A Emmanuel Macron se le ha pegado la crisis política a la piel como al capitán Haddock el pertinaz esparadrapo de El efecto Tornasol. Al igual que el amigo del célebre Tintin, que en su intento de deshacerse del apósito lo va enganchando a todos los que tiene alrededor para que al final vuelva irremisiblemente a él, el presidente francés gira y gira en un bucle interminable intentando -infructuosamente- salir de la crisis en la que él mismo sumió al país con su decisión de disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones anticipadas en el verano de 2024. Desde entonces, la vida política francesa -y, por ende, la europea- es un sinvivir.
El anuncio de cada nuevo Gobierno en Francia sigue siempre el mismo patrón: el secretario general del Elíseo sale al patio central del palacio presidencial y, desde lo alto de la escalinata, o a veces en una sala interior, va desgranando los nombres de los nuevos ministros. Al día siguiente, en cada ministerio se producen los relevos, con sonrisas, discursos, aplausos y algún llanto de despedida (al menos, cuando los ministros duraban)
El pasado domingo, 5 de octubre, siguiendo la costumbre, el secretario general del Elíseo, Emmanuel Moulin, leyó el nombre de los 18 ministros del nuevo gabinete de Sébastien Lecornu, designado primer ministro el 9 de septiembre anterior. Faltaban pocos minutos para las 8 de la tarde -siempre al caer la noche, otro hábito- y todo parecía arrancar, una vez más, como siempre. Salvo que esta vez el nuevo Gobierno iba a tener el recorrido más corto de la historia de la V República y más allá: catorce horas después, Lecornu presentaba su dimisión al presidente y, con ella, la del nuevo Ejecutivo. Más fugaz que un relámpago.
Los barones del núcleo macronista piensan ya en la elección presidencial de 2027
Las disensiones en el seno de la propia mayoría presidencial mataron al nuevo Gobierno prácticamente en el huevo. Disensiones más oportunistas que políticas, todo hay que decirlo. Cada vez falta menos para la próxima elección presidencial -en la primavera del 2027-, Macron no puede volver a presentarse y todos los barones y aspirantes del llamado núcleo común intentan tomar posiciones en la parrilla de salida. Quien primero rompió las hostilidades fue el ministro del Interior, Bruno Retailleau, líder de Los Republicanos (la última marca de la derecha gaullista de toda la vida, aunque más ultra que nunca), responsable principal de esta enésima crisis. Pero pronto le siguieron dos ex primeros ministros, Gabriel Attal y Édouard Philippe, que se mostraron críticos con el presidente (y el segundo de ellos le instó directamente a presentar también la dimisión)
El apenas nato gobierno de Lecornu era el quinto del segundo mandato presidencial de Emmanuel Macron y el tercero desde que -en una apuesta suicida por recuperar la mayoría absoluta perdida en 2022- convocara elecciones anticipadas y acabara todavía peor de lo que estaba, dejando un cuadro ingobernable. Desde entonces, Macron ha tratado infructuosamente de seguir gobernando sobre la base de una alianza entre su coalición de centro liberal y la derecha republicana, una mayoría insuficiente que ha chocado con la oposición de los dos principales grupos de la cámara: la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular (NFP) y la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional (RN).
La imagen de Emmanuel Macron, de fondo, en la intervención televisiva del primer ministro francés en funciones, Sébastien Lecornu, el miércoles
Lecornu, en un último servicio a Macron, ha logrado reunir un consenso mayoritario -excluido el RN- para evitar nuevas elecciones en este momento, por lo que el nombramiento de un nuevo primer ministro es inminente. Pero los obstáculos para el nuevo Gobierno, que tiene la imperativa obligación de aprobar los presupuestos, serán los mismos.
La inestabilidad francesa, de importantes consecuencias para Europa, es algo más que el fruto del empecinamiento de una persona -que también-. Es el resultado del colapso definitivo del régimen presidencialista de la V República, que hasta ahora había garantizado gobiernos y mayorías sólidas y que, en una situación de fragmentación como la actual, no responde. Casi siete décadas con este sistema de poder vertical, de ordeno y mando, han generado además una clase política incapaz para el compromiso y el pacto que dificulta enormemente la salida de la crisis.
