Elisabet Riera reivindica los seres alados como antídoto contra el colapso de la humanidad

Novedad editorial

La escritora y editora recorre la historia y los mitos en su ensayo literario ‘Els alats’

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La escritora y editora, en la terraza de la librería Finestres

Miquel González / Shooting

Es la batalla de siempre, entre el mito y la razón o entre Platón y Aristóteles. Los humanos andamos sin levantar la cabeza –bueno, mirando el móvil...–, pero todavía soñamos que volamos, aunque a menudo lo hacemos sin alas. Para Elisabet Riera (Barcelona, 1973), “el mecanicismo ha ganado la batalla, acentuado por el hiperdesarrollo tecnológico y la ideología productivista capitalista” y nos ha llevado “al punto de colapso donde nos encontramos”. Por eso está convencida de que “hay que retroceder al momento en que perdimos la visión orgánica, sagrada y mágica de la naturaleza”, porque “solo con un retorno a la concepción del mundo como unión de materia y espíritu, cuerpo y alma, podemos enderezar este camino”.

Esta es la tesis que la ha impulsado a escribir Los alados (Siruela en castellano, Males Herbes en catalán), un ensayo literario en torno a estos seres que desde los inicios de la humanidad han sido calificados de “eslabón entre los humanos y los dioses, y por lo tanto habitan este mundo intermedio, el espacio invisible que hay entre la tierra y el cielo, donde se producen las inspiraciones proféticas y poéticas, las visiones, y que a pesar de ser invisible, está plenamente poblado de criaturas fantásticas: pájaros, dioses y diosas con alas, ángeles, dragones voladores, sirenas y arpías, hadas, esfinges, mariposas extáticas y muchas almas”. Merecedora de la beca Finestres de ensayo en el 2023, es la primera obra publicada gracias a este apoyo.

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Hacía años que Riera gestaba la idea del libro, y de hecho una parte del interés le viene de pequeña, del recuerdo de ir con su padre al final de la Rambla, donde había un puesto con un pájaro adivino, a quien ella más tarde llamará Tiresias, en honor del mítico adivino ciego de Tebas, y uno de los protagonistas de la obra, por una parte porque para la autora representa el vínculo entre los humanos y el más allá, y por otra porque cada capítulo está introducido por una parte más o menos autobiográfica en que el recuerdo de este pájaro mítico lo acompaña y le habla. Pero en el origen de la obra también la lectura de La diosa blanca de Robert Graves, en que entre muchas cosas habla de un alfabeto celta de los árboles que utilizaban los druidas. “Si existe un alfabeto de árboles, ¿no existirá también uno de los seres que habitan sus copas? Y con ese alfabeto, ¿harán poesía?”, se preguntó.

No tiene una respuesta, sino que tira del hilo que va desde los orígenes de la humanidad, zambulléndose en los mitos clásicos occidentales y orientales, pero también en las culturas prehistóricas, y navega entre la historia y el mito, entre los datos objetivos –el cuerpo de un pájaro es un sistema de navegación casi milagroso– y las interpretaciones que tantas culturas han hecho, aportando su relato y su reflexión imaginativa y emocional, sin olvidar curiosidades como el descubrimiento de las “sílabas sexis”, una constatación que liga con los Upanishad o con el chamanismo.

Tras conocer el alfabeto celta de los árboles, la autora se preguntó: “¿Si los pájaros tienen alfabeto, hacen poesía?”

El vuelo del simurg, de Basawan (circa 1590)

El vuelo del simurg, de Basawan (circa 1590)

Colección del príncipe Sadruddin Aga Khan

Entre sus preferidos quizá no están los pinzones adiestrados que cantaban canciones tradicionales alemanas o inglesas, sino las sirenas: “Las tenemos idealizadas, pero de origen eran muy crueles, y las hay como las conocemos hoy, medio mujer y medio pez, pero también medio mujer y medio pájaro e incluso medio mujer y medio caballo, buey o león”. Entre las aves, se inclina por el fénix, “presente en varias culturas de formas diversas, pero siempre fantástico y que lleva luz”.

Es un ensayo sui géneris que busca “hacer revivir el alma, la de cada uno de nosotros y la del mundo,” porque “sin un sentido sagrado de la naturaleza y de la existencia estamos entregados al exterminio y la extinción”. ¿Qué nos hace falta, para conseguirlo? “Tenemos que levantar los ojos del suelo y alzarlos hacia el cielo, porque recuperar nuestra dimensión espiritual es recuperar la libertad infinita de la creación”, asegura, para concluir que “es necesario que a los humanos vuelvan a salir alas”.

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