Sébastien Lecornu tomó posesión ayer como nuevo primer ministro de Francia en una jornada difícil y sintomática del signo de los tiempos: disturbios en las principales ciudades de país y drones rusos en el cielo de la aliada Polonia.
En su brevísima declaración de apenas tres minutos durante el traspaso de poderes, el sucesor de François Bayrou en el palacete de Matignon dijo que es urgente superar “el desfase entre la situación política y lo que espera la ciudadanía”. Aludía implícitamente a la protesta contra los planes de austeridad del Gobierno y la política del presidente Macron.
Lecornu, que aún es también el titular de Defensa mientras no se designe a un sustituto, fue sensible al contexto europeo e insinuó que Francia ha de ser consciente de lo que está en juego y no mirarse tanto el ombligo. Además de corregir el desfase interno, se impone, pues, hacerlo con “el desfase entre la vida política interna y la vida geopolítica global”.
A sus 39 años, Lecornu es el único ministro presente en el Gobierno desde que Macron llegó al Elíseo en el 2017. Aunque procedente de la derecha, encarna como nadie el macronismo, y de ahí la violenta respuesta de parte de la oposición a su nombramiento.
Pese a las imágenes espectaculares de los disturbios, la protesta no consigue bloquear Francia
Una prioridad del nuevo premier será tratar de otra manera a esa oposición para convencerla. “Habrá que ser más creativo, más técnico, más serio”, dijo, junto a un Bayrou -derribado el lunes en una moción de confianza– que podía interpretar la frase como una reprimenda. “Hará falta una ruptura, no solo en la forma y el método, sino en el fondo”, recalcó.
Realizar el relevo en plena protesta en la calle supuso un gesto de coraje. Ya de madrugada hubo bloqueos de vías de comunicación, estaciones de tren y otras infraestructuras en grandes ciudades como París, Lyon, Marsella, Rennes, Nantes o Montpellier.
Algunas imágenes fueron espectaculares. Barricadas en llamas, cargas de los antidisturbios, bases lacrimógenos, un autobús incendiado, la escenografía habitual de una población con tendencia a las algaradas. Pero la verdad es que la movilización real, según las cifras de las prefecturas, fue modesta. Mucho ruido mediático, pero vida normal para la inmensa mayoría de la población. Lo mismo ocurría durante la interminable revuelta de los chalecos amarillos , hace unos años, aunque aquella protesta provocó mucho daño económico en los comercios, dejó exhausta a la policía y muy tocado a Macron, que jamás se recuperó del golpe pese a ganar la reelección frente a Marine Le Pen.
Según el balance oficial, hubo 675 detenciones en todo el país y 34 policías heridos leves. El Ministerio del Interior movilizó a 80.000 agentes. Delante tuvieron a casi 200.000 personas que protestaban (250.000 según los sindicatos) y realizaron unas 850 acciones.
A los sectores económicos les preocupa la subida de los tipos de interés de la deuda
Las autoridades francesas no pueden bajar la guardia porque siempre hay el riesgo de que el movimiento “Bloqueemos todo” tenga continuidad o gane vigor con la huelga convocada por los sindicatos el día 18 de este mes. No se habla de huelga general porque cuesta mucho que lo sea y luego hay decepción. Será, con todo, otro desafío al flamante premier.
Este momento político y social tan agitado crea inquietud por los efectos económicos y financieros. En su editorial, el rotativo Les Echos , portavoz del sector de los negocios, lamenta que “un pequeño triángulo” de poder en la capital –el que forman la Asamblea Nacional, el Elíseo y Matignon–esté causando tantos problemas a Francia por la negligencia de la clase gobernante. “No debe pensarse que lo que sucede a orillas del Sena no tiene consecuencias”, escribió el periódico, mientras recordaba que los tipos de interés de los bonos de deuda franceses a diez años han superado el umbral de los españoles, italianos, portugueses y griegos.