''Al compás del río corre el tiempo por el angosto cauce de la vida humana”, escribía sobre El Jarama el académico Fernández Almagro en nuestras páginas, allá por 1956.
Aquel año, Ferlosio había conquistado el Premio Nadal con esa novela que le consagró a y que han leído generación tras generación de escolares, tal vez sin comprenderla del todo. Sea como fuere el texto significó un salto hacia la modernidad literaria. No había en ella un único protagonista humano, sino que era el paisaje, el propio río madrileño, el que se erigía en figura dominante de la narración acogiendo, impasible en su discurrir, a personajes que se afanaban en sus quehaceres y aspiraciones, como nerviosas hormigas, presencias pasajeras frente a la inmutable geología. Pero el éxito de este ejercicio de estilo no colmó a su propio autor, quien años después sorprendería declarando sin tapujos: “Era una gratuidad”.