“Una amenaza existencial”, así se ha referido en varias ocasiones Benjamin Netanyahu a la posibilidad de que Irán acabe desarrollando un programa de armas nucleares. Este ha sido el principal motivo que ha impulsado a Israel a atacar al régimen de los ayatolás desde la madrugada del pasado 13 de junio y es el casus belli de EE. UU. para intervenir directamente en el conflicto.
La disputa por el programa nuclear iraní es el escaparate de las tensiones que han marcado el desarrollo político de Oriente Medio en las últimas cinco décadas. Pero se trata de un conflicto con muchas capas y que tiene una fecha de arranque muy clara: 1979, con el triunfo de los islamistas en la revolución contra el sha de Persia.
Desde entonces, uno de los pilares ideológicos del régimen de los ayatolás ha sido el discurso antioccidental contra el Gran y Pequeño Satán, EE. UU. e Israel, respectivamente. Más allá de la retórica, Irán siempre ha aspirado a ser una potencia regional, por lo que nunca ha querido asumir así como así un rol secundario ante Washington y Jerusalén.
Rehenes y petroleros
Hasta 1979, EE. UU. confiaba en Israel y el Irán del sha para defender sus intereses en Oriente Medio frente a las dictaduras militares –como el Irak de Sadam Husein o la Siria de los Assad– más cercanas a la URSS. Incluso había una notable sintonía entre el sha de Persia y los gobiernos en Jerusalén.
Todo cambió con el advenimiento de los ayatolás y con la toma de rehenes en la embajada de EE. UU. en Teherán, una crisis que se alargó durante 444 días. Washington y otros países europeos habían sido un importante sustento económico y militar del impopular sha de Persia y la Revolución islámica vio en la retórica antioccidental una buena manera de legitimarse en el poder.

El ayatolá Jomeini saludando a sus seguidores tras el triunfo de la Revolución islámica en Irán
Además, el régimen de Ruholah Jomeini pronto demostró que quería exportar su revolución islámica a escenarios como Líbano, Irak o las monarquías del Golfo. EE. UU. no podía consentir que un gobierno tan contrario a sus intereses adquiriera tal influencia en Oriente Medio, así que el rumbo de colisión entre ambos quedó fijado.
En los ochenta, EE. UU. se había implicado en la pacificación del Líbano, sumido en una guerra civil entre sus confesiones religiosas, que además se había agravado por las constantes intervenciones israelíes.
Estos esfuerzos de pacificación de EE. UU. y sus aliados europeos fueron saboteados en buena parte por la injerencia iraní a través de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria que a partir de aquí se convertiría en la principal herramienta de Teherán para intervenir en todo Oriente Medio.
El papel iraní consistió en formar a los grupos armados que acabarían conformando Hizbulah. Estos insurgentes provocarían la retirada de EE. UU. con tres grandes atentados en Beirut durante 1983 y 1984: dos contra la embajada estadounidense (88 muertos en total) y otro en el cuartel conjunto de los marines y paracaidistas franceses (307 fallecidos).
Además, los iraníes instigaron muchos secuestros de estadounidenses y otros occidentales en el Líbano durante los años ochenta como vía para presionar a EE. UU. de forma que les vendiera armas para su guerra contra Irak, lo que propició el escándalo Irán-Contra que puso en aprietos a la Administración Reagan.

Guerra Irán-Irak
Otro foco de tensión vinculado a la guerra Irán-Irak (1980-1988) sería el golfo Pérsico. Ambos bandos atacaron los petroleros del enemigo, encendiendo las alarmas en los mercados internacionales de hidrocarburos. De acuerdo con la doctrina Carter de 1980, según la cual EE. UU. podía utilizar su poder militar para defender sus intereses en Oriente Medio, la armada estadounidense se desplegó para proteger a los buques que transitaban por esas aguas.
Este despliegue naval propició una serie de escaramuzas navales con los iraníes que desembocó en la operación Mantis Religiosa el 18 de abril de 1988, el mayor enfrentamiento de la US Navy desde la Segunda Guerra Mundial, donde la armada de Teherán se llevó la peor parte al perder dos de sus barcos más importantes.
El cambio de década modificó el foco de atención para Washington. La invasión de Kuwait por parte Irak convirtió al régimen de Sadam Husein en la nueva gran amenaza para los intereses estadounidenses en Oriente Medio, un rol que duraría hasta 2003. De todas formas, Israel iba a tomar el relevo como gendarme contra las ambiciones de los ayatolás en la región.
Proxys peligrosos y hegemonía regional
A pesar de la retórica de los ayatolás contra Israel, las verdaderas tensiones entre estos dos países no surgieron hasta mitad de los ochenta en el Líbano. Poco a poco, Hizbulah incrementó sus ataques contra las fuerzas israelíes que ocupaban el sur del país árabe, como el que lanzaron contra el cuartel general hebreo en Tiro que mató a 91 personas.

