Fichar por una multinacional está ligado en el imaginario colectivo a un acelerón en la carrera de cualquier artista, gritos, presión y hombres encorbatados con maletines de piel exigiendo más y más cada día. Todo lo contrario de lo que le ha sucedido a Julieta Gracián, la popstar catalana que después de publicar dos ep’s y dos discos en cuatro años y firmar por Sony, ha decidido echar el freno a los conciertos para tomarse con calma la composición durante una temporada. “Cuando firmé iba como una moto, pero me dijeron que tuviera calma” recuerda la artista en la terraza de un café, en la zona alta de Barcelona. “Al plantear un año discográfico hay muchas etapas, y también debes aprender a vivir tu vida, porque hasta ahora mi vida me daba igual, sólo quería hacer música todo el rato”, reconoce. “Es la primera vez que digo paro, el año que viene no haré gira”.
Desde el inicio de su trayectoria musical, Julieta ha alternado las giras con intensos períodos de estudio de grabación, “pensaba que tenía que hacer los discos en pocos meses, era la única manera que conocía de trabajar”, rememorando una fase con momentos cumbre como sus actuaciones en el Apolo y el Razzmatazz. “No eran giras de 10 o 15 conciertos, había 50 bolos, todo muy intenso”, un compás que a veces la forzaba a enlazar presentaciones con escasamente una hora de descanso y desplazamientos con todo el material en un vehículo. “Todo esto ha cambiado, la manera de ver el proyecto es a largo plazo, me planteo la música como algo que pueda funcionar ahora, mañana y siempre, y eso es algo que no se puede construir en dos meses”, asegura.
Debido a esto, Julieta ha decidido dejar de lado las giras para dedicarse a la composición en el estudio, contando con la ayuda de otros artistas, una faceta que hasta el momento había evitado. “Estoy en otro punto a la hora de componer, no quiero perder la espontaneidad, pero me quiero dar tiempo en el estudio, estaré allí un buen tiempo para hacer las cosas bien y porque me lo pide el cuerpo”, señala.
Durante las últimas semanas, la intérprete ha estado dedicando entre 10 y 12 horas diarias a la creación de su nuevo álbum, “estoy en mi prime creativo, tengo una cosa que me quema entre manos, y muchas ganas de trabajar”, según sus propias declaraciones, negando rotundamente que esta pausa se extienda más allá de sus compromisos de gira. “Voy cada día al estudio, ensayo cada día”, detalla acerca de un método de trabajo con el que busca no “sobrepensar” la música, sino más bien capitalizar los conocimientos adquiridos desde sus inicios. “A medida que creces como artista eres más exigente, tienes más gusto. He aprendido una barbaridad, y eso aporta al proyecto riqueza y posibilidades de hacer cosas nuevas, apostar por nuevos sonidos, pero eso significa más tiempo para investigar”.
Obviamente, en esta nueva etapa y con una gran discográfica también hay presión, “trabajas con equipos muy profesionales, tienes que espabilar para estar a su nivel” comenta Julieta, que ha tenido la oportunidad de grabar en estudios como Angel Sound o el madrileño 50-20. “Un proyecto pop tiene mucho trabajo detrás, puede parecer fácil pero no lo es”, recuerda, “musicalmente has de trabajar con gente que sepa, y hacer melodías pop no es nada fácil, además de comportar ensayos, coreografías, vídeos, realmente es una cosa muy grande”. Al mismo tiempo, trabajar con este nuevo equipo la ha ayudado “a ver el proyecto a más largo plazo y entender que para hacer las cosas bien necesitas tiempo”. De ahí está saliendo una música de la que no quiere dar muchos detalles, pero afirma que es “más disfrutona, quiero hacer música para la gente, para disfrutar e involucrar al público”.
El mismo propósito impulsa su próximo concierto, el último de una extensa temporada y el más importante de su trayectoria en solitario, que se llevará a cabo el próximo febrero en el Sant Jordi Club, marcando el fin de la gira de promoción del disco 23. “Es una locura, literalmente me estoy arruinando porque no gano nada, pero creo que se lo merece, quiero dar un show y eso cuesta dinero”, afirma, detallando todos los costos asociados a la escenografía, los músicos, las coreografías y el vestuario. “Pero se que vaya como vaya, al acabar el concierto estaré contenta, y me habrá aportado un crecimiento profesional brutal”. Esta es la misma visión que adopta frente a la posibilidad de una disminución de oyentes durante este receso, “asusta, pero nunca puedes olvidar por qué hago esto”, medita. “Si estoy triste no me vale la pena, quiero disfrutar, y al final de lo que te acuerdas es de los momentos que has vivido y de la música que has hecho, no del dinero que has ganado o perdido”.
Esta noción se alinea con la inquietud de la creadora por preservar lo que ella llama la “escala humana” en su trayectoria profesional, a pesar de que reconoce que su obra “no es de escala humana, es una locura”. No obstante, ella siempre procura vivir “lo que se supone que debes vivir como persona, es algo que pienso también a nivel de redes sociales y medios, porque tenemos una exposición que como seres humanos no es normal”. Tampoco lo es presentarse repetidamente ante una multitud que te vitorea, “lo disfruto mucho, pero cuando llevas tres años con tantos conciertos y álbums a la vez el cuerpo te avisa”. La meta es continuar por mucho tiempo gozando de lo primordial, “la música, hacer un buen show y disfrutarlo, este es el sentido del pop, y el pop es mi religión, mi vida literalmente”, declara. “Porque al final tiene un sentido comunitario, de compartir con la gente, y eso implica tener respeto por la música que haces”.

