El monasterio de Yuste, el refugio al que el emperador Carlos V acudió como remedio contra la gota

Del Gótico al Renacimiento

Lejos del mundanal ruido, y para luchar contra sus dolencias, el monarca pasó sus últimos meses en este monasterio jerónimo fundado a principios del siglo XV en la comarca cacereña de La Vera

Monasterio de Yuste

Monasterio de Yuste

JUNTA DE EXTREMADURA / Europa Press

El Real Monasterio de San Jerónimo de Yuste remite inevitablemente a la figura del emperador Carlos V, quien en 1556 eligió este lugar para retirarse y descansar de una vida personal, política y militar tan activa como azarosa. Pero el monasterio es mucho más que el lugar de reposo del entonces fatigado emperador. Ubicado en la comarca de La Vera (Cáceres), en la falda de la sierra de Tormantos y muy cerca de la población de Cuacos de Yuste, carga a sus espaldas con una historia secular que parece ignorarse, dada la magnitud de quien fuera su más ilustre huésped.

De eremitorio a cenobio

Situado en un paisaje idílico, entre suaves lomas, frondosos robledales y abundancia de helechos, la belleza del lugar y el hecho de estar alejado de núcleos urbanos hicieron del paraje un lugar idóneo para la oración y el retiro. De ahí que, en 1402, una pequeña comunidad de monjes jerónimos llegada desde Plasencia lo escogiera para abrir un monasterio donde recogerse, lejos de la vida pública, pero cerca de Cuacos de Yuste. Era esta, por entonces, una pequeña aldea que fue creciendo al ritmo que imponían las necesidades del monasterio, hasta convertirse en capital de la comarca de La Vera.

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Claustro en el Monasterio de Yuste

Terceros

La comunidad jerónima no fue la primera en habitar el lugar con el propósito de consagrarse a la vida espiritual. Cuando Enrique IV de Castilla expidió la real cédula que permitía a los religiosos instalarse en Yuste, ya les habían precedido algunos ermitaños que habían construido un pequeño y austero recinto donde dedicarse a la vida contemplativa.

Los frailes jerónimos

No es de extrañar que, para instalarse en Yuste, los jerónimos solicitaran el favor real. Su orden estaba estrechamente vinculada a la Corona de Castilla desde su fundación en el siglo XIV. Acogidos a la regla de san Agustín, los jerónimos se distinguían por su dedicación a la oración y la penitencia, así como por la observancia del silencio y el recogimiento.

Aprobada por el papa Gregorio XI en 1373, sus fundadores, Fernando Yáñez de Figueroa y Pedro Fernández Pecha, pertenecían a dos poderosas familias castellanas y habían ostentado diversos cargos en las cortes de Alfonso XI y Pedro I. Retirados de la corte, tras pasar cerca de veinte años dedicados a la vida contemplativa en la localidad de Orusco de Tajuña (Madrid), una vez recibida la bula papal, fundaron un pequeño monasterio en Lupiana (Guadalajara).

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Desde ese momento, no le faltaron a la naciente orden –que se implantaría exclusivamente en España y Portugal– las donaciones tanto de la Corona como de nobles vinculados a la corte.

Ello permitió que los frailes jerónimos se expandieran con rapidez por la península ibérica. Es más, desde el reinado de Juan I (1379-1390), se la protegió especialmente con la concesión de numerosos privilegios, que alcanzaron sus máximos parámetros durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando los monjes gozaron de un considerable poder político gracias a su condición de confesores y directores espirituales de varios monarcas, como fue el caso de fray Hernando de Talavera, confesor de Isabel I de Castilla.

Monasterio de Yuste

Exterior del Monasterio de Yuste

PATRIMONIO NACIONAL / Europa Press

No obstante, el cenobio de Yuste carecía, al menos en el momento de su constitución, de privilegio alguno. Era, simplemente, una modesta construcción donde alojar a poco más de una decena de monjes. En su edificación participaron los propios habitantes de la comarca, que quisieron dar así su apoyo a aquellos humildes frailes que habían decidido instalarse en sus tierras. Era una muestra de agradecimiento, ya que la proximidad de un monasterio garantizaba un cierto resurgir agrícola en la zona y la posibilidad de generar una serie de servicios entre la población que contribuyeran al bien de todos.

No contaban con que, transcurrido poco más de un siglo desde su fundación, aquel humilde recinto iba a ser elegido como retiro del entonces hombre más poderoso de la Tierra.

El reposo del guerrero

En 1556, Carlos I de España y V de Alemania decidió dar un giro a su vida. Con la salud maltrecha, agotado por continuas campañas militares y los conflictos políticos de una Europa que no cesaba de cuestionar la hegemonía de los Habsburgo, el emperador cedió la Corona imperial a su hermano Fernando, abdicó en su hijo Felipe II y eligió Yuste para encontrar allí la paz necesaria para pasar los últimos años de su vida.

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No era la primera vez que acudía a buscar consuelo en la compañía de los monjes jerónimos. En 1539, tras la muerte de su esposa, Isabel de Portugal, se había retirado al monasterio jerónimo de Santa María de Sisla, en Toledo, al verse incapaz de presidir las exequias, responsabilidad que declinó en su hijo y heredero. En esta ocasión, sin embargo, su reclusión no podía ser inmediata. La humildad de las instalaciones del monasterio y sus escasas dimensiones imposibilitaban alojar al medio centenar de personas que acompañaban al ilustre huésped. Se decidió, pues, construir una casa-palacio adjunta, amplia pero sin excesivos lujos, que acabaría por dar fisonomía definitiva al conjunto monumental.

