Cuidar de todos, estar siempre disponible, sonreír aunque duela… y seguir adelante. Así viven muchas personas que, en su niñez, tuvieron que madurar demasiado pronto. Según Nicolás Salcedo, psicólogo especializado en trauma y salud emocional, ese tipo de experiencias dejan una huella silenciosa que puede extenderse durante décadas. Y, aunque desde fuera parezcan personas fuertes, amables y siempre dispuestas a ayudar, por dentro siguen arrastrando heridas que nadie atendió.
El adulto que siempre está para todos
Crecieron cuidando a todos, pero nadie cuidó de su mundo interior
“Muchas veces estarán tristes, deprimidas y sobrepensando las cosas, pero no lo dirán”, explica el terapeuta en uno de sus vídeos más compartidos. “Crecieron aprendiendo que sus problemas no le importaban a nadie y que, de hecho, debían hacerse cargo de los de los demás”. Esa dinámica, añade, se interioriza tan profundamente que incluso en la adultez estas personas siguen sintiendo que no tienen derecho a pedir ayuda.
Salcