Andrés Roca Rey, ganado en comparecencias anteriores el fervor del público de Pamplona (los cánticos de ¡Perú, Perú!!, desde los tendidos de sol como banda sonora) era el único torero anunciado dos tardes en los Sanfermines 2025 y en ambas el silencio final en sus cuatro toros como balance. Cierto que si hoy en su primer toro hubiera acertado con el estoque, tal vez pudo cortar una oreja tras faena nutrida de efectos especiales que fueron jaleados, pero en la que faltó poso y reposo. En el quinto de nuevo muchos muletazos, no todos en divina forma, en faena, que fue de poco a menos y, otra vez, mal en la suerte suprema.
Juan Ortega, que toreó despacio y con buen pulso al que abría plaza, dejando detalles de su sentida tauromaquia, lo estropeó a la hora de matar. El cuarto, el “de la merienda” no dio opciones.
Completaba la terna Pablo Aguado que en su primero toreó con primor con el capote y con cadencia y primor muleta en mano, en series por los dos pitones reunidas y de buen trazo, con remates henchidos de torería. Tenía el triunfo en la mano y se le escapó con el estoque.
El que cerraba plaza, muy apagado, apenas dio para muletazos templados y a media altura, que fueron más largos y ligados al natural.
El torero Pablo Aguado
En su genial “Tardes de soledad” Albert Serra, que en principio iba a confrontar a Roca Rey y Aguado, a los que siguió y filmó un par de temporadas, en el montaje final desechó (por motivos que él mismo ha explicado) todo lo correspondiente al diestro sevillano y dejó al peruano como único protagonista humano. El protagonista animal es el toro, claro.
En la tarde sanferminera, con amenaza de truenos, agua y granizo que, por fortuna, no llegaron, la única ovación fue para Pablo Aguado, mientras Roca Rey (también Ortega) se iba no en soledad, pero sí entre silencios, esos silencios que en Pamplona son tan ruidosos.


