Aunque el año que viene celebraremos el centenario del día del Libro, una iniciativa que el periodista valenciano Vicente Clavel Andrés –impulsor de la Cámara Oficial del Libro de Barcelona y fundador de la editorial Cervantes– empezó a defender en 1923 y logró hacer realidad tres años más tarde, la tradición de regalar rosas como gesto de amor es mucho más antigua en nuestra ciudad. Ya en el siglo XV tenía lugar, en los alrededores de la Generalitat, la feria de los Enamorados; y está documentada la costumbre, doscientos años más tarde, de regalar también rosas a las mujeres que asistían a la misa de la capilla de Sant Jordi en el día del santo. Carme Polo y Ricard Lobo, en Sant Jordi, libros y rosas (Viena), explican que la tradición se extendió, popular, hacia 1914, con la Mancomunitat, más de diez años antes de que se volviera parte del contrato social regalar un libro.
Para entonces, la Rambla de las Flores ya era toda una institución. Y la progresiva desaparición de centenares de huertos, jardines, parques y arboledas había marcado el compás del nacimiento de la metrópolis moderna. Con la demolición de las murallas en 1854 comenzó el lento proceso de construir nuevas calles y plazas y avenidas, para tejer los antiguos pueblos y convertirlos en barrios de la Ciudad Condal. El Plan Cerdà fue, como bien reza el título de su plano más emblemático, un proyecto de “reforma y ensanche” de “los alrededores de Barcelona”. Tuvieron que pasar muchas décadas para que los ciudadanos de Gràcia o del Poblenou se sintieran plenamente barceloneses. Ildefons Cerdà había previsto que la nueva urbe tendría a lado y lado dos grandes reservas verdes: la montaña de Montjuïc y el Gran Bosque a orillas del río Besòs. Pero esa idea nunca se hizo realidad. La Exposición Universal de 1888 cambió el destino de nuestra relación con las plantas y los árboles: se articuló alrededor del parque de la Ciutadella, que sigue siendo el más importante que tenemos. Lo que sí acabaría cumpliéndose era el destino de la plaza de las Glòries como centro urbano. El cruce de Diagonal, Meridiana y Gran Via será el corazón de Barcelona casi dos siglos después de que ser imaginado como tal. Como la Sagrada Familia: algunas ideas son de realización exasperadamente lenta.
Biblioteca J.V. Foix. Un nuevo espacio ciudadano para el conocimiento
Tres parques marcan la historia de Barcelona en tres siglos consecutivos: el de la Ciutadella en el siglo XIX, el de Montjuïc en el XX y el de la plaza de las Glòries en el XXI. Es sabido que los eventos internacionales fueron los motores que escogimos siempre para los cambios profundos. Si la primera gran feria transformó los alrededores del Born y empezó la metamorfosis del litoral, la Exposición Internacional de 1929 creó la plaza España y urbanizó la montaña a la que sirve de entrada. Las direcciones de la modernización definitiva, tras el franquismo, estaban marcadas: los Juegos Olímpicos equiparon deportiva y teatralmente Montjuïc, un espacio con vocación también de isla de museos, e imaginaron la Vila Olímpica al lado de la Ciutadella, orientando la domesticación de la playa hacia el futuro Fórum Universal de las Culturas. Con él no solo llegó la Diagonal hasta el mar, sino que la ciudad empezó al fin a sentirse descentralizada, global y, sobre todo, casi concluida.
El evento del 2004 fue el menos exitoso de la serie que se inició en 1888, pero a partir de él el turismo y la especulación fueron la parte más visible de la marca Barcelona. Ni siquiera la crisis del 2008 evitó la subida del metro cuadrado. En el 2013 cerraron la librería Catalònia y la Canuda; al año siguiente, la Documenta cambió su histórica sede cercana a la Rambla por un nuevo local en la calle Pau Claris. De ese modo se aceleraba la tendencia que empezó con la caída de las murallas: la distribución por el conjunto del tejido urbano de la memoria y de la identidad.
