Una genealogía del exceso

Periodismo narrativo

Dorothy Wilde, Timothy Leary, Catherine Millet o Robert Mapplethorpe: un siglo de vidas que hicieron de la transgresión una forma de búsqueda o caída

American photographer Robert Mapplethorpe (1946 - 1989) at an exhibition opening at the Robert Miller Gallery, New York City, USA, May 1987. (Photo by Rose Hartman/Archive Photos/Getty Images)

El fotógrafo Robert Mappelthorpe, en una imagen de 1987

Rose Hartman / Getty

El libro de Luis de León Barga (Roma, 1958) Excesos femeninos. Delirios masculinos (Fórcola) plantea una cuestión de fondo: por qué el ser humano, en su búsqueda de identidad, tantea los límites y encuentra en el exceso una forma de orientación, de refugio o de extravío. Para responder, Barga recupera figuras que representaron esa deriva e ilustra así un patrón que atraviesa el siglo XX hasta hoy.

El recorrido arranca con Dorothy Dolly Wilde (1895-1941), sobrina de Oscar Wilde. “Una personalidad excesiva suele tener un carácter intenso, y Dolly lo poseía”, escribe Barga. Dorothy rechazó el formalismo prebélico y buscó amistades poco convencionales, como si intuyera que la identidad se encontraba en los márgenes. Su relación con Natalie Clifford Barney nos cuela en la escena lésbica de los años veinte, cuando la libertad sexual femenina empezaba a visibilizarse.

⁄ El libro de Barga se plantea por qué el ser humano busca al tantear los límites una forma de orientación

Pero esa liberación no trajo orden a su vida, sino un temblor emocional que la empujó al alcohol y a la cocaína. El exceso —al principio un gesto vital— reveló pronto su contracara: el vacío y el dolor de la adicción.

Del desenfreno bohemio pasamos al experimentalismo psicodélico con Timothy Leary (1920-1996), doctor en psicología vinculado a Harvard. Para él, las drogas psicodélicas fueron una herramienta para expandir la conciencia y también una forma de fe. Convirtió su casa en el centro de una comunidad que reaccionaba contra un sistema controlador y buscaba una forma de vida alternativa basada en la autonomía y el pacifismo.

Catherine Millet (1948) llevó la emancipación femenina un paso más allá. Si con Dolly Wilde asistimos a una primera revolución sexual, Millet rompió con la narrativa moral del deseo y convirtió su práctica sexual en un instrumento de exploración. Sus múltiples relaciones fueron una vía para repensar el cuerpo femenino y el deseo desde una radicalidad intelectual inusual para su época.

En la España de los ochenta, el exceso adoptó una textura más áspera. Ana Curra (1958), figura clave del punk, encarna la autonomía forzada de las mujeres en un entorno donde los vínculos no ofrecían sostén alguno. La heroína como refugio, el sexo como energía radical y un romanticismo oscuro definieron una estética donde la libertad convivía con una fragilidad extrema. El exceso era, a menudo, la única forma de sostenerse.

La escritora francesa Catherine Millet, durante la presentación en Barcelona de su nueva novela, 'Celos', en la que el sexo vuelve a ser el tema central de la obra como ya lo fuera en 'La vida sexual de Catherine M'.

La escritora francesa Catherine Millet, en la presentación de un libro en Barcelona 

Propias

Michael Foucault (1926-1984) introdujo otro giro. Para el filósofo, el placer debía integrarse en la cultura como práctica de la libertad. Los ambientes sadomasoquistas de Berkeley le ofrecieron un espacio donde repensar los límites del goce y la identidad, y defendió la experimentación individual y el uso popular de las drogas, hasta que su indagación se vio interrumpida por el sida.

A esa misma escena llegaría Robert Mapplethorpe (1946-1989) unos años más tarde. Más allá de su vínculo con Patti Smith —ya parte de la mitología neoyorquina—, su obra fotográfica es testimonio de sus excesos: los clubes clandestinos, la estética leather, el fetichismo por la virilidad y el sadomasoquismo. Mapplethorpe participó de ese mundo con un impulso documental: buscaba captar el alma de quienes lo practicaban. También a él lo alcanzó el sida demasiado pronto, como a tantos otros jóvenes de su época.

/  El autor defiende que en el presente, el exceso ya no busca expandir la conciencia, sino operar como exhibición

Estas trayectorias recorren el siglo XX y muestran el exceso como una experimentación íntima; una búsqueda de espacios donde repensar la identidad y desafiar lo establecido.

En el presente, sin embargo, el exceso ya no busca expandir la conciencia, sino operar como exhibición; o por lo menos eso es lo que defiende Barga en su libro. La imagen es hoy mercancía y la identidad, una construcción pública sometida a la verificación constante. El impulso ya no es rebelarse, sino parecer: adoptar una pose canónica para mostrarse al mundo.

La fe en las tecnologías redentoras —en manos de unos pocos y capaces de anular nuestro juicio— amenaza con quebrar la fragilidad humana y nos empujan hacia un transhumanismo que busca trascender el cuerpo, el Estado, el tiempo e incluso la propia muerte.

Lejos de iluminarnos, los excesos de hoy levantan espejos que devuelven una identidad prefabricada, impecable y estéril. El vacío sigue ahí, pero ya no como deriva romántica, sino como mandato colectivo del que será cada vez más difícil escapar.

En definitiva, podríamos decir de Luis de León Barga que escribe dos libros en uno, y que ambos dan muchísimo que pensar.  /

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Luis de León Barga Excesos femeninos. Delirios masculinos. Fórcola Ediciones. 344 páginas. 29,50 euros

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