Tu historia
Españoles en el extranjero
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Como muchos estudiantes universitarios, Pablo Reyes soñaba con estudiar en el extranjero para descubrir nuevas formas de entender el mundo y distintos estilos de vida. A los 24 años, decidió dar el paso y poner rumbo a Dinamarca para realizar su Erasmus. Lo que en un principio parecía una simple experiencia académica se convirtió en una lección de vida: allí conoció un sistema educativo más participativo y práctico, y una forma de vivir pausada, equilibrada y consciente, muy alejada del ritmo al que estaba acostumbrado en España.
Lo que empezó como una vía de escape de la rutina universitaria y la precariedad laboral en Granada terminó transformándose también en un punto de inflexión personal. Tras licenciarse en Economía y cursar un máster en Business Management en el país nórdico, descubrió que su verdadera vocación no estaba en los números, sino en la interpretación.
Conversamos con él sobre su paso por Dinamarca, las diferencias culturales y educativas que más le sorprendieron y cómo aquella experiencia cambió para siempre su manera de entender el trabajo, la educación y la vida.
Pablo Reyes estudió en Dinamarca
¿Por qué decidió irse a estudiar de Erasmus a Dinamarca?
Sentía que no estaba en un buen momento. Me daba cuenta de que estaba atrapado en una rutina: siempre con las mismas personas, sin poder salir de ese bucle, y necesitaba un cambio. Además, trabajaba en bares para poder pagarme la universidad, y aquello era un desastre. Vivía en Granada, estaba hasta arriba de trabajo y eso me generaba muchísima ansiedad. Me pagaban fatal y apenas tenía tiempo para estudiar. Así que pensé que, si me iba de Erasmus, podría respirar un poco y aprovechar mejor el tiempo.
Elegí Dinamarca porque allí los estudiantes suelen trabajar, incluso los que están de Erasmus. Te dan un permiso para hacerlo, y eso me daba cierta tranquilidad, porque necesitaba tener algo de estabilidad económica. Sinceramente, con las condiciones que tenía en España, era imposible seguir así.
Estudiando en Dinamarca, me puse a trabajar a tope y llegué a ganar más de 3.000 euros al mes
¿Le costó encontrar trabajo cuando llegó?
Al principio me dediqué a hacer amigos, a empezar las clases en la universidad y también me apunté al equipo de fútbol. Allí conocí a un chico que tenía un amigo con un restaurante y necesitaba a alguien para fregar platos. Acepté el trabajo, pero la verdad es que el dueño se aprovechó bastante: me pagaba incluso menos de lo que cobraba en España.
Un día, hablando con uno de mis compañeros de piso, me contó que trabajaba repartiendo en bicicleta para una aplicación. Me animé a probar, y con ese trabajo llegué a ganar casi 30 euros la hora. Como ya estaba acostumbrado a andar en bicicleta y estaba en buena forma, podía hacer muchas entregas y ganar bastante dinero. Gracias a eso empecé a tener estabilidad económica y, por primera vez, pude centrarme en otras cosas que no fueran simplemente trabajar para sobrevivir.
Una de las cosas que Pablo se ha llevado de Dinamarca es el hábito de desplazarse en bicicleta
¿Fue fácil compaginarlo con los estudios?
No, podía compaginarlo bien. Al principio trabajaba tres días a la semana y ganaba unos 300 euros por semana, más o menos 1.200 euros al mes. Con el tiempo me fui animando y empecé a trabajar más. Cuando llegó la pandemia —que me pilló en Dinamarca—, allí no hubo confinamiento, pero sí cerraron los restaurantes. Aun así, seguían enviando comida a domicilio, y el trabajo se disparó. Salía a repartir y podía llegar a ganar casi 60 euros la hora. Como no tenía mucho más que hacer, me puse a trabajar a tope y llegué a ganar más de 3.000 euros al mes.
¿Cómo perciben los daneses el equilibrio entre su trabajo y su vida personal en el día a día?
La gran mayoría de convenios en Dinamarca establecen una jornada laboral de unas 37 horas y media semanales. Ahora en España se está debatiendo eso, pero allí es algo muy común desde hace años. Y eso ya marca una gran diferencia en cómo entienden la vida y el trabajo.
Además, suelen empezar a trabajar bastante temprano, sobre las ocho de la mañana, y a eso de las once o doce ya están comiendo. La mayoría termina su jornada entre las tres y las cuatro de la tarde, así que tienen toda la tarde libre. No todo el mundo sigue exactamente ese horario, claro, pero en general la cultura laboral prioriza salir pronto y disfrutar del tiempo personal.
Es una sociedad muy bien organizada para que la gente pueda trabajar, vivir bien y tener tiempo para su familia
Los padres salen de trabajar a media tarde, recogen a los niños del colegio y pasan tiempo con ellos. Y si terminan más tarde, los pequeños pueden quedarse haciendo actividades sin que eso suponga un gasto extra. Es una sociedad muy bien organizada para que la gente pueda trabajar, vivir bien y tener tiempo para su familia.