⁄ Los grandes laboratorios urbanos, junto a las empresas, ponen en diálogo lo humano con lo no humano
Argumenta Joseph Rykwert en La idea de ciudad. Antropología de la forma urbana en Roma, Italia y el mundo antiguo (Sígueme) que los pueblos siempre nacieron a partir de los surcos de un arado, del trazado en la tierra de la cruz central y del perímetro de las murallas, en un gesto que aunaba ritual fundacional y control político y religioso. Esas dos calles centrales son el cardo y el decumano de los romanos. La calle Llibreteria es parte del antiguo Cardo Maximus de Barcino. La vía de las librerías, las papelerías y las editoriales de la Ciudad Condal se superponía, por tanto, con el eje sagrado. Lo mismo ocurre en muchas otras ciudades, desde Londres hasta Nápoles: los vendedores de libros y las colecciones privadas que darían lugar a las bibliotecas públicas se concentraban tradicionalmente en ese aquelarre simbólico.
Se puede observar la historia intelectual de Barcelona, particularmente durante la democracia, como un desplazamiento radial de los agentes culturales desde el Barri Gòtic y la plaza Catalunya hacia todos los barrios. Un derrame de las librerías que ha seguido el camino que iban señalando las bibliotecas públicas, esas exploradoras, esas embajadas. Una expansión literaria. En el 2021 la pandemia catalizó la descentralización de Sant Jordi: el eje de la Rambla se abrió hacia el paseo de Gràcia, el paseo Sant Joan, el Arc de Triomf. Desde entonces todas las ramblas y muchas plazas celebran la venta de libros con afluencia masiva.
Paseo de Gràcia. La fiesta literaria de Sant Jordi se descentraliza y crece, abriéndose desde la Rambla hacia Gràcia o Arc de Triomf
En paralelo se han desarrollado las supermanzanas y los ejes verdes, con su presencia cotidiana de vegetación y de flores. Y las bibliotecas, como los parques, se han revestido de una nueva personalidad: la de refugios climáticos. Mientras las obras de la plaza de las Glòries iban revelando el nuevo centro vegetal, cultural y social de Barcelona, en el que no podría faltar una gran librería junto a las dos bibliotecas que ya existían (los tres espacios conviven ahora en el Disseny Hub), en el 2023 la Gabriel García Márquez ganó el premio a mejor biblioteca pública del mundo desde su orilla en el distrito de Sant Martí. Ahora se acaba de inaugurar la J.V. Foix en Sarrià. No se me ocurre un mejor ejemplo de distribución del acceso al conocimiento. Ni de democracia.
Como la historia es una máquina imprevisible de generar sorpresas, con las aperturas pandémicas de Finestres y Ona Llibres no se acabaron las inauguraciones de grandes librerías barcelonesas. En verano nacerá la tercera gran sede de La Central en la calle Consell de Cent, muy cerca de la otra gran clásica de la ciudad, Laie, en el ecuador entre Altaïr y Alibri, por un lado, y Norma Comics y Gigamesh, por el otro. Desde ese nuevo centro dilatado se pueden dibujar líneas que configuran una constelación que nadie podía imaginar. Los ejes verdes se confunden con los culturales: en la famosa ciudad de los quince minutos todos tenemos cerca de casa al menos un espacio letraherido y otro vegetal.
⁄ En el horizonte del centenario de 1929, Barcelona sigue teniendo dos ‘zonas lab’, Ciutadella y Montjuïc
En el horizonte del centenario de 1929, constatamos que tanto tiempo después Barcelona sigue teniendo dos zonas lab donde experimentar con el futuro. Las mismas de siempre. Ciutadella y Montjuïc. Aquí se planifica la gran ampliación del Museu Nacional y la necesaria actualización de la Fira; allí, el nuevo campus del conocimiento, con la Biblioteca Central en su núcleo. Pero en el siglo XXI esos grandes laboratorios urbanos ya no trabajan como vanguardias aisladas que ensayan barrios que todavía no existen, sino que forman parte de una red. En el Campus de la Diagonal conviven la Universitat Politècnica de Catalunya con la de Barcelona y el Barcelona Supercomputing Center. En Diagonal Mar el edificio de Telefónica está al lado del Campus Diagonal Besòs y de las Tres Xemeneies. Y, en Collserola, rodeados de pinos, un grupo de humanos diseñan la arquitectura avanzada que unos cuantos robots imprimen en las instalaciones de Valldaura Labs. Los nodos de esa maraña de visiones y saberes son las bibliotecas y los jardines, que celebramos por todo lo alto, una vez al año, el día de Sant Jordi.
Pero los días realmente importantes son los otros 364, cuando por toda Barcelona centros culturales, estudios artísticos, agencias de investigación, facultades universitarias, empresas pequeñas y grandes ponen en diálogo lo humano con lo no humano, los saberes con la ecología, el romanticismo con la economía: la rosa con el libro.
