Lo de Lloyd Llewellyn-Jones, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Cardiff, tiene mucho mérito. En su última obra, Las Cleopatras. Las reinas olvidadas de Egipto (Ático de los Libros, 2025), ha reconstruido el árbol genealógico de unas mujeres que llevaron las riendas de Egipto durante ciento cincuenta años, ante la incompetencia de los reyes de la dinastía ptolemaica. Hay codicia, incesto y, sobre todo, sangre, mucha sangre. Pero también la conciencia que estas soberanas tenían de la historia y de sí mismas, en un mundo hecho por y para los hombres que no tardó en borrar sus huellas de la memoria.
El nombre Cleopatra podría traducirse como “gloria de su padre” o “fama de sus antepasados”. ¿Diría que las Cleopatras de su libro hicieron honor a esa etimología?
Sí, pienso que es lo que intentaron hacer. Elegían ese nombre porque les sugería algo, pero vayamos más allá con sus epónimos. Por ejemplo, Cleopatra VII era Cleopatra Filopátor, Cleopatra “la que ama a su patria”, lo que enfatizaba la idea anterior. Y, sin duda, les funcionó; sobre todo, a Cleopatra VII, a quien Julio César se refería sencillamente como “Egipto”. La mujer y el país eran como una misma cosa para él, algo que Shakespeare utilizó después en sus dramas.
Frente a la astucia, el pragmatismo y el buen juicio de estas mujeres, la incompetencia de los reyes ptolemaicos, con alguna salvedad. ¿Cree que el legado que sembraron estas reinas durante un siglo y medio modificó de algún modo los roles de género en el curso del período helenístico?
Bueno, pienso que fue un momento prácticamente único en la historia antigua, en el que un grupo de hombres se manifestó sin el menor interés por gobernar; les gustaban los lujos, pero carecían de ambiciones. Ante ese vacío de poder, nos encontramos con una serie de mujeres que, encantadas, lo llenaron. Siempre ha habido mujeres ambiciosas y muy capaces: Hatshepsut o, en cierto sentido, Nefertiti. Pero lo notable en el caso de las Cleopatras es que llenaron ese vacío de poder durante nada menos que ciento cincuenta años.
Aquí asistimos a una nueva forma de poder femenino, si bien no diría que sirvió como precedente de nada, porque enseguida se las borró de la historia. Cuando vencen los romanos, todo el mundo se olvida de ellas. Pero, en vida, sus súbditos sí que se las tomaron en serio, así como las potencias que rodeaban a Egipto.

Estatuilla de bronce de la diosa Isis sosteniendo una cobra sagrada. Los cleopatras se identificaban con frecuencia con (y como) esta deidad
En el epílogo se pregunta cuál fue su peor crimen y concluye: “Ser mujeres”.
Efectivamente. Los romanos inician una campaña de propaganda contra ellas, y hasta prácticamente hoy en día los historiadores, cuando se molestan en nombrarlas, las consideran como unas lady Macbeth o como unas tigresas que destrozaron a sus familias. Siempre las vemos en esos términos peyorativos. Por tanto, hablo muy en serio cuando digo que su peor crimen fue ser mujeres, porque hacer como mujeres cosas “propias” de hombres está mal visto. En el caso de un hombre, se asume que todo es parte del juego político, pero en el de una mujer se dice que han entrado en un mundo masculino, puesto que su rol fue concebido exclusivamente para ser esposas o madres.
En mayor o menor medida, a todas estas mujeres les movía el poder, y en eso quizá no fueran tan diferentes de los hombres. ¿Cambiaban sus estrategias para conquistarlo y asegurarlo?
Sí, sus estrategias eran diferentes. Vemos, por ejemplo, a Cleopatra III, la que más poder tuvo de todas, seguramente. Reinó durante treinta y tres años y participó de lo que podríamos denominar “poder blando”, para ganarse a los romanos y mantener la independencia de Egipto.
Lo que rechazo, sin embargo, es la percepción de que utilizaron su sexualidad para ganar o para mantener el poder. Sobre todo, porque no eran particularmente atractivas. Los retratos que tenemos de ellas nos muestran a mujeres feroces, no bellas. Cleopatra III parece un hombre, y esa representación no deja de ser una política deliberada, porque, al fin y al cabo, debía moverse en un mundo masculino, patriarcal. Sabía que la imagen de rubia tonta, por así decirlo, no le iba a funcionar y que los romanos no la habrían tomado en serio.

