El tratamiento mediático de los grandes espectáculos deportivos establece que se aproveche tanto la alegría del ganador como la tristeza del perdedor. Depende de qué bando seas, la final de la Champions femenina de Lisboa interpreta los estados de ánimo con un criterio variable. Como el Barça perdió, se aplicó el protocolo de la desolación. Es un criterio que necesita lágrimas y exige que, sin darles tiempo a digerir la derrota y refugiarse en un mínimo espacio de intimidad, las perdedoras analicen públicamente el porqué de una derrota que tiene que ver más con la gestión de las expectativas que con la estricta narrativa del partido. Algunas jugadoras lloraban y, torturadas por el deber de tener que hablar, se les rompía la voz y el alma comentando cómo habían perdido una final que, en realidad, ganaron las futbolistas y los técnicos del Arsenal. Este espectáculo también exprime la tristeza de los aficionados y los busca para, como una guarnición, ilustrar la actualidad con el valor de la misma espontaneidad que, cuando el Barça gana, colapsa Canaletes. ¿La tristeza más auténtica? La de los autobuses llenos de aficionados que, de madrugada, volvían de Lisboa con una silenciosa, leal y colectiva dignidad.
Más formas de tristeza digna: la de Carlo Ancelotti y Luka Modric, despedidos del Madrid después de muchos años de éxitos en el Santiago Bernabéu. Es un ritual institucional, sí, pero que abre algunas grietas humanizadoras que tienen que ver con la categoría humana de los homenajeados. Para los culés deberían ser referentes de una rivalidad que ojalá fuera más civilizada. Una rivalidad que, evidentemente, no interesa ni a la cultura victimista ni a la industria del odio recreativo en los que se han convertido algunas tertulias –nada que ver con la información y el análisis deportivo– adosadas al espectáculo. Forman parte de un equilibrio ecológico de la actualidad en la que el plato fuerte de la información es fagocitado por la actividad deshumanizadora e irresponsablemente cruel de los parásitos. Una certeza: cuando hablamos de rivalidad con el Madrid también hablamos de personas tan respetables como Ancelotti y Modric.
Cuando hablamos de rivalidad también hablamos de Modric y Carlo Ancelotti
Tercera tristeza: la tristeza como amenaza. Del resultado del partido Espanyol-Las Palmas dependía la posibilidad de mantenerse en Primera o bajar a Segunda. El Espanyol tenía que ganar, pero durante una hora el Las Palmas desplegó un fútbol atrevido que, evidentemente, los pericos interpretaron como la prueba de un cobro de primas (para ganar) o de la maldición que, como una losa basada en hechos reales, suele definir parte de la identidad del club. Pasaban los minutos y la grada del RCDE Stadium (¡cómo añoro los tiempos en que nuestros estadios eran el Camp Nou y Sarrià!) sufría una tirantez paralizadora acompañada de unos silencios intermitentes cargados de premoniciones fatalistas. Quedaba un margen para sobrevivir, pero la simple posibilidad de bajar a Segunda provocaba una tristeza insoportable. Y entonces llegó un penalti (lanzado por Puado) de los que, cuando te los pitan en contra, te sublevan y, poco después, el gol de Pere Milla. Fue una explosión de alegría, un momento de alivio total después de la amenaza de una tristeza que, no lo olvidemos, es un estado de ánimo ancestral en el reparto de emociones del deporte y de la vida.

Carlo Ancelotti y Luka Modric se despidieron del Bernabéu