Vera Moya Sordo, arqueóloga e historiadora: “Algunos corsarios españoles eran comerciantes, hidalgos o mantenían relación con casas nobiliarias como los Medinaceli en Andalucía o los Vilamarí en Catalunya”

Entrevista

La especialista mexicana firma un interesantísimo libro sobre el funcionamiento específico del corso hispano y sus protagonistas, un tema menos estudiado de lo que creemos

La arqueóloga e historiadora mexicana Vera Moya Sordo

La arqueóloga e historiadora mexicana Vera Moya Sordo

Desperta Ferro

En Reyes del Corso. Historia de los corsarios españoles (Desperta Ferro), la historiadora Vera Moya Sordo propone una travesía reveladora por una de las facetas menos exploradas del poder naval hispánico: el corso. A medio camino entre la legalidad y el pillaje, los corsarios españoles navegaron durante siglos con patente real, saqueando enemigos y defendiendo intereses imperiales. Lejos del estereotipo del pirata de parche en el ojo y pata de palo, Moya reconstruye un fenómeno complejo, profundamente político y cargado de matices.

Su libro no solo rescata nombres y biografías de figuras olvidadas del mar, sino que plantea una lectura estratégica del corso como instrumento del Estado. Desde los puertos mediterráneos hasta las costas americanas, los corsarios actuaron como agentes del imperio y reflejo de una época de equilibrios inestables.

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Conversamos con ella sobre el proceso de investigación, las paradojas del corso y el modo en que la historia oficial ha ignorado o minimizado a estos protagonistas del mar. El resultado es un testimonio que invita a repensar el papel de España en los océanos, más allá de los grandes almirantes o los galeones cargados de oro.

Al hablar de corsarios, nos vienen a la memoria nombres como Drake, Hawkins o Raleigh. Sin embargo, marinos y empresarios españoles también jugaron un papel destacado. ¿A qué podemos achacar este total desconocimiento del corso español y qué le llevó a escribir un libro sobre el tema?

La actividad de corso suele confundirse con la piratería. Sus raíces se remontan a los mercenarios navales griegos –piratae–, pero cuando las ciudades Estado empezaron a autorizar esa violencia surgió una distinción: la acción legal mediante licencias frente al saqueo puro. Aún no existía el término “corsario”.

Desde entonces, los corsarios operaron con aval estatal para capturar barcos enemigos, sujetos a reglas y a tribunales de presas. Sin embargo, como implicaban secuestros sin consentimiento, era difícil trazar una línea clara entre lo legítimo y lo ilegítimo. Esa ambigüedad marcó su devenir histórico: la historiografía naval tradicional los rechazaba como actores oficiales.

Retrato de Francis Drake.

El corsario inglés Francis Drake

Dominio público

Al ser una forma híbrida entre lo público y lo privado, con intereses individuales y estatales entrelazados, solo unos pocos historiadores reconocieron su rol real en la guerra naval española. Para quienes, como yo, se interesan en temas marginales de la historia naval, su estudio sigue siendo un campo fértil por descubrir.

En su trabajo plantea el corso como un mecanismo al servicio de la monarquía. ¿En qué medida funcionaba como una extensión no oficial del poder naval español?

El corso fue desde sus orígenes un instrumento oficial de la política naval española. Ya en 1118, el conde Ramon Berenguer III reguló galeras privadas en su guerra contra Génova y Pisa, y en 1284 Alfonso X incluyó incentivos al corso en sus Siete Partidas, permitiendo a los vasallos unirse a las escuadras reales y repartirse botines. En 1356, Pere IV el Cerimoniós reguló los armamentos de los “corsaris particulars” en sus ordenanzas.

Aunque muchos actuaban con patente de corso en solitario, también participaron en armadas mixtas con inversión real y privada. Cumplían misiones estratégicas: enfrentarse a escuadras enemigas, apoyar bloqueos, transportar tropas y provisiones, escoltar flotas, actuar como correo o vigilar costas.

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¿Qué aportes específicos hicieron los corsarios en la defensa y expansión del imperio español?

Digamos que cubrieron el potencial naval militar que la Corona no pudo sostener por sí sola con sus armadas reales. Un factor frecuente en la administración española –característico de todas las monarquías imperiales– fue la falta de recursos con que desplegar el poder naval y militar que se requería para proteger al comercio y los dominios peninsulares y de ultramar. Se puede afirmar que sin los corsarios no hubiera sido posible sostener la defensa del imperio español en su totalidad.

