Cine catalán, a lo grande

Allá por enero del 2000, cuando los Goya se celebraron en Barcelona, todavía se discutía si el cine era una industria o un instrumento de normalización cultural. Éramos más jóvenes y vulnerables, que diría Scott Fitzgerald; especialmente los que estábamos a la intemperie de L’Auditori en aquella fría noche de invierno. No importa, nos decíamos. Barcelona no había vivido una alfombra roja como aquella desde el desaparecido festival de cine de la ciudad. Recuerden: los Gaudí no existían. Los premios del cine catalán se instituyeron años más tarde.

Pedro Almodóvar también era más joven y mucho más fiestero. El manchego, con sus Goya para Todo sobre mi madre , se fue a celebrarlo con sus chicos y sus chicas al –no podía ser de otra manera– bar Almodóvar de la plaza Real, o eso nos dijeron cuando desapareció sin hacer declaraciones. Más dicharachero se mostró Benito Zambrano, con su Goya a la mejor dirección novel entre otros premios para Solas , su ópera prima. Recuerdo a Zambrano con su pañuelo de algodón alrededor del cuello y creo que también con el suéter de cremallera, cual bohemio proletario. La noche de su triunfo indiscutible, el andaluz nos habló del poder del cine y de la necesidad de cambiar las cosas...

¿Ha cambiado el cine desde que se celebraron aquellos Goya en Barcelona? Mucho, por supuesto. El ecosistema audiovisual ha mutado radicalmente, pero los problemas esenciales siguen ahí. Para empezar, no existían las plataformas. En aquel momento Catalunya aportaba aproximadamente el cincuenta por ciento de la producción audiovisual española. Eso sí que ha cambiado. Para peor. Ahora el porcentaje es más pequeño. También se intentaba dilucidar la mejor manera de incentivar la producción: eso sigue igual. El cine necesita de alfombras rojas, como las que tienden cada año los Goya y los Gaudí. Pero sobre todo necesita equipamientos e inversiones para no caer en la irrelevancia en un panorama dominado por las grandes plataformas. Hay que pensar a escala mundial. O conformarse con ser marginales. Un cuarto de siglo después de aquella primera y, hasta ahora, única ceremonia en Barcelona, las preguntas puede que sean esencialmente las mismas pero la escala de la respuesta debe de ser mayor, mejor, a lo grande. Como los Goya en Barcelona.

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