La investigación médica forzada bajo el nazismo dejó decenas de miles de víctimas: prisioneros de guerra, sintis y romaníes, judíos, personas con discapacidad y otros grupos perseguidos fueron sometidos a crueles experimentos. Ahora, por primera vez, una base de datos interactiva recopila de manera sistemática los nombres, biografías y circunstancias de más de 16.000 personas que padecieron esta violencia, además de 13.000 casos que aún están pendientes de investigación.
El proyecto, desarrollado por la Sociedad Max Planck y la Academia Leopoldina de Ciencias y Humanidades, tiene como objetivo colocar a las víctimas en el centro. “Esta base de datos es un memorial digital”, explicó Heinz Wässle, director emérito del Instituto Max Planck de Investigación Cerebral, en una entrevista con SWR Kultur am Morgen. Y recordó que “solo se olvida a una persona cuando se olvida su nombre”, en referencia a un principio del Talmud.
Hasta ahora, la atención académica se había centrado sobre todo en los perpetradores. La nueva base de datos ofrece biografías, un mapa interactivo de los crímenes médicos y acceso público, aparte de la información básica, mientras que los detalles más sensibles se facilitan bajo petición para la investigación científica.
La investigación reúne a 13.000 casos más aún pendientes de resolverse
Más de 200 instituciones en Alemania y Europa participaron en los crímenes médicos del régimen nazi, según un informe de 2023 de la Comisión Lancet sobre Medicina, Nacionalsocialismo y Holocausto. El documento demostró como médicos y científicos justificaron esterilizaciones, eutanasias y asesinatos masivos apelando a la “afiliación racial”. Solo unos pocos fueron responsabilizados tras la guerra, y en muchos casos hubo una continuidad institucional: destacados especialistas de la Sociedad Kaiser Wilhelm —antecesora de la Max Planck— continuaron sus carreras sin trabas en la posguerra.
Los historiadores advierten que, durante décadas, datos obtenidos en campos de concentración fueron citados en revistas científicas e incluso considerados para experimentos posteriores, lo que prolongó el legado de la violencia en la ciencia. Ejemplos como el uso de resultados sobre la tolerancia al frío, antibióticos sulfonamida o el gas fosgeno muestran hasta qué punto el conocimiento médico se nutrió de experimentos atroces. Sin embargo, para algunos médicos, el valor científico de estas investigaciones fue limitado.
La revisión crítica de estas prácticas llegó tarde: no fue hasta los años ochenta y noventa que se realizaron entierros y revisiones de colecciones médicas con restos de víctimas, a menudo tras la presión social. La propia Sociedad Max Planck ya había investigado su pasado entre 1997 y 2007, aunque centrando la mirada en los culpables. Con la nueva base de datos, la prioridad ahora son las biografías de quienes sufrieron y murieron.
Para sus impulsores, el proyecto es tanto una herramienta de investigación como un memorial digital. Ofrece a familias y descendientes la posibilidad de conocer destinos hasta ahora ocultos y contribuye a una cultura de memoria en la era digital. La anatomista Sabine Hildebrandt, de la Universidad de Harvard, subrayaba a la Deutsche Welle que “la clasificación y la contextualización no son suficientes: deben complementarse con el nombre de las víctimas, sus biografías y su sufrimiento”.
La base de datos, disponible en inglés y abierta al público, constituye así un paso más en el esfuerzo por rescatar del anonimato a las víctimas de la medicina nazi y sirve para recordar que la responsabilidad de la ciencia frente a la violencia nunca prescribe. La experimentación con seres humanos no se limitó al nazismo: también se practicó antes y después en distintas partes del mundo, especialmente en contextos coloniales.