El príncipe valiente y las barbas de Villalibre

Ascenso del Levante

El Levante celebra con su afición el regreso a la máxima categoría del fútbol español, logrado en un dramático partido que compensa el trauma vivido hace tres años 

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Cientos de aficionados se acercaron hasta la plaza de la Virgen para saludar a la plantilla del Levante UD ascendido a Primera División en la penúltima jornada de Segunda División. 

Biel Aliño / EFE

Todo cuento necesita un villano, toda epopeya, un héroe. Ni el innombrable Voldemort ha provocado tantas pesadillas en los niños levantinistas como el barbudo Asier Villalibre, al que llaman el ‘búfalo’, cuya despiadada sangre fría al marcar de zurda un postrero penalti en el Ciutat de València hace tres años arruinó las esperanzas de una afición granota incrédula, muda ante la justificada euforia de los vitorianos. Porque allí, en la llanada alavesa, el ogro de nuestro relato es caballero andante.

Las puertas de la Primera División se cerraban para un club histórico y lo condenaban a seguir padeciendo en el purgatorio de la Segunda División, a una pena además de plazo incierto, porque el pedigrí sirve de poco en una Liga Hypermotion plagada de aristócratas del fútbol venidos a menos: ahí está el Zaragoza rozando el descenso al pozo de la Liga RFEF, ahí batallan Málaga, Granada, Sporting, Oviedo, Depor... En el proceloso piélago de los impagos, los cambios de entrenador, los fichajes frustrados. Por pura estadística, una vez en Segunda es más fácil hundirse que salir a flote.

El pedigrí sirve de poco en una Liga Hypermotion plagada de aristócratas del fútbol venidos a menos

Como saben bien los porteros suplentes, un campeonato de liga es una cosa muy larga. Y la de Segunda lo es especialmente, con esa crueldad añadida que llaman play off, que te obliga a vivir el drama de una Copa cuando ya aprieta el calor en muchos campos, con el peso de toda una temporada en las piernas. Solo el ascenso directo permite ahorrarse el infartante trámite, pero es un título tan caro de lograr que obtenerlo desata una euforia superior a la que viven quienes están acostumbrados al éxito.

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El president de la Generalitat, Carlos Mazón, muestra la camiseta conmemorativa que le entregó el presidente del Levante UD, Pablo Sánchez (dcha). 

Biel Aliño / EFE

El fútbol es, no hay duda, un empeño colectivo. Pero no hay épica sin héroe. Y el fútbol los da a menudo improbables. Destacaba un comentarista lo poco que Carlitos Álvarez había aportado el domingo en El Plantío, cuando el joven andaluz controló un balón casi al límite del tiempo y, desplazándose hacia la izquierda con la urgencia de quien sabe que el tiempo se agota, volcó en su zurda el entusiasmo de aquel niño que deslumbraba en la cantera del Sevilla, y disparó hacia la escuadra de los goles soñados, los que marca a medias la desesperación y a medias la destreza de un talento entrenado.

Antes hubo que correr, sufrir, remontar... Tuvo que aparecer el comandante Morales, fue necesario superar el shock de un penalti fallado, seguir y seguir cuando en el 84 el partido estaba perdido... Y buscar aún más premio cuando alguno aconsejaba ser prudente y no arriesgarse a una contra mortal. En estas tardes antiguas de mayo, cuando hay tanto en juego que los partidos unifican su horario para evitar suspicacias, y vuelven los frenéticos carruseles... ¡hay gooool en El Plantíoooo! Porque apareció Carlitos, el príncipe valiente, un 10 de los de toda la vida, de los que media grada discute y otra media grada adora, para borrar de las pesadillas granotas la barba de Villalibre y ganarse un puesto en la memoria feliz de una sufriente afición.

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La delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Pilar Bernabé, acompañada por el presidente honofrífico del equipo, Paco Fenollosa.

Biel Aliño / EFE
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