Impresionante imagen de la exhumación, que no descubrimiento, de un sector de la muralla medieval de la Rambla. Los detalles arquitectónicos modernos que asoman permiten confirmar que la excavación se efectúa en el sector ajardinado del palacio Moja.
El crecimiento de la Barcelona romana obligó a tomar una gran decisión urbanística: efectuar una gran ampliación del recinto amurallado. No se trataba, pues, de una motivación defensiva, por supuesto implícita, sino de incorporar los nuevos asentamientos afincados extramuros. Era ya irrenunciable no llevar a cabo semejante integración de signo unitario urbano en el terreno de la vida ciudadana.
Al nacer la Rambla, fue mantenido este gran muro que en aquel entonces no era un estorbo
En 1260 principiaba por fin la construcción del nuevo perímetro. Suponía tender una alineación que iba a marcar ya en el costado izquierdo (según se baja) lo que acabará delimitando el perfil de la futura Rambla.
Esta muralla gótica fue reforzada con una serie de almenas y torres poligonales. A su largo ofrecía cinco portales, abiertos en puntos estratégicos ligados a la movilidad de los barceloneses, tal como se echa de ver sobre todo en dos casos: el de Santa Anna y el de Boqueria facilitaban el encuentro y prolongación de caminos ya consolidados; el primero enlazaba con Sarrià, y el segundo, con Llobregat. Los restantes eran: Portaferrissa, Escudellers y Fra Menors.

Se exhuma el lienzo sobre el que va a ser construido el popular almacén Sepu
En 1774 fue autorizado el derribo de la torre con el fin de construir el palacio Moja, que iba a realzar con belleza y vistosidad la esquina de la calle Portaferrissa. El proceso fue lento. La prueba es que no comenzó a ser habitado hasta 1785.
En 1934, el conde de Güell, a la sazón propietario, decidió introducir una reforma contundente en la fachada de la Rambla. Podía haber desequilibrado el conjunto, pero el proyecto se hizo con mesura y habilidad. Y así se introdujo el largo y amplio pórtico que favorecía a los peatones, dada la angosta acera existente.
Se optó mutilar el jardín contiguo para levantar un edificio destinado a ser la fachada de un establecimiento comercial, que se hizo muy popular: SEPU, acrónimo de Sociedad Española de Precios Únicos.
En los años cuarenta y en su fachada se anunciaba justo bajo el nombre una novedad que leída rápido provocaba regocijo al convertirse en: “Sepu tea a las 5 de la tarde”.
CUADERNO BARCELONÉS
Asignatura pendiente
A vueltas con el Tramvia Blau. Y hace ya demasiados años que dura esta historia, de problemática creciente. Se acaba de dar una situación nada sólita: la unanimidad municipal para que se afronte sin demora el camino de la solución viable. Y es que lo único que se consigue en estos casos es que mantenerlo arrinconado no hace más que encarecer el coste. Ahora se fija ya en 46 millones, y seguirá aumentando tal como manda la sabida tradición económica. Vale la pena hacer hincapié en que el Tramvia Blau es un fenómeno de singular rareza: es un sentimiento enraizado en la memoria colectiva barcelonesa. Y contra eso no se debe jugar. Vaya un ejemplo indicativo: mi amigo Josep M. Mas compró una unidad abandonada, la restauró con amor y la plantó en su jardín. Ya es hora de poner manos a la obra y afrontar el camino más efectivo y razonable para resolver de una vez este lamentable episodio iniciado bajo el mandato Colau. Y siguen empeñados en querer el tranvía por la Diagonal, pese a que el coste de esa aventura nociva no hace más que aumentar y mantiene la opinión en contra.