Representación de Cleopatra III, con rasgos masculinos, en la etapa final de su reinado, conservada en Viena
El Imperio Nuevo, la época de mayor esplendor de Egipto, hacía mucho que había quedado atrás. Con la dinastía ptolemaica, hablamos de inestabilidad, crisis y dependencia, sobre todo en los cincuenta años que mediaron entre la muerte de Cleopatra III y el ascenso de Cleopatra VII. ¿Cómo contribuyeron estas reinas a frenar la decadencia?
Gobernaron lo mejor que pudieron, dadas las circunstancias. Algunas estaban mejor dotadas que otras para resolver los problemas de Egipto. Por ejemplo, Cleopatra II tomó una decisión terrible con su hermano Ptolomeo VI, mientras que Cleopatra VII aprendió la lengua egipcia. Es decir, no todas gobernaron de la misma forma.
El Egipto ptolemaico era un territorio dividido, una sociedad colonial en la que era importante proyectar una imagen de estabilidad. En buena medida, las Cleopatras consiguieron guardar esa imagen y que el país siguiera creciendo, aunque ya no gozara de una gran prosperidad, ni se incrementara demasiado el territorio.
La primera de estas reinas fue Cleopatra Sira, una extranjera, hija de Antíoco III el Grande. Debió de ser todo un reto para ella adaptarse a los usos y costumbres de su país de acogida.
Sin duda. Es verdad que hablaba la misma lengua que los ptolemaicos, el griego, y que compartía con ellos la cultura helenística. Pero cualquier princesa extranjera casada con alguien de una dinastía foránea carga con las suspicacias de la corte.
Cuando Catalina de Aragón se casó con Enrique VIII, muchos cortesanos ingleses dijeron que estaba trabajando para los españoles, que era una espía. Cleopatra Sira debió de experimentar lo mismo, por lo que adoptó una política muy cuidadosa, hasta el punto de convertirse en una figura bastante popular entre los alejandrinos, una especie de princesa Diana de la época.
Lo fascinante es que, tras la muerte de su marido, durante el breve período en que fue regente, estipuló en su testamento que su hijo mayor debía casarse con su hermana, Cleopatra II. Es decir, aceptó la tradición ptolemaica de la endogamia, pensando que así le daría más poder a su hijo.

Cabeza de una reina ptolemaica, probablemente Cleopatra II
Ese tema del incesto hoy nos llama mucho la atención, pero en el contexto de la realeza era lo habitual; se veía como un símbolo de divinidad. Esto hace muy difícil encontrar no ya un matrimonio bien avenido, sino una relación fraterna más o menos sana. El enemigo estaba en casa.
Sí, al final todo esto crea un entorno muy claustrofóbico en el círculo de la realeza. Todos sus miembros están relacionados entre sí y, por tanto, son más capaces de cometer acciones terribles unos contra otros. Para la investigación de este libro leí muchos textos sobre la psicología de las familias; un tema fascinante. En las relaciones entre las Cleopatras y los Ptolomeos se aprecia muy bien ese antagonismo, pero también en los vínculos entre madres e hijas o entre hermanas, que fueron particularmente dañinas.
De alguna forma, he intentado mostrar algo de lo que se habla poco: la rivalidad entre mujeres. Tendemos a pensar que estas se apoyan mutuamente, y, cuando sucede así, es fantástico, pero también está la otra cara de la moneda. Y hablamos de un mundo muy desconocido para nosotros, en el que las mujeres son muy vengativas y siempre andan tramando, conspirando, igual que en Las amistades peligrosas, la novela de Choderlos de Laclos. La verdad es que me gustaría darle este libro a un psicólogo y preguntarle su opinión sobre esta gente.

El historiador Lloyd Llewellyn-Jones, autor de ‘Las Cleopatras’, en Madrid
No todas las Cleopatras que aparecen en el libro reinaron en Egipto. Una de ellas, Cleopatra Tea, hija de Cleopatra II y Ptolomeo VI, reinó en Siria, y desde ahí trató de poner un poco de paz en las relaciones entre su madre y su segundo esposo, Ptolomeo VIII. A su juicio, ¿estas reinas fueron más diplomáticas que guerreras?
No, por desgracia, no. Me gustaría haber encontrado evidencias para sustentar esa tesis, pero no las hay. Cuando Cleopatra Tea se convierte en reina de Siria, utiliza los problemas de Egipto, que tan bien conoce, para asentarse en el trono. Fíjese, hay un momento en el que tenemos a tres princesas ptolemaicas convertidas en reinas de Siria, algo similar a lo que siglos después pasaría con una dinastía como la borbónica, con su rama francesa y su rama española.
Pero ninguna de estas reinas murió en el campo de batalla.
No, pero sí que fueron reinas guerreras, todas. Cleopatra II se alió con un general del barrio judío de Alejandría. Cleopatra IV levantó un ejército ella misma y se puso al frente del mismo hacia Siria, en un momento en el que estaba luchando contra su propio hermano. Tampoco conviene obviar el papel de Cleopatra VII en la batalla de Accio, aunque no le saliera bien, ni el de su hermana menor, Arsínoe IV, que también lideró un ejército.
Las reinas asumieron un papel que, en general, los Ptolomeos no querían desempeñar. Ellas tenían el carisma y el poder para hacerlo, y, además, no les faltaba músculo financiero; mientras tengas dinero, puedes levantar un ejército de mercenarios de cualquier parte del mundo.

