Hace poco más de medio siglo, doce hombres pisaron la Luna. De ese selecto grupo hoy solo quedan cuatro. Tres han cumplido (o sobrepasado) ya los 90; el otro será nonagenario el próximo octubre. Cuando, por ley de vida, desaparezcan, desaparecerá con ellos una leyenda que hoy por hoy no tiene continuadores.
Aldrin, el excéntrico
El mayor de los cuatro es Buzz Aldrin, probablemente uno de los más extravagantes de todo el equipo, famoso tanto por su espectacular currículo académico (era el único con un doctorado en el MIT) como por sus controvertidas opiniones y, a veces, enfrentamientos con colegas y familia. Y también por su conflictiva vida privada, marcada por episodios de alcoholismo, depresión, tres divorcios y cuatro matrimonios (el último en 2023).
Con ocasión de su histórico viaje a la Luna, Aldrin soñaba con ser el primero en poner pie en la superficie. Era casi una obsesión. En cambio, su compañero y comandante, Neil Armstrong carecía del más mínimo interés en ello; su única preocupación –muy razonable, por otra parte– era conseguir un alunizaje perfecto.
Edwin “Buzz” Aldrin en una fotografía tomada por Neil Armstrong en la superficie de la Luna, 31 de julio de 1969 (AP Photo/NASA)
Al llegar el momento, el dilema de elegir al primer hombre en la Luna se decidió por un trivial detalle de diseño en la nave: el interior del módulo lunar era muy angosto, justo para dos astronautas de pie embutidos en sus escafandras. Y la portezuela de acceso a la superficie se abría hacia la derecha, bloqueando el paso de Aldrin. Pese a todo, siguió insistiendo argumentando que durante el programa Gemini el que salía al espacio era el copiloto, mientras el comandante permanecía a los mandos. Al final, hubo de ser Armstrong quien hiciera valer su grado como máxima autoridad en la misión.
Tras abandonar la NASA, continuó ocupado en proyectos espaciales. Alguno tan novedoso como el Aldrin cycler, un sistema de órbitas cíclicas que permite un tránsito repetido y eficiente entre la Tierra y Marte, aprovechando la gravedad para minimizar el consumo de combustible. También encontró tiempo para escribir libros autobiográficos y una breve incursión en la ciencia ficción.
Buzz Aldrin, junto a su cuarta esposa, Anca Faur, en su boda en 2023
Promocionó desde productos como coches de segunda mano (de BMW, eso sí) hasta artículos de Nike y Louis Vuitton. Intervino en multitud de charlas y conferencias. Visitó los dos polos. Sirvió de modelo a la figura de Buzz Lightyear en la película Toy Story de Pixar. Incluso, a sus 84 años, tuvo un altercado con un negacionista llamado Bart Sibrel a quien tumbó de un puñetazo tras ser tachado de “mentiroso y cobarde”.
Aldrin, que ya empieza a acusar los achaques de la edad, tiene 94 años.
Scott y un problema filatélico
El segundo superviviente en rango de edad es David Scott, comandante del Apollo 15 y la primera persona en conducir un automóvil en la Luna.
Scott alcanzó cierta popularidad cuando reprodujo en la Luna el experimento de Galileo. A la vista de la cámara de televisión dejó caer un martillo y una pluma, demostrando que, en ausencia de aire, llegaban al suelo al mismo tiempo. El vídeo se ha utilizado infinitas veces en aulas a todos los niveles de enseñanza para ilustrar un efecto que siempre sorprende.
En su demostración, Scott utilizó dos plumas de halcón. Fueron cedidas, involuntariamente, por Baggin, una mascota de la academia de la Fuerza Aérea. ¿Por qué dos si solo necesitaba una? Más tarde confesaría que una era para ensayar fuera de cámara por si el experimento fallaba. Siempre cabía la posibilidad de que el guante se hubiese cargado de electricidad estática y la pluma se pegase a él en lugar de caer. No sucedió, por fortuna. Un alivio, porque un fallo en la prueba, a la vista de medio mundo, podría haber desencadenado una campaña de conspiracionistas exigiendo reescribir todos los libros de física.
El éxito de su misión lunar quedó empañado por un asunto de comercialización de sellos y sobres matasellados en la Luna. La NASA había autorizado un centenar, pero por lo visto, la tripulación aceptó la petición de un filatélico alemán para llevar trescientos más como parte de su paquete de preferencias personales. Ni Scott ni su compañero James Irwin volvieron a volar, aunque tampoco hubiesen tenido muchas oportunidades más: el programa Apollo estaba ya en la recta final.
Scott abandonó la NASA poco después de su viaje a la Luna, pero siguió colaborando con la agencia en trabajos administrativos y de soporte técnico. Junto con el ruso Alexei Leonov (quien podría haber sido el primer ruso en la Luna) escribió un libro sobre sus experiencias mutuas durante la competición de la guerra fría. Y en 1995 asesoró a la producción de la película Apolo 13, probablemente la mejor representación de un vuelo espacial real que ha hecho nunca Hollywood.
Schmitt, el científico político
Harrison Schmitt es algo más joven: acaba de cumplir los 90. Geólogo de formación, es el único científico profesional que ha pisado la Luna. Su inclusión en el Apollo 17 –el último vuelo del programa– fue una concesión a la comunidad académica. Sus quejas señalaban que todos los astronautas eran pilotos militares; por mucha instrucción que recibiesen para identificar muestras minerales, ninguno llegaría a la competencia de un especialista.
