Tres adolescentes de entre 14 y 17 años asesinaron presuntamente el domingo a la educadora social Belén Cortés Flor en Badajoz. La monitora, de 35 años, recibió varios golpes y se presume que después fue asfixiada con un cinturón. La víctima se encargaba del cuidado y vigilancia del piso tutelado en el que residían los muchachos.
¿Es posible que los menores que cometen homicidios puedan reintegrarse en la sociedad? Educadores y juristas se han encargado de estudiar el asunto que también ha copado el interés de la literatura. La escritora italiana Silvia Avallone acaba de publicar Corazón negro (Temas de hoy) / Cor negre (Empúries), la novela súper ventas en Italia el año pasado.
Avallone ha recorrido varios centros de internamiento de menores en su país para poder contar la historia de Emilia, una chica de buena familia, hija de un arquitecto prestigioso. Cuando tenía 16 años, Emilia perdió a su madre y poco después cometió un terrible crimen. La muchacha ha pasado toda su juventud encerrada en un centro penitenciario. Ahora, a los 30 años ha cumplido su condena.
Aunque no es lo habitual, Emilia ha conseguido licenciarse en Bellas Artes durante su estancia en la cárcel. Pero ese título no le sirve de gran cosa. La chica no sabe qué hacer con su vida. Por un lado, su pasado le persigue. Teme que la gente sepa lo que hizo y dónde ha vivido la mitad de su vida. Por otro lado, carece de las herramientas para enfrentarse a la vida de las que disponen la mayoría de los adultos, porque nunca ha salido al exterior, no ha tenido pareja y su amistades se reducen a las compañeras de presidio.
Así que Emilia opta por buscar una nueva reclusión y se instala en Sassaia, un pequeño pueblo en las montañas, un lugar de la Italia vaciada que en invierno queda aislado por la nieve, donde no hay luz eléctrica y la colada se hace en los lavaderos públicos. En Sassaia no hay ni bar ni tienda. En el lugar solo viven otras dos personas.
“A Emilia se le ha negado la adolescencia. Ese es el momento en que las personas nacen por segunda vez, cuando hay que descubrir el mundo y ella ha perdido la ocasión de experimentar ese renacimiento que ya no puede recuperar”, explica Avallone en una entrevista con La Vanguardia.
Muchas veces, los chavales no tienen ni ganas de levantarse de la cama, prefieren que les den un sedante y pasar el tiempo atontados"
La escritora pasó por varios centros de reclusión de menores en Italia, todos masculinos, y luego reinventó una cárcel femenina para la novela: “En Italia, el 95% de los reclusos son chicos, menos del 5% de la población femenina vive en estas prisiones. La vida es peor allí para ellas porque, al fin y cabo, son centros pensados para alojar a los hombres”, indica.
¿Cómo es el día a día en estas cárceles? “Muchas veces, los chavales no tienen ni ganas de levantarse de la cama, prefieren que les den un sedante y pasar el tiempo atontados. Deberían comprender que no son presos, que son estudiantes y que si se les estimula puede producirse un cambio, puede haber esperanza. Pero eso es muy difícil. En estas prisiones deberían tener el doble de horas de estudio, pero se imparte la mitad que en los colegios corrientes. Algunos acaban el bachillerato, pero son muy pocos los que se gradúan, porque no se invierte y faltan muchos recursos”, añade.
Corazón negro transita por esas excepciones. Emilia se graduó en Bellas Artes y su mejor amiga del centro, Marta, también condenada por homicidio, consiguió licenciarse en Química y encontrar un buen trabajo en Milán tras ser liberada. Para Avallone, “con el esfuerzo de los educadores, es posible lograr la reinserción”. “Hay historias muy bonitas, pero no es lo normal”.
Más allá de la reinserción queda pendiente otra cuestión, la del perdón. “El perdón es una palabra realmente mayúscula. Para hablar del mal hay que tener en cuenta toda su complejidad, la situación del criminal, pero sobre todo, la de la víctima. La venganza no lleva a ningún sitio y, sin embargo, llegar a perdonar requiere del paso del tiempo y es un proceso muy difícil”, concluye la escritora.