Una de las claves para entender el tema que se está abordando es la patente de corso. ¿Qué implicaciones tenía este documento en términos de derecho internacional de la época?

La expresión “patente de corso” aparece oficialmente en la Ordenanza de 1674. Antes ya existían las “cartas de represalia”, del siglo XIV, con las que un señor o rey autorizaba a terceros a ejercer represalias por mar o tierra por un agravio cometido contra su territorio. Estas cartas legitimaban acciones en jurisdicciones extranjeras, siempre en un contexto de guerra justa, lo cual venía respaldado desde la Grecia antigua y legalizado por los romanos.

Durante la Edad Media, reinos hispanos, Italia, Francia, la República Neerlandesa e Inglaterra continuaron la práctica de conceder este tipo de permisos legales para resarcirse por medio del corso.

El barco East Indiaman Kent (izquierda) luchando contra el Confiance, un barco privado comandado por el corsario francés Robert Surcouf.

El East Indiaman Kent (izquierda) luchando contra el Confiance, un barco privado comandado por el corsario francés Robert Surcouf

Dominio público

Usted reconstruye una galería de personajes que actuaron bajo bandera española con fines de corso. ¿Qué perfil social, económico y político tenían estos corsarios?

Se trataba principalmente de individuos o grupos relacionados con el comercio, la pesca o el trasporte marítimo. Algunos, fuesen marinos o comerciantes, nobles o hidalgos, mantenían estrechas relaciones con las casas nobiliarias a cargo del manejo de los puertos, como la de Medinaceli en Santa María, Medina Sidonia en Sevilla o Vilamarí en Catalunya.

Aunque no todos eran hombres de mar, lo que sí se requería para emprender el negocio era cierto nivel económico, ser dueños de algún barco o de una parte, y contar por lo menos con un socio, aval o fiador. Solo de esta forma podían ofrecer sus servicios a la Corona y obtener el permiso para realizar el corso.

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¿Cómo se articulaba el corso con la política exterior de los Austrias y los Borbones? ¿Se puede hablar de un uso sistemático del corso como diplomacia armada?

El corso era un derecho militar normalizado entre naciones en guerra. Pero en tiempos de paz o tregua se transformaba en guardia costera, persiguiendo a contrabandistas y piratas para proteger el comercio. Sin embargo, cuando se excedía, actuando contra buques neutrales o de potencias amigas, provocaba tensiones diplomáticas.

Un caso emblemático es el roce entre España e Inglaterra tras la Paz de Utrecht (1713-1715). Corsarios españoles en Cartagena de Indias interceptaban navíos británicos con permisos, lo que llevó a Inglaterra a declarar la guerra de la Oreja de Jenkins en octubre de 1739, ejemplificando cómo el corso funcionaba también como coerción de baja intensidad. Ante estos abusos, los Estados se vieron obligados a imponer nuevas órdenes y restricciones para controlarlo.

Sátira británica de 1738 en la que aparece el león inglés atacando un arado tirado por esclavos que representa el sistema colonial español. Al fondo se puede ver a Fandiño cortándole la oreja a Jenkins y a un barco británico en plena batalla con uno español.

Sátira británica de 1738. Al fondo se puede ver a Fandiño cortándole la oreja a Jenkins y a un barco británico en plena batalla con uno español

Dominio público

¿Cuáles fueron los escenarios geográficos clave del corso español? ¿Se encontraban diferencias fundamentales del fenómeno si lo observamos desde el Caribe, el Atlántico o el Mediterráneo?

El corso español se desplegó en diversos mares imperiales y su organización variaba según el conflicto y la región. En función del enfrentamiento y la evolución de la guerra, los corsarios podían operar de forma independiente, en grupos, en formaciones mixtas con armamentos reales o integrados en escuadras reales.

La capacidad organizativa de los corsarios también influía en su despliegue. En regiones con tradición corsaria, como el Cantábrico, el Mediterráneo y el Caribe, los corsarios locales eran esenciales. Por ejemplo, los corsarios vascos fueron solicitados en Andalucía, especialmente para proteger el Estrecho y escoltar las flotas hacia las Indias. En el Pacífico filipino, debido a la falta de armadores locales, el corso fue llevado a cabo principalmente por escuadras de guerra.

