John Medeski ★★★★✩
Lugar y fecha: Conservatori del Liceu (10/XII/2025)
Confesamos que hubiéramos preferido verle en alguna de sus prestaciones en grupo más que en solitario. Y que escucharlo solo, frente a un imponente piano de cola Steinway, eliminaba su sabiduría proporcionando groove frente a una panoplia de teclados eléctricos, ya sea formando parte del celebre trío Medeski, Martin & Wood o al lado de John Scofield, John Zorn y un largo etcétera. Pero estábamos en el Festival de Jazz e hizo honor a la ocasión ofreciendo una nutritiva actuación improvisada en la que demostraría, tal como había dicho, que musicalmente puede ir a cualquier parte.
Sin mediar palabra se sentó frente al teclado y al inicio parecía que nos quería llevar por las procelosas aguas de lo experimental, hurgando en las cuerdas del interior del piano, pero pronto se hizo evidente que la abstracción dejaría paso al swing, en un vaivén que oscilaba de los fraseos acelerados a la calma descriptiva, en algo que hacía pensar en el ragtime de Scott Joplin. Sin parar, retornaría a las tripas del instrumento avisando que cambiaba por completo de registro para convertirse en un pianista clásico, que primero se mostraba melancólico y otoñal para ir, poco a poco, incrementando el tropel de notas en un crescendo que culminó en un autentico clímax, antes de volver a la calma y la compostura neoclásica creando dibujos que eran como fragmentos de melodías.
John Medeski en el Conservatori del Liceu
En la primera improvisación, que duró cuarenta minutos, tuvo tiempo de retomar las cadencias afroamericanas de la música old time, en una efervescencia pianística en la que era fácil imaginarse la época del Summertime de Gershwin, la música que se escuchaba en las tabernas denominadas barrelhouse o juke joint o la pianística stride que se hizo célebre en el barrio de Harlem a principios del siglo pasado, siempre con el swing por bandera.
Estaba tan entregado e inmerso que sus pies no paraban de bailar a la vez que remarcaba la melodía con un scat vocal que, aunque no se escuchara, servía para enfatizar el apasionamiento, en un acto de creación pura y espontánea en el que más que su virtuosismo se apreciaba la pasmosa fluidez para pasar de la ortodoxia a la imaginación. Así, oyéndolo pulsar las teclas con tanta fruición, era fácil soñar con lo que debía ser escuchar las improvisaciones creativas de Thelonious Monk o Art Tatum. Solo paró de tocar en cuatro ocasiones pero la hora y veinte minutos de lección magistral que fue el concierto se pasó en un santiamén.

