas religiones... el catálogo es enorme“. La gran extinción final parte de un recorrido que es el que el público ha ido haciendo al llegar al Liceu: el mar, la Rambla... y hasta la propia persona experimenta su desaparición ante la imagen del Réquiem. Un gran cuadro en el que podemos observar el trazo de toda esta celebración”, concluye el director artístico del Liceu, Víctor García de Gomar.