Zelda La Grange,secretaria personal de Nelson Mandela durante sus últimos 19 años:

“Mandela me repetía: ‘Una guerra civil la pierden hasta los ganadores’”

Tengo 55 años; Mandela, tras 27 en prisión, me enseñó que la felicidad es la decisión de ser mejor y ayudar a los demás a serlo. Nací blanca en la Sudáfrica del apartheid y con Mandela descubrí que algo en todos nosotros nos conecta más allá de razas e ideologías. Si hablas a alguien en su lengua, le llegas al corazón. (Foto: Llibert Teixidó)

¿Cómo era la Sudáfrica del apartheid?

Soy afrikáner. Somos descendientes de los europeos que huyeron de la persecución religiosa, la mayoría de los Países Bajos, y hablábamos holandés y hoy su dialecto, el afrikáans.

¿Cuántos son ahora en Sudáfrica?

Cinco millones. Entonces éramos una minoría que subyugaba a una mayoría en un régimen racista.

¿Y en la cúspide mandaban los británicos?

Nos ganaron la guerra de los bóers. Y se quedaron la tierra y los recursos de todos a principios del siglo XIX. Ingleses y afrikáners dominábamos a todas las tribus afri­canas: xhosa, zulú, pedi, tswana... Hoy hay nueve lenguas oficiales africanas en mi país.

¿Se entienden?

No es fácil. En 1994 yo había sido educada para creer que por ser blanca era superior. Con esa mentalidad, me presenté a una prueba para ser secretaria en la oficina de Nelson Mandela, que ya había ganado las primeras elecciones libres en la historia de mi país.

¿Fue difícil entrar en su gabinete?

Trabajé duro y gané, pero no sabía que estaría tan próxima a él. Éramos cinco en el gabinete presidencial. Al retirarse en 1999, me eligió a mí como única secretaria personal.

¿Por qué a usted?

A los afrikáners nos educan para valorar la lealtad sobre todo y para rendir en nuestro trabajo. Y yo había hecho honor a esos valores durante cinco años. Teníamos una relación especial. Me trataba como a su nieta.

¿Y usted a Mandela como su abuelo?

Era ya mayor y necesitaba ayuda. Lo dejé todo desde los 24 años en que lo conocí hasta cuando falleció y yo tenía 43. Quise seguirle por el mundo, porque todo el mundo lo quería y se le invitaba en todas partes.

¿Qué le contaba Mandela?

La única historia de mi país la había escrito la minoría blanca. Yo formaba la mejor parte de ella y no había alternativas. No había internet, ¿sabe? Mandela me contó otra historia.

¿Le hablaba en inglés?

Me hablaba en mi propia lengua, en afri­káans, la lengua de quienes le habían oprimido a él y a su pueblo. Al empezar a hablar conmigo un día me dijo: “Si hablas a una persona, llegas a su cerebro; pero si le hablas en su lengua, llegas al corazón”.

¿Y le llegó?

Destruyó mis defensas afrikáners. Y quise saber qué era el Congreso Nacional Africano (ANC) y trabajar con él. Así empecé mi largo proceso con Mandela de desaprender nuestro supremacismo y la violencia racista.

¿Cómo pasó Mandela de la lucha armada que inició a la lucha sin armas?

Cuando alguien te agrede con violencia, parece obvio que debes responder con violencia, y el gobierno sudafricano ejercía la violencia contra Mandela y su pueblo a diario. Pero él tomó una decisión revolucionaria: abandonar las armas y luchar sin ellas.

¿Por qué abandonó las armas?

Mandela me repetía: “Una guerra civil la pierden hasta los ganadores”.

Hubo violencia entre ANC y los zulú.

Fue terrible, por eso aprecio más aún que Mandela nos salvara del desastre y dolor de una guerra civil generalizada cuyas consecuencia hubiéramos soportado de por vida.

Entonces parecía una guerra inevitable.

Él la evitó poniendo siempre el interés de todos, incluso el de sus opresores, por encima del suyo propio y el de su partido. Y así logró el apoyo de la comunidad internacional que le permitió derrotar al apartheid.

¿Cómo definiría el legado de Mandela?

Mandela siempre eligió la humanidad frente a las ideologías; siempre valoró más a las personas que a los partidos, empezando por el suyo propio. Por eso conectó y conecta con la humanidad entera.

¿Por qué cree que es un legado vigente?

Conectar con el ser humano que hay en cada uno de nosotros más que con el que vota, el que odia, el que mata... Es posible y lo mostró a toda la humanidad.

Y perdonó a su carcelero: ¿por cristiano?

Fue educado como cristiano metodista, pero me contó que su inspiración la adquirió meditando en su celda durante 27 años. Por eso logró apoyo universal, porque supo comunicar algo profundo que está en todos nosotros, de cualquier religión, raza o cultura, y nos hace mejores.

¿Lo vio usted poniéndolo en práctica?

Cuando le juzgaban era amable con sus acusadores: la forma, decía, en que tratas a alguien, incluso a tu enemigo, determina cómo te tratarán a ti.

¿Su mayor logro como presidente?

Mi amigo John Carlin contó cómo Mandela unió a toda Sudáfrica, los que le odiaban y los que le amaban, en apoyo de nuestra selección durante el Mundial de rugby. Yo había nacido en un país marcado por ese odio y cuando nos vi unidos por primera vez, lloré y sonreí cuando me miró, porque tenía una sonrisa contagiosa.

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