Al fin, la NASA cedió y colocó a Schmitt en el último vuelo del Apolo. Todos respiraron aliviados. Todos, salvo el pobre Joe Engle, el astronauta original asignado a esa misión, que veía esfumarse sus posibilidades de llegar a la Luna. Como compensación, se le transfirió al programa del transbordador espacial, con el que viajó dos veces al espacio.
Como experimentado geólogo, Schmitt hizo muy buen papel en sus paseos lunares. Descubrió un depósito del elusivo “suelo anaranjado”, que podría haber sido restos de una antigua fumarola. La hipótesis se confirmó al analizar el material en la Tierra: esférulas y fragmentos de vidrio volcánico.
De regreso a la Tierra, Schmitt continuó su trabajo científico, analizando las muestras que él mismo y sus predecesores habían obtenido. Son 381 kilos de rocas lunares que se conservan en nueve contenedores. Seis ya han sido abiertos y estudiados; los tres restantes contienen el material obtenido durante los tres últimos vuelos, reservado durante años hasta que apareciesen nuevas técnicas de análisis. Algunas piezas –unos tubos de recogida que se hincaban en el suelo para capturar las diferentes capas del terreno– se empezaron a estudiar en 2019.
Donald Trump en 2017 en la Casa Blanca con Harrison Schmitt (3.º por la dcha.) Y Buzz Aldrin (2.º por la dcha.). EFE/Michael Reynolds
En 1975, Schmitt renunció a sus responsabilidades en la NASA para dedicarse a la política. Fue elegido senador por Nuevo México, por el partido republicano. Ocupó ese cargo durante seis años, hasta que perdió la reelección y pasó a ocuparse de otras tareas en el campo de la consultoría. Por cierto, que sus opiniones respecto al cambio climático siempre han sido bastante heterodoxas: para él, no es más que el resultado de procesos naturales en los que la acción humana juega un papel secundario. Muy en la línea de las doctrinas MAGA.
Duke, el empresario renacido en la fe
Charlie Duke, que fue copiloto del Apollo 16, se definía entonces como “la persona más joven que ha pisado la Luna”. Y lo sigue diciendo hoy, medio siglo más tarde. Por supuesto, es cierto.
Duke dejó la NASA tres años después de su viaje a la Luna y su jubiló también con el grado de general de la fuerza aérea. Ya como particular, y tras asociarse con un famoso jugador de baloncesto, montó una empresa de distribución de cerveza que le reportó buenos beneficios. Luego saltó al sector inmobiliario y por fin puso en marcha un gabinete de asesoría y organización de conferencias que lleva su nombre.
El astronauta Charlie Duke repite su misión Apolo 16 en un planetario burbuja en 2022.
En el plano personal, su matrimonio pasó por una profunda crisis que estuvo a punto de desembocar en divorcio. Era un trance bastante habitual en el cuerpo de astronautas. Incluso hubo de hacer frente a un intento de suicidio de su esposa, Dorothy. Tratando de reconducir la situación, fue durante su asistencia a una función religiosa cuando ambos experimentaron una especie de revelación que cambiaría su vida espiritual. Desde entonces, Duke –un cristiano renacido– combina sus conferencias sobre exploración espacial con charlas motivacionales y testimonios de fe.
No es el único en haber experimentado esa conversión; sus compañeros Gene Cernan y James Irwin, paseantes lunares ya fallecidos, pasaron por experiencias semejantes.
Sentido adiós a Lovell
A estos cuatro exploradores que realmente han pisado la Luna podrían añadirse dos más, que la han rodeado, pero nunca pusieron pie en ella: el recientemente desaparecido James Lovell y Fred Haise.
Lovell viajó a la Luna en dos ocasiones. Es el único que ha repetido semejante trayecto. La primera vez fue como integrante de la tripulación del Apollo 8, el famoso vuelo de Navidad que en 1968 completó diez órbitas alrededor de nuestro satélite.
Esa misión constituyó todo un hito histórico. Nunca antes tres hombres se alejaban tanto del planeta para ir a explorar –aunque fuera desde lo alto– otro mundo. Fue el vuelo en el que Bill Anders tomó la icónica foto de la Tierra alzándose sobre el horizonte lunar y en el que los astronautas enviaron su felicitación de Navidad leyendo los primeros pasajes del Génesis.
Lovell fue nombrado comandante de la misión Apollo 13. Esta vez sí estaba previsto que bajase hasta el suelo en compañía de su compañero Fred Haise. Pero no sería así. Todos recordamos el percance sufrido durante el viaje de vuelta y los equilibrios que hubo de hacer la NASA para conseguir traer a los tres hombres de regreso sanos y salvos. El tercer tripulante –Jack Swigert– falleció de cáncer en 1982.
Lovell –y, en menor medida, Haise– recibieron más atención mediática tas su odisea que si hubiesen completado el viaje con éxito. En parte, gracias a la película Apolo 13 de Ron Howard, en la que Tom Hanks interpreta a Lovell.
Curiosamente, este aparece en un breve cameo al final del filme, en el papel del almirante del portaaviones USS Iwo Jima, que da la bienvenida a los astronautas. Para más simbolismo, Lovell –el verdadero– insistió en vestir su antiguo uniforme de oficial de marina. “Me retiré como capitán y capitán seré”, dijo.