La infraestructura regional también determinaba la efectividad del corso. La disponibilidad de puertos para reparaciones y abastecimiento, así como el tipo de embarcaciones adecuadas para cada mar, era un factor crucial.

¿Qué papel jugaron las ciudades portuarias, como Cádiz, Cartagena, Barcelona o La Habana, en la articulación logística y política del corso?

Los puertos nucleares del tráfico comercial regional fueron esenciales para la actividad corsaria, ya que proporcionaban la infraestructura administrativa, material y social necesaria para organizarla. Contaban con tribunales de presas que legitimaban las capturas y facilitaban la venta de mercancías de los navíos capturados. Además, funcionaban como centros de actividades marítimas, como el comercio, el contrabando, el transporte o la trata de esclavos, lo que permitía diversificar los negocios y establecer redes de contactos.

Estas comunidades, a menudo en contacto con autoridades o familias de poder, facilitaban la movilización de recursos para que sus pobladores y los de poblaciones vecinas se dedicaran al corso, convirtiéndose en ejes rectores del desarrollo de la actividad a nivel regional.

Ilustración del puerto de Cartagena en el siglo XIX

Ilustración del puerto de Cartagena en el siglo XIX

Dominio público

En el libro se percibe una tensión constante entre legalidad y exceso. ¿Cómo gestionaba la administración los abusos de los corsarios?

Muchos corsarios también eran comerciantes, transportistas, tratantes de esclavos, prestamistas o constructores navales. Esta movilidad social y económica explica por qué, a pesar de sus abusos, eran necesarios para la Corona. La administración española, consciente de sus propias limitaciones, solía tolerar prácticas como el contrabando, especialmente en el Caribe, donde los corsarios actuaban con mayor autonomía...

Desde el punto de vista de estructura o incluso de justificación ideológica, ¿qué diferencias existían entre el corso español y el de otras potencias como Inglaterra, Francia o los Países Bajos?

Se puede hablar de una universalidad en la forma jurídica y práctica del corso de las naciones europeas. En cuanto a forma, en todos los casos había reglamentos específicos, acuerdos, fianzas y patentes, por eso todo corsario debía llevar sus papeles en regla para justificar su actuación ante las autoridades pertinentes. Asimismo, todas las potencias marítimas cobraban derechos por el permiso (la fianza), así como impuestos sobre el valor de las presas capturadas, como el quinto del rey en el caso de España, aunque Inglaterra anuló su derecho real a la mitad del valor de las presas a partir de 1708, en beneficio de sus corsarios.

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Algunos corsarios llegaron a ejercer funciones de autoridad. ¿Hasta qué punto se diluían las fronteras entre corsario y funcionario del rey?

Algunos corsarios alcanzaron gran poder regional, influyendo en decisiones políticas y administrativas, e incluso accedieron a cargos públicos como regidores. Otros, con experiencia militar previa, combinaron esos roles con el corso.

Un ejemplo notable es el III duque de Osuna, Pedro Téllez-Girón y Velasco, quien desde 1610 financió y comandó escuadras corsarias propias, ganando fama estratégica. Aunque pocos corsarios plebeyos accedieron a la Armada, hubo casos como el de Vicente Antonio de Icuza, que llegó a alférez de navío. Sin embargo, el más destacado fue el de Antoni Barceló, quien, pese a su origen modesto, alcanzó el grado de almirante y se incorporó al Cuerpo General de la Armada.

Retrato de Antonio Barceló conservado en el Museo Naval de Madrid

Retrato de Antoni Barceló conservado en el Museo Naval de Madrid

Dominio público

En un momento en que se revisan muchas figuras del pasado, ¿cree que los corsarios merecen ser incorporados a la historia nacional no como leyenda, sino como agentes históricos reales, con sus contradicciones?

Por supuesto que sí, y no solo porque fueron clave en la defensa imperial en la península y América, sino por ser respuestas individuales y colectivas a las cambiantes exigencias de la geopolítica. Los corsarios nos muestran cómo antiguos métodos, sectores e instrumentos de cooperación reflejan necesidades similares a las actuales.

Hablo de la continua participación social en el negocio de la guerra. Hoy asistimos al resurgir de un espíritu global belicista, con militarización y guerra compartida entre agentes públicos y privados. Más que nunca, es urgente replantear cómo queremos construir sociedades conscientes, democráticas e igualitarias, capaces de imaginar futuros distintos, libres de los horrores de la guerra.

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