Placa identificada como Cleopatra IV, una mujer que parece haber tenido un considerable carisma
La famosa condena de la memoria –damnatio memoriae–, por la cual los faraones renegaban de sus predecesores caídos en desgracia, ¿hace que los historiadores se muevan siempre en el terreno de las hipótesis cuando se acercan a esta época? ¿Cómo ha puesto rostro a todas estas mujeres?
Lo que he procurado hacer desde un principio ha sido poner las fuentes hostiles romanas a un lado, con el fin de acceder a estas mujeres a partir de su propia documentación. Así, he leído un montón de inscripciones oficiales en griego, en demótico y en jeroglífico, papiros... Hay muchos papiros que hablan sobre las menudencias del gobierno diario, lo que nos permite ver a las Cleopatras en acción, el complejo funcionamiento de la burocracia. La idea es que, para hacerles justicia, tienes que entenderlas desde el mundo que las creó.
Aclaremos a nuestros lectores, si es posible, quién fue la verdadera madre de Cleopatra VII: ¿una cortesana griega, una concubina egipcia o Cleopatra VI Trifena?
Hay muchas especulaciones sobre ello. En las fuentes grecorromanas no se la menciona en absoluto, y esto ha dado pie a la especulación de historiadores y cineastas, que le han asignado los orígenes que se les han ocurrido. La imaginación es libre. Tenemos, por ejemplo, la tesis de una historiadora afroamericana que sostiene que Cleopatra fue negra. Pero esto es una locura. Es como si yo digo que fue galesa. No puedes decir eso, por mucho que te identifiques con ese icono. Por lo que sabemos, Cleopatra VII era una princesa ptolemaica, de herencia macedonia, hija de Cleopatra VI y de Ptolomeo XII (Auletes). Por tanto, no hay ninguna traza de negritud en su herencia. Si hubiera sido negra, los romanos, con su propaganda anticleopátrica, habrían encontrado un filón.

Cleopatra VI Trifena (izqda.) en un relieve del templo de Edfu
Todos conocemos a la última reina de la dinastía, pero ¿habría existido esta mujer sin el ejemplo de sus predecesoras?
Creo que ella entendía muy bien su historia familiar. Un buen ejemplo es que utilizó el título de la nueva Isis, seguramente porque una de sus tatarabuelas, Cleopatra III, con cuya memoria quería vincularse, se hacía llamar la Isis viviente. Tengo la sensación de que Cleopatra VII entendía la labor de sus antecesoras, y se apoyó en ello. Pero fue más allá. En primer lugar, jugó a la política internacional, ya que, por el dominio de Roma, no le quedaba más remedio que lidiar con ella.
La segunda cuestión es que si le hubiéramos preguntado cómo se definía a sí misma, habría dicho: “Soy una madre”. El nacimiento de Cesarión, el hijo de Julio César, lo cambió todo, y esto muchos historiadores no lo han entendido. Sus ambiciones no eran por su propio poder, sino en beneficio de su hijo. Mientras que Cleopatra III trató bastante mal a los suyos, Cleopatra VII fue muy diferente.
¿Cuál diría que fue su mayor logro?
Es muy interesante cómo entendía lo que hoy llamamos relaciones públicas. Aprovechó el asesinato de Julio César para significarse como la nueva Isis, por lo que Julio César era Osiris, un dios que había sido asesinado, y, por tanto, su hijo Cesarión sería el nuevo Horus. Se presentó como la madre soltera ideal, y esa imagen, sola con su hijo, sin un padre, resulta muy impactante.

Cleopatra VII, Ptolomeo XV (Cesarión) y Julio César
En un libro suyo anterior, Designs on the Past: How Hollywood Created the Ancient World, la portada mostraba a Elizabeth Taylor caracterizada como Cleopatra en la superproducción de J. L. Mankiewicz. ¿Cómo ha sido tratada por el cine esta figura histórica?
Cleopatra es un campo abierto para cada cultura, cada sociedad, cada período de la historia. Se ha hecho con ella lo que se ha querido. Ahora hay una exposición en el Instituto del Mundo Árabe, en París, sobre el misterio de Cleopatra, en la que ves cómo su imagen se ha ido transformando a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en el siglo XVI, se la representaba como una mujer hermosa, europea, rubia, como una cortesana veneciana, por ejemplo, mientras que en el período victoriano la vemos con miriñaques… La película de Mankiewicz es un homenaje a la moda de los sesenta. Lo más jugoso es cómo Richard Burton y Elizabeth Taylor eran una especie de Marco Antonio y Cleopatra más fuera que dentro de la pantalla, por los excesos y las fiestas.

Elisabeth Taylor en el papel de Cleopatra en la película estrenada en 1963
Y tanto en esa como en otras películas se insiste en el icono sexual, algo que su libro rechaza.
No va a encontrar en estas páginas a ninguna Cleopatra bañándose en leche de burra, pero he ahí una imagen compulsiva a la que volvemos maniáticamente, por así decirlo. Uno de los mitos que he intentado desmontar es la gran relación de amor entre Marco Antonio y Cleopatra. Simplemente, no era así. Marco Antonio era un tipo muy simple, un soldado que no tenía mucho en la cabeza, a quien le entusiasmaba el hecho de estar saliendo con una reina, por lo que se aprovechó de ello en espectáculos, banquetes… Ella lo conquistó jugando esa carta, pero no era una máquina sexual, sino una mujer muy inteligente que sabía seducir pensando.