El Festival de Torroella ha dado la campanada este verano con un potente cartel que alcanzó ayer su cenit cuando hizo su aparición la estelar Janine Jansen, la diosa más humilde del violín que actualmente ocupa el top mundial de este instrumento. Pertrechada con su Stradivarius, interpretó junto a la prestigiosa Camerata Salzburg y haciendo gala de una técnica y un carácter únicos el celebérrimo Concierto núm. 2 de Mendelssohn, al que el público respondió, eufórico, con una standing ovation en toda regla.
Y por si eso fuera poco, el público disfrutó acto seguido de una velada emocionante y cercana de la mano del piano de András Schiff, que, sin anunciar previamente su programa, comentó, encantado, cada pieza, como ha venido haciendo en toda su gira de este verano. De Bach a Bach, pasando por Haydn, Mozart y Beethoven.
El de ayer no era, eso sí, un debut absoluto de Jansen, pues Torroella ya se avanzó a todos los equipamientos musicales de Catalunya cuando en agosto del 2003, con Josep Lloret como director artístico del certamen, la trajo a la iglesia de Sant Genís como parte de un cuarteto impulsado por el gran chelista Mischa Maisky, quien ya entonces vaticinaba la extraordinaria carrera de solista que le esperaba a aquella joven de 25 años.

Janine Jansen durante un momento de su actuación en el Espai Ter
El regreso al Empordà de la dama neerlandesa de la clásica, dos décadas –y ninguna arruga– después, despertó ayer gran expectación. El Espai Ter tuvo que abrir su anfiteatro –¿para cuándo las butacas en ese último tramo de auditorio, que todavía hoy se ocupa con sillas?– y registró un lleno absoluto de sus 635 localidades.
Escuchar el exigente Mendelssohn de manos de Jansen era un must habida cuenta de que, cuando el año pasado sacó el álbum con el Concierto de Sibelius y el Núm. 2 de Prokófiev, junto a la Filarmónica de Oslo dirigida por Klaus Mäkelä, la violinista llevaba nueve años sin grabar un disco de conciertos completos.
Tras un Mendelssohn prodigioso, la violinista levantó al público con una telúrica cata de ‘Las cuatro estaciones’
“Es una suerte tremenda tener este festival aquí en verano”, comentaba el presidente del Palau de la Música Catalana, Joaquim Uriach, que justamente recibirá a la artista en abril en Barcelona, con Las cuatro estaciones de Vivaldi, el programa que acaba de hacer en Salzburgo como parte de esta gira con la Camerata. De ahí que, después de vaciarse energéticamente con ese Mendelssohn, en el que saltó de los pianissimi a los forte con la agilidad de un gato y lució un vibrato austero y en su punto, compensado con su rutilante movimiento de arco, acabara Jansen ofreciendo como bis el Verano de las estaciones de Vivaldi. ¡Y qué versión! Nada que ver con las luminosas interpretaciones de una Anne-Sophie Mutter, ni con las etéreas del Giardino Armonico. No, Jansen se abocó con la Camerata Salzburg en una telúrica lectura de este hit del barroco, veloz como la que más, pero sacudiendo los cimientos de la obra con los sonidos acre de su personalísimo violín.

La Camerata Salzburg
Y la sala se hundía.
Aquella joven tímida y a la vez magnética que era Jansen hace unos pocos años ha dado paso, a sus 47 años, a una mujer que disfruta como nadie en escena. “¡Ha sido muy divertido, me lo he pasado muy bien!”, decía con su mirada luminosa, aún vestida con una suerte de kimono encarnado.
Con todo, no parece olvidarse de que su universo musical arrancó, de niña, bajo una total fascinación por Bach. Y, de hecho, el cantor de Leipzig estuvo ayer presente con el Ricercar a 6 , esto es, la Ofrenda musical con la que abrió el concierto, en la versión para orquesta de cámara de Shane Woodborne que puso en evidencia la fuerza de Bach y su eterna capacidad de sorprender. Pero Bach sobrevoló también el Mendelssohn, no en vano fue el compositor romántico quien le redescubrió en 1829. En el primer solo de Jansen se podía apreciar ese eco barroco, casi polifónico y contrapuntístico.
“¡Qué divertido, me lo he pasado muy bien!”, decía Jansen; y aún recordaba su debut en Sant Genís, muy joven
Era la tercera visita al Espai Ter de la Camerata Salzburg. Y se lució con su concertino, el israelí Gregory Ahss, en la segunda parte, con la luminosa Sinfonía italiana en la que Mendelssohn expone sus impresiones tras viajar por Venecia, Bolonia, Florencia, Roma... Todo sonó con precisión, sí, cerrando filas, acaso demasiado, pues a nadie amargan los contrastes y distintos planos. El bis corroboró eso mismo, cuando la Camerata tocó el Scherzo de la Sinfonía núm. 1 de Mendelssohn.
Al cabo de una hora, la maquinaria escénica se puso de nuevo en marcha para András Schiff. Un Steinway de gran cola sonaría mágico, comenzando por el Libro I del Clave bien temperado, y siguiendo por la Suite francesa del mismo Bach. El pianista húngaro al que la corona británica hizo Sir tomó el micrófono a cada paso, ofreciendo en orden cronológico obras de Haydn, Mozart y Beethoven, del que tocó las Seis Bagatelas, antes de finalizar con el Concierto italiano de Bach. Como bises ofreció a un público entregado un Intermezzo de Brahms y un Nocturno de Chopin.