El Barça es la nostra vida, vociferaba Montjuïc, que se vistió de gala. Que vibró. Que gozó. Y que se rebeló ante el Real Madrid de Mbappé y también ante el escandaloso arbitraje de Hernández Hernández, colegiado que, pese a los vídeos emitidos por la televisión oficial del club, se empeñó en remar a favor de los blancos. Pero nada ni nadie pudo silenciar la voz del barcelonismo, que terminó batiendo el récord de asistencia en su último clásico de la temporada —y, presumiblemente, el último en la montaña olímpica— con 50.319 espectadores ondeando sus banderas. Celebrando que los suyos están a un paso de campeonar en una Liga que se han ganado a pulso en un año de recuperación motivacional.
Porque el barcelonismo ahora presume del Porto l’escut al pit, de su nuevo himno, como rezaba el tifo con el escudo azulgrana que desplegaron antes de la final de Liga. Cantan a capela el Cant del Barça. Y saben hasta aguantar los dos goles de Mbappé. Pero no dejan de indignarse cuando ven a los jugadores de su equipo reclamando injusticias arbitrales. Como la falta de Valverde a Lamine Yamal en el origen del 0-2. Hernández Hernández no vio nada en el césped, y Martínez Munuera tampoco consideró necesario avisarle desde el VAR. Era la primera.
Hernández Hernández no pitó penalti en unas claras manos de Tchouaméni y siempre tuvo doble rasero
Por todo ello, no deja de ser noticia que el barcelonismo confíe en la capacidad de su equipo para remontar un 0-2. Esta afición, indignada, ahora respira y espera. Para ver cómo, en 15 minutos, su equipo pasaba del 0-2 al 3-2 y alcanzaba la orilla del descanso con cuatro goles en el marcador.
Vibraron con el remate de cabeza del ahora lateral goleador Eric García, que se ha desprendido del traje de hombre invisible para marcar en los dos últimos partidos. Y ya que la tarde venía cargada y con todos los actores quitándose las caretas, aprovechó también Lamine Yamal para retirarse su vendaje y tirarlo sobre el verde antes de marcar el 2-2.
Le siguió Raphinha, que señaló su venda azul. Ambos le respondieron así al doctor Niko Mihic. Quien fuera, durante siete años, jefe de los servicios médicos del Real Madrid —y actualmente ligado al club como asesor médico— que insinuó que los jugadores se dopaban, afirmando en una entrevista al diario Marca que “el acceso venoso más fácil es en las manos y en las muñecas”.
Pero este tipo de insinuaciones son pura gasolina para el Barça. La afición reventó los tímpanos de los 300 madridistas que se atrevieron a visitar su feudo con el doblete de Raphinha. Ya había marcado en el clásico del Bernabéu, se creció con un doblete en la final de la Supercopa de España en Arabia Saudí, y se coronó en Montjuïc con dos tantos más.

Hernández Hernández revisando en el VAR unas manos claras de Tchouaméni en el interior del área,
El silencio se instaló brevemente con el 4-3 que transformó, de nuevo, Mbappé. Pero enseguida se convirtió en pura rabia gracias, otra vez, a Hernández Hernández. El colegiado decidió no señalar la pena máxima por unas manos claras de Tchouaméni en el interior del área, que interceptaron un potente disparo de Ferran Torres que se intuía inapelable para Courtois. El francés ya tenía una tarjeta amarilla, así que Hernández Hernández —y después el VAR— le perdonaron la segunda. ¡Manos arriba, esto es un atraco! ¡La Liga es una mafia!, cantaba Montjuïc, encendido. Igual que Flick. Y llegó Fermín. Corrió, saltó la valla, y Montjuïc explotó ante tal locura celebrando el quinto. Pero no. Esta vez, Hernández Hernández no dudó y lo anuló por una mano del canterano tras robarle la cartera a Valverde. Afortunadamente, el Barça no lo necesitó para dejar la Liga vista para sentencia. Y el barcelonismo terminó de pie, ondeando sus banderas y recordando que, para ellos, pese a todo, ser del Barça es el millor que hi ha.