Dijo Milan Kundera que “ser funcionario de la Administración significa ser un desterrado de lo concreto”. Todo aquel que haya tenido alguna experiencia burocrática, que presume ser la mayoría, puede hacerse una idea de lo cierta que es esta afirmación. Llama entonces la atención que, pese al tedio que supone hacer frente a los enredosos trámites, sean muchos los escritores que hayan decidido a lo largo de la historia hacer de lo oficinesco un arte. La literatura recoge miles de experiencias que, pese al avance de la tecnología, parecen no haber cambiado demasiado, desde Kafka hasta el famoso “vuelva usted mañana”, de Mariano José de Larra, un artículo que le valió más de un problema con la censura y en el que el periodista critica la pereza de la sociedad española del siglo XIX.
La frase recuerda un poco a la que todo el mundo le da a la protagonista de Oposición (Anagrama), la nueva novela de Sara Mesa, cuando, tras entrar como interina en una oficina administrativa, ve que pasan las horas sin que su jefa se presente. “Te recibirá en cuanto encuentre un huequecito”, le recuerda el ordenanza, que le pide que no sea ella la que tenga la iniciativa de saludarla. “Está muy ocupada”. Todos parecen estarlo pero, con los días, la narradora se da cuenta de que, tal vez, no tanto como aparentan.
“Los mecanismos burocráticos forman parte de nuestra vida diaria en muchos ámbitos. Representan el choque entre individuo y Estado y tienen un componente involuntariamente cómico, además de la capacidad de retratar nuestra época. Ahora mismo, por ejemplo, la digitalización de la burocracia genera relatos propios”, advierte Mesa a La Vanguardia, que asegura ser de la misma opinión de David Graeber, teórico de la materia, pues “los procedimientos se han hecho más complejos y, por tanto, más lentos. Cuantos más pasos y más funcionarios implicados hay, más posibilidad de errores y contradicciones, y también más arbitrariedad. Cuanto más vulnerable es el ciudadano que se enfrenta a esto, más posibilidades tiene de caer en el camino y quedar excluido”.
Remedios Zafra
“Se decía que la tecnología nos evitaría muchos trabajos tediosos, pero en realidad está amplificando las tareas y obligaciones derivadas de nuestros trabajos”
En El informe (Anagrama), Remedios Zafra también abordó la cuestión y planteó una propuesta para repensar nuestra relación con el trabajo y el papel del trabajo intelectual en la sociedad contemporánea. “Hace un siglo algunos especulaban con cómo la tecnología nos salvaría de muchos trabajos tediosos liberando nuestros tiempos para el disfrute o la cultura. Esto no solo no ha pasado, sino que la tecnología contemporánea está amplificando las tareas y obligaciones derivadas de nuestros trabajos”, reflexiona. Su ensayo, añade, “nació como necesidad de salvar la escritura de la mortecina expectativa del enésimo impreso que debía presentar. Creí que solo haciendo reflexivo y pausado lo que podía haberse quedado en una queja y un suspiro, podía liberarme y rebelarme frente a esta presión cotidiana”.
Una muestra más de que la burocracia sigue interesando al público lector es la llegada a librerías de la nueva traducción por parte de Glòria Artiaga de Relats de Sant Petersburg (Clandestina), de Nikolái Gógol, que retrata a la perfección la locura urbana y la absurdidad administrativa del imperio ruso del siglo XIX, que demuestra que la apatía funcionaral es algo que no es exclusivo de una única época y país. “La vida de estos personajes es como es porque viven en San Petersburgo. Son funcionarios de la administración y sufren el frío y la humedad. Gógol vive allí y también trabajó para la Administración durante un periodo de tiempo, antes de ser profesor de historia, y pasa estrecheces económicas, por el frío y la humedad de esta ciudad del norte, donde la niebla esconde la realidad y, como dice él mismo: ‘No se sabe nada’. Una niebla que aparece en todos los relatos”, adelanta Artiaga en el prólogo.
Josep Pla, en la Plaza Roja de Moscú
Josep Pla plasmó años después en el libro Viaje a Rusia (Destino), cuando fue enviado como corresponsal en 1925, que la cosa no parecía haber cambiado demasiado: “La riqueza y la felicidad del pueblo dependen del humor de los funcionarios del Estado, organizados en casta. Entre el Estado y el pueblo hay un elemento aislador irresponsable y siniestro, que es la burocracia”. Un sistema que también percibió en Madrid, a la que calificó en Primera Volada como “una ciudad de funcionarios“ y donde reconoció que ”los catalanes no tenemos simpatía alguna por los empleados ni por los burócratas. Consideramos que nos chupan la sangre".
Aunque si un autor clásico se asocia al término burocrático, ese es Kafka, tal y como recuerda Antoni Martí Monterde, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universitat de Barcelona. “Aunque no lo hayas leído, si alguien te dice que algo es kafkiano, puedes llegar a entender qué quiere decir que es completamente absurdo, complicado e irreal. Como sucede muchas veces con la Administración”. En sus obras El proceso (1925) y El castillo (1926), el autor realizó una sátira a los procedimientos burocráticos de las élites decadentes. También lo hizo años antes, en 1915, en La metamorfosis, donde le protagonista, Gregorio Samsa, que se despierta convertido en insecto, parece más preocupado por cómo podrá llegar al trabajo con esa forma, que por la situación que vive.
Antoni Martí Monterde
“El Estado necesita convertirse en una máquina y que todos los ciudadanos se conviertan en engranajes específicos”
Martí Monterde pone en común las obras de algunos autores, presentes e históricas, que han tratado estas cuestiones a lo largo de los años y destaca lo que tienen todas ellas en común: “la claustrofobia y, muchas veces, también, el humor. Lo primero se explica porque el Estado necesita convertirse en una máquina y que todos los ciudadanos se conviertan en engranajes específicos, y el mejor modo de expresar esto en literatura es ir ahogando poco a poco. Algo que, por paradójico que suene, y vamos a la segunda cuestión, acaba causando risa porque lleva a situaciones de callejones sin salida que son absurdas pero que, a la vez, son universales y entiende tanto el lector de España como el estadounidense”.
Esa absurdidad –prosigue el experto – “se ve también de forma clara en Bartleby, el escribiente”, de Herman Melville, un peculiar copista que trabaja en una oficina de Wall Street y que, además de dar el salto a la gran pantalla hasta en dos ocasiones, también ha protagonizado tras la pandemia viñetas gracias al dibujante José Luis Munuera, que adaptó la obra para Astiberri y que reflejó bien cómo el protagonista se ampara en la famosa fórmula: “Preferiría no hacerlo”. Nadie sabe de dónde viene el individuo y su futuro es incierto, pues prefiere no hacer nada que altere su situación. El abogado, que es el narrador, no sabe cómo actuar ante esta rebeldía, pero al mismo tiempo se siente atraído por tan misteriosa actitud.
La obra no tuvo mayor resonancia en su momento, pero ganó influencia en diferentes autores con el paso de los años. En el prólogo que escribió para los cuentos de Melville en 1943, Jorge Luis Borges ya apuntó que “Bartleby prefigura a Franz Kafka. Su desconcertante protagonista es un hombre oscuro que se niega tenazmente a la acción”.




