No hay paz en Ucrania ni la habrá a corto plazo. No, mientras Rusia no la quiera de verdad. Y no es el caso. El presidente ruso, Vladímir Putin, no ha alcanzado los objetivos que se propuso al iniciar la guerra en marzo del 2022 y mientras crea que los puede conseguir no va a parar. Lo que sí parece haber logrado, por el momento, es convencer a su homólogo estadounidense, Donald Trump, de su buena fe. Lo que dice tanto de su astucia como de la candidez de su interlocutor. Su plan es abortar el intento de EE.UU. de poner fin a los combates achacando toda la responsabilidad a la presunta intransigencia de Ucrania y Europa, y lograr que Washington se desentienda definitivamente del asunto, cortando la ayuda militar a Kyiv, levantando las sanciones a Rusia y restableciendo las relaciones bilaterales con la promesa de pingües negocios.
Como en el póker del mentiroso, gana quien logra engañar a sus adversarios. Rusia se está imponiendo en el campo de batalla -muy lentamente y con un coste humano terrible-, pero si Ucrania sigue resistiendo, no podrá mantener ese esfuerzo indefinidamente. La economía rusa empieza a estar dañada, debido fundamentalmente al desplome de sus principales ingresos (la venta de gas y petróleo), lo que le va a obligar a hacer fuertes recortes presupuestarios. Para sostener la guerra, Moscú necesita urgentemente el alivio de Washington y con Trump de nuevo en la Casa Blanca parece posible. Esa es su apuesta.
Putin ha desplegado todas sus dotes de seducción con el presidente norteamericano -que le admira y le ha rehabilitado como interlocutor a ojos de todo el mundo-, pero no ha ofrecido ni negociado nada. La cumbre de Anchorage (Alaska), con un Trump en el papel de anfitrión solícito y complaciente, lo demostró sobradamente. El líder ruso rechazó de plano el alto el fuego inmediato propuesto por el norteamericano -que asumió la negativa y cambió de opinión sin inmutarse- y las líneas rojas que puso sobre la mesa para acordar la paz eran inasumibles, entre ellas la cesión de los territorios ocupados por el ejército ruso… ¡y los no ocupados! Putin no se limitó a pedir la congelación del frente en el estado actual de los combates como era de esperar, sino que exigió que Kyv le ceda un territorio -la parte del Donbass en manos ucranianas- que no ha conseguido arrebatar al enemigo en casi tres años y medio de guerra a pesar de los miles de soldados que ha sacrificado en el intento.
Entre provocación y broma macabra, Rusia ha propuesto a Zelenski una cumbre en Moscú
Si la intransigencia de las condiciones no fuera suficiente prueba, el Kremlin ha empezado asimismo a dar largas a la celebración de un eventual encuentro entre Putin y el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, como propone EE.UU. No lo ha rechazado, porque eso implicaría desairar a Trump, pero ha enfriado las expectativas y avanzado toda suerte de argumentos dilatorios (alegando que primero ha de haber concienzudas reuniones preparatorias) y proponiendo como escenario del encuentro Moscú (lo que está a medio camino entre la provocación y la broma macabra). Lógicamente, Zelenski lo ha rechazado y ha presentado como alternativas países neutrales como Suiza, Austria o Turquía. Mientras tanto, las armas no callan y ayer el ejército ruso realizó su peor ataque en semanas con el lanzamiento de unos 600 drones y misiles en todo el país. Como mensaje de buena voluntad los hay más convincentes.
Europa podría negarse a participar en este juego de engaños, pero necesita a toda costa rescatar a Trump del embrujo de Putin y retenerlo a su lado. De ahí la cumbre extraordinaria celebrada este lunes en la Casa Blanca entre el presidente estadounidense y el ucraniano, escoltado por los principales líderes europeos. Allí estaban el británico Keir Starmer, el francés Emmanuel Macron, el alemán Friedrich Merz, la italiana Giorgia Meloni y el finlandés Alexander Stubb, acompañados por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el secretario general de la Alianza Atlántica, Mark Rutte. La presencia de Meloni –amiga del vicepresidente J.D. Vance- y de Stubb -que además de líder del principal país de la UE y la OTAN fronterizo con Rusia ha jugado al golf con Trump- era un guiño hacia el presidente norteamericano.

Ciudadanos ucranianos refugiados en el metro de Kyiv durante un bombardeo, ayer
La puesta en escena en la Casa Blanca tuvo momentos un tanto humillantes, como cuando todos ellos se sentaron -cual alumnos aplicados- frente a un Trump profesoral sentado en la mesa presidencial del despacho oval (donde, por cierto, los únicos útiles de trabajo eran su caja de rotuladores para firmar decretos y su móvil, sin rastro de un ordenador ni del más mínimo dossier) Pero el objetivo esencial era no quedar fuera del tablero de la negociación y mostrar un frente sólido y unido. Que en Anchorage se hubiera evitado, al menos aparentemente, lo que podría haber sido un nuevo Yalta no era suficiente.
Los europeos arrancaron de Trump un compromiso -fundamental- para que EE.UU. se implique militarmente en garantizar la seguridad de Ucrania en el marco de un eventual alto el fuego o acuerdo de paz. Europa es consciente de que solo la capacidad de disuasión norteamericana puede asegurar el cumplimiento de lo que se llegue a acordar, visto el poco valor que tiene la palabra -y la firma- de Rusia (en 1994 Moscú se comprometió, en el llamado memorándum de Budapest, a garantizar la soberanía e independencia de Ucrania, con el resultado conocido)
El secretario de Estado, Marco Rubio, es ahora el encargado de poner letra a la música. Descartado el envío de tropas norteamericanas a Ucrania -Trump ha sugerido que únicamente habrá “apoyo aéreo”-, la principal cuestión que debe dirimirse es hasta dónde llegaría, y bajo qué condiciones, la intervención de Washington en caso de que Rusia rompiera un eventual acuerdo y atacara de nuevo a Ucrania. Los europeos desearían que EE.UU. firmara algún tipo de compromiso vinculante, a semejanza del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte sobre la defensa colectiva de los miembros de la OTAN, pero está por ver que Trump quiera atravesar el umbral de las promesas.
La otra cuestión espinosa es el envío de tropas extranjeras a Ucrania para dar apoyo al ejército ucraniano, desde la retaguardia, en caso de un alto el fuego. Francia y el Reino Unido lideran una “coalición de voluntarios” dispuestos a enviar unos 20.000 soldados, pero esta buena disposición parece tener escaso recorrido. Rusia ya ha advertido que no quiere ver a ni un solo militar occidental en Ucrania -su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, lo ha calificado de “inaceptable”- y ha propuesto en su lugar un contingente chino, lo que Zelenski se ha apresurado asimismo a descartar. La continuidad de la ayuda militar norteamericana a Kyiv se plantea también como algo condicional: Ucrania se dice dispuesta a comprar armas a Estados Unidos por valor de 100.000 millones de euros… eso sí, con financiación europea (para Trump, bussines is bussines)
Nunca hasta ahora, desde el inicio de la guerra, había habido una actividad diplomática tan intensa con el objetivo de poner fin a la contienda, lo que ha de reconocerse como un mérito -probablemente el único, y aún con interrogantes- de Donald Trump. Sin embargo, todo indica que va camino de terminar en un rotundo fracaso. La incógnita es, cuando esta fase del juego acabe, quién habrá ganado la partida.