Los escombros dejados tras la explosión de una bomba en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en Buenos Aires, 18 de julio de 1994
Con el cambio de década, los ataques contra las fuerzas en el sur del Líbano fueron a más, e Irán escaló sus acciones al utilizar a Hizbulah para atacar intereses hebreos en otros países incluso fuera de Oriente Medio. Por ejemplo, Argentina fue el escenario de grandes atentados contra la embajada israelí y la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) de los que se ha acusado a Teherán y a su proxy de estar implicados.
En los noventa, Irán también comenzó a instrumentalizar a los grupos palestinos más radicales, opositores a los acuerdos de Oslo de 1993. El régimen islamista se acercó a Hamas para utilizar a la organización terrorista como elemento de desgaste contra Israel y la entonces incuestionable influencia de EE. UU. en Oriente Medio.
Por parte israelí, en esta década también comenzó a hablarse del programa nuclear iraní. Siendo un simple diputado, Benjamin Netanyahu ya advirtió en 1992 de un supuesto riesgo de que Teherán accediera al armamento de destrucción masiva en un período de entre tres y cinco años.
De todas maneras, la cuestión nuclear se mantuvo en un discreto segundo plano durante los noventa. La CIA y el Mossad se centraron en conseguir pruebas, ya que no estaba claro qué nivel de desarrollo tenía el programa nuclear iraní. En especial, los servicios de inteligencia rastrearon la ayuda tecnológica que Teherán recibió de Rusia y China, que la República Islámica necesitaba tras años de aislamiento internacional.
La siempre inminente amenaza nuclear
El año 2002 fue decisivo para conformar el pulso de Irán con EE. UU. e Israel. El 29 de enero de ese año, el presidente George Bush incluyó a Irán en el “Eje del Mal” –junto a Irak y Corea del Norte– por su presunto desarrollo de armamento de destrucción masiva y apoyo a grupos terroristas.
En agosto de ese año, grupos opositores al régimen iraní en el exilio alertaron de la existencia de importantes instalaciones en Natanz (enriquecimiento de uranio) y Arak (producción de agua pesada), una advertencia confirmada poco después por los satélites estadounidenses.

Ariel Sharon (dcha.) con el actual primer ministro de Isreal, Benjamin Netanyahu
Un año después, Ariel Sharon, entonces primer ministro de Israel, subió el tono al insinuar por primera vez que su país podía atacar el programa nuclear iraní. A partir de ahí, EE. UU. e Israel lideraron la presión para que Irán sometiera su programa nuclear a la supervisión internacional. Aunque el gobierno hebreo, en particular durante los mandatos de Netanyahu, cada vez hacía más explícita la amenaza de usar la fuerza militar.
De hecho, Israel no ha dudado en recurrir a las grandes operaciones encubiertas contra el programa iraní, como el asesinato de sus científicos nucleares o el sabotaje de sus instalaciones, incluido el uso de Stuxnet (en una operación conjunta con los estadounidenses), un virus informático para dañar las centrifugadoras de uranio.
En EE. UU., el tono ha variado en estas décadas dependiendo del inquilino en la Casa Blanca. A raíz de incluir a Irán en el Eje del Mal, Bush puso a los ayatolás en su punto de mira, pero suavizó su postura en 2007, cuando un informe de inteligencia le indicó que Teherán ya había abandonado sus intenciones de tener una bomba nuclear.
Obama apostó por la distensión con un acuerdo en julio de 2015 con Irán que renunciaba al enriquecimiento de uranio a cambio del levantamiento de sanciones. Este panorama de entendimiento cambió en el primer mandato de Donald Trump, al romper este pacto en mayo de 2018, mientras que Joe Biden no pudo o supo recuperarlo, pese a manifestar su intención de hacerlo.
Por su parte, Hamas y Hizbulah también incrementaron sus acciones a comienzos de este siglo gracias a un control cada vez mayor de Gaza y Líbano, respectivamente. Esto aumentó la sensación de amenaza en Israel, y los diversos gobiernos hebreos tuvieron siempre muy presente la ascendencia de Irán sobre estos grupos.
A su vez, Teherán aprovechó el caos generado por la caída del régimen de Sadam Husein en 2003 para extender su ascendiente en la región influyendo en nuevos grupos armados. Así que la nómina de miembros del “Eje de la resistencia” aumentó con las milicias de Irak y los hutíes en Yemen, grupos que han protagonizado enfrentamientos con fuerzas estadounidenses todos estos años.
Teherán siempre ha insistido en que su programa nuclear ha tenido fines pacíficos. No obstante, el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha demostrado su preocupación por la falta de cooperación de los iraníes para dar pleno acceso a los inspectores internacionales y así certificar que no desarrollan armas de destrucción masiva.

Técnicos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) inspeccionan una planta de uranio en Isfahan (Irán), en una imagen de archivo de 2007
Los halcones en Washington y Jerusalén siempre han utilizado estas reticencias del régimen de los ayatolás para alertar de que un Irán con armas nucleares era un peligro inminente. En cambio, los análisis más moderados consideran que Teherán incentiva ciertos incidentes armados y dilata las negociaciones nucleares para lograr ventajas en otros campos, como un levantamiento de las sanciones que permita aumentar sus exportaciones de petróleo y aliviar su mermada economía.
Los atentados de Hamas del 7 de octubre de 2023 escalaron todo este clima de tensión. Todavía no se ha probado la implicación iraní concreta en aquellos hechos, pero el gobierno de Netanyahu no ha dudado en someter a los aliados de Teherán a un duro castigo militar. Solo el tiempo dirá si la reciente operación León Naciente será el punto culminante de lo vivido estos años o abocará el conflicto a dimensiones desconocidas.