¿Hubo alguna otra cosa que le sorprendiera de su estancia en el país?
Otra cosa que me llamó la atención fue la cantidad de servicios públicos y accesibles que tienen. Las guarderías están muy subvencionadas, y si los niños se quedan un poco más, el coste es mínimo. Hay piscinas municipales, centros deportivos, saunas, pistas para jugar al fútbol, baloncesto o incluso hockey sobre hielo, y todo eso a precios muy bajos o directamente gratuitos.
Pablo Reyes descubrió en Dinamarca que su vocación era la interpretación
¿Qué diferencias encontró entre la universidad danesa y la española?
El primer día de clase, la profesora puso una imagen de Aragorn, el personaje de El Señor de los Anillos, y preguntó: “¿Quién sabe quién es?”. Todos levantamos la mano. Yo contesté algo como: “Es un tío valiente”, y añadí un par de cosas más. Entonces otro compañero pidió la palabra y, cuando empezó a hablar, parecía el presidente del Gobierno dando un discurso. Me quedé alucinado.
Y es que allí, desde pequeños, los enseñan a expresarse. Desde los tres años les hacen hablar en público, dar su opinión y argumentarla. No les da vergüenza, saben comunicarse muy bien y, además, todo el mundo escucha y respeta. Eso en España no lo había visto nunca.
También trabajan muchísimo en equipo. En lugar de tener un profesor explicando durante horas para que luego lo memorices y lo “vomites” en un examen, allí te plantean un caso práctico. Te dividen en grupos —a veces tú los eliges, a veces el profesor—, lo analizáis juntos y después lo presentáis en clase. El resto de los compañeros actúa como si fueran inversores o clientes: te señalan los puntos fuertes, los débiles, qué se podría mejorar o qué no ha quedado claro. Es un enfoque completamente distinto, mucho más participativo y práctico.
Desde niños, los daneses saben comunicarse muy bien y, además, todo el mundo escucha y respeta
¿Tenías algún soporte como estudiante internacional?
Había una coach para todos los estudiantes, daneses e internacionales, que te acompañaba según lo que estudiabas y tus motivaciones profesionales. Por ejemplo, si cursabas Economía, te orientaba en función de tus intereses y tu forma de ser para ayudarte a encontrar el área donde pudieras ser más feliz o rendir mejor.
La sorpresa fue que, al empezar con ella, me dijo: “Pablo, no te veo en ningún sitio”. Yo le respondí: “¿Cómo que no? ¡Si en Economía hay mil cosas!”. Pero insistía: “No encajas en Economía”. Analizaba el perfil psicológico de los estudiantes y el mío se salía completamente del patrón.
Empezamos entonces sesiones más centradas en lo profesional, casi como de psicología. Al final llegamos a la conclusión de que debía salir de ahí. Me hizo preguntas muy interesantes sobre mi infancia y sobre las cosas que me habían quedado por hacer, y así comenzó todo el proceso de descubrimiento que me llevó a darme cuenta de que quería ser actor.
¿Por qué no se quedó a vivir y trabajar en Dinamarca?
Cuando descubrí mi vocación, quería formarme como actor, y allí no tenía muchas opciones. Vivía en Odense, una ciudad muy desarrollada económicamente, pero a nivel artístico había muy pocas oportunidades. Todo lo relacionado con la interpretación y las artes escénicas estaba en Copenhague, y además, en danés.
Me manejaba bien en inglés, pero mi nivel de danés era justo: lo suficiente para ir al supermercado o decir cuatro cosas cuando salía a tomar una cerveza, pero no para seguir clases de interpretación. Así que formarme allí era prácticamente imposible. Además, en ese momento tenía pareja, una chica de un pueblo de Lleida que vivía en Barcelona. Ella iba a instalarse allí definitivamente y fui con ella.
¿Hay algo que le gustaría que España adoptara del estilo de vida danés?
En Dinamarca hay una palabra muy conocida: hygge. Representa esas cosas sencillas del día a día: tomar un café tranquilo por la mañana, reunirte con amigos sin prisas, dar un paseo con tu pareja por el parque o ver a tu hija jugar junto al lago con los patos.
Allí la vida funciona a otro ritmo, y eso lo notas desde el primer día. En España hay mucha energía, mucha vida —y no hablo solo de salir de fiesta—, sino de ese ritmo constante que te mantiene siempre activo, pero que también te hace perderte muchas cosas pequeñas.
Los daneses, en cambio, valoran una vida más pausada. Separan muy bien su tiempo de trabajo del de realización personal. Después de trabajar, se dedican a pasear, leer, cocinar o simplemente disfrutar de estar en casa. Es una forma de vida más tranquila, más consciente, y creo que eso es algo que podríamos aprender de ellos.