Las coaliciones son la receta más común de gobierno en Europa. Al margen de Grecia y de Hungría, el resto de países de la UE están gobernados hoy por coaliciones -algunas, múltiples- o tienen ejecutivos en minoría que necesitan el apoyo parlamentario de otras fuerzas políticas. Esto, en un contexto de creciente fragmentación, ha llevado en los últimos tiempos a sucesivos adelantos electorales en todo el continente: los próximos comicios adelantados están previstos el 29 de octubre en los Países Bajos, después de que el extremista Partido de la Libertad de Geert Wilders rompiera el acuerdo de coalición con otros tres partidos.
El resultado de todo ello es una acumulación alarmante en toda Europa de gobiernos frágiles, cuyos inestables equilibrios de fuerzas lastran todavía más la toma de decisiones a nivel europeo. Y dejan a la UE con su motor tocado. Es obvio que Francia no está en disposición hoy de tirar del carro, aunque Alemania -con un movedizo gobierno de coalición entre democristianos y socialdemócratas, con intereses contrapuestos- no está tampoco en su mejor momento, ni económico ni político.
Los otros grandes afrontan también serias dificultades, con la excepción de Italia, donde Giorgia Meloni -líder de Hermanos de Italia, coaligada con otras tres fuerzas- ha logrado consolidar un Gobierno, hoy por hoy, estable. En España, Pedro Sánchez, al frente de una coalición de izquierdas -una rareza hoy en Europa- en minoría, apenas tiene fuerza para llevar adelante sus proyectos legislativos, incluidos unos nuevos presupuestos. Y en Polonia, la coalición múltiple que dirige Donald Tusk debe enfrentarse, tras el tropiezo en las elecciones presidenciales de junio, a un jefe del Estado adverso con una amplia capacidad de veto.
En un momento en que Europa se enfrenta a la necesidad existencial de tomar decisiones trascendentales y dar un decisivo paso adelante, el panorama de los gobiernos nacionales no ofrece mucha confianza.
· Voto euroescéptico. El populista multimillonario Andrej Babis, trumpista y euroescéptico declarado, ganó las elecciones legislativas del pasado sábado en la República Checa, de la que volverá a ser primer ministro. Su partido, Acción de Ciudadanos Insatisfechos (ANO, por sus siglas en checo), cosechó el 34,6% de los votos, en detrimento de la alianza de centroderecha liberal Juntos (Spolu) del actual primer ministro, el conservador Petr Fiala, que logró el 23,2%. De todos modos, Babis no alcanzó la mayoría absoluta y ya avanzó su intención de negociar un gobierno de coalición con el partido de extrema derecha Libertad y Democracia Directa (SPD) y la formación populista derechista Los Propios Automovilistas (Motoristé sobe), que rechazan el plan de la UE de prohibir a partir del 2035 la venta de coches de motor de combustión.
· Doble censura superada. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, superó ayer las dos nuevas mociones de censura a las que se enfrentaba en el Parlamento Europeo gracias al apoyo férreo de la coalición integrada por populares, socialdemócratas y liberales. En junio pasado ya tuvo que superar otra. Una de las mociones había sido presentada por el grupo de extrema derecha Patriotas (liderado por el Reagrupamiento Nacional francés, en el que está Vox) y los izquierdistas de The Left. Cuestionada por un lado y por otro, Von der Leyen no pasa por uno de sus mejores momentos, como tampoco la alianza europeísta entre populares y socialdemócratas, sometida a fuertes tensiones internas.
· Aranceles de ida y vuelta. La Comisión Europea ha decidido poner freno a su vocacional apertura comercial y proteger la producción europea de acero, muy castigada por los aranceles aprobados por Estados Unidos -cuya reducción sigue en el alero- y la competencia de otros países productores, como China, en un contexto de sobreproducción mundial. Las medidas preparadas por Bruselas consisten en reducir la cuota de importación de acero extranjero libre de aranceles hasta las 18,3 millones de toneladas (un 47% menos que en la actualidad) y doblar los aranceles para quienes excedan estas cuotas del 25% al 50%.