Por expreso deseo de Carlos I, el edificio debía destacar por su austeridad. En este sentido, se levantó una edificación a base de ladrillo y mampostería, con escasos elementos de sillería y sin apenas elementos decorativos, bien diferenciada del convento y la iglesia. Esta última, de una sola nave, estaba unida a un claustro gótico del siglo XV de doble planta que, un siglo después, se vio ampliado con un segundo patio, también de doble altura, realizado en estilo plateresco, conocido como claustro nuevo.

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Monasterio de Yuste

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Ciertamente, en la decisión de Carlos I de escoger Yuste, y no cualquier otro monasterio jerónimo más preparado para acogerle, primó el consejo médico. Afectado por la gota, los facultativos creyeron que el clima de la comarca de La Vera era el idóneo para aliviar las molestias propias de la enfermedad. Es más, en espera de que concluyeran las obras de la casa-palacio, no permaneció en Bruselas, donde había tenido lugar la abdicación, sino que viajó a la península y se instaló unos meses en Jarandilla de la Vera, en la misma comarca.

Finalmente, el 3 de febrero de 1557, se trasladó a la que sería su residencia definitiva hasta su fallecimiento el 21 de septiembre de 1558, viviendo siempre en continua comunión con los treinta y ocho monjes que, por entonces, habitaban el monasterio.

Un hogar más que un palacio

Hasta ese día, Carlos I había residido en una casa-palacio muy alejada de los fastos cortesanos. La residencia imperial estaba formada por dos plantas con cuatro estancias cada una, estructuradas en torno a un patio interior. En la primera, un amplio pasillo abría paso a dos habitaciones a cada lado. A la derecha del corredor, las habitaciones estaban dotadas de amplios miradores que permitían divisar la trabajada huerta conventual y se utilizaban como sala de audiencias y comedor.

A la izquierda se encontraban la antecámara y la alcoba del emperador, que cumplía la única exigencia que Carlos I impuso durante la construcción de la casa-palacio: debía estar comunicada con el coro de la iglesia a fin de no tener que desplazarse y poder asistir a los oficios religiosos. Una medida que, años después, repetiría su hijo Felipe II en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Coro de la iglesia del Monasterio de Yuste

Coro de la iglesia del Monasterio de Yuste

PATRIMONIO NACIONAL / Europa Press

El inventario realizado a la muerte del emperador permite afirmar que, salvo la presencia de obras de arte, el mobiliario era escaso y sobrio. Entre el mismo, sobresalía la presencia de una silla adaptada especialmente para el emperador con el fin de mitigar los dolores que le causaba la gota.

La unión de Carlos I con Yuste fue tan estrecha que en sus últimas voluntades expresó su deseo de ser enterrado bajo el altar mayor de la iglesia del monasterio. Sin embargo, unos años después, su hijo Felipe decidió trasladar sus restos hasta el monasterio de El Escorial, escogido por el monarca para ser panteón real de la dinastía.

Un monasterio en ruinas

La muerte del emperador marcó un hito en la vida del monasterio, que, si bien siguió habitado a lo largo de más de dos siglos, fue reduciendo cada vez más la comunidad de frailes. Finalmente, en 1809, fue saqueado e incendiado por las tropas napoleónicas. Afortunadamente, tras sus muros ya no se escondían los magníficos cuadros de Tiziano que habían acompañado al emperador en sus últimas horas, puesto que, por disposición de Felipe II, estos habían sido reincorporados a las colecciones reales.

Finalizada la guerra de la Independencia, con el monasterio prácticamente destruido, el conjunto monumental de Yuste fue abandonado por los frailes jerónimos y sacado a subasta tras la desamortización de Mendizábal. Tras pasar por las manos de diversos particulares, sus restos cayeron en el olvido.

No fue hasta el siglo XX cuando se revalorizó su historia, se reconoció su valía arquitectónica y se le devolvió su condición de morada imperial. En 1949, durante la dictadura franquista, la Dirección General de Bellas Artes inició su reconstrucción y, nueve años después, volvió a ser habitado por frailes jerónimos.

En 1992, el edificio fue nombrado sede de la Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste, entidad pública dedicada a fomentar las relaciones de España con Europa e Iberoamérica, y se estableció la concesión del Premio Europeo Carlos V, destinado a honrar a aquellas personas comprometidas con el patrimonio cultural del continente.

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Monasterio de Yuste

Terceros

Desde 2004 pasó a estar gestionado por Patrimonio Nacional, y en el año 2010, los miembros de la orden jerónima abandonaron sus instalaciones, siendo sustituidos en 2011 por una comunidad de monjes de la orden de San Pablo Primer Eremita, procedentes de Polonia.

Su reconocimiento como Patrimonio Europeo, cuyo sello recibió el pasado año, demuestra que tantos y tan largos años de decadencia no consiguieron acabar con el espíritu de Yuste. Por el contrario, sigue siendo custodio de la memoria de quien fuera el monarca más importante de su época, que, entre sus muros, acabó sus días como un hombre humilde que solo perseguía la paz.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 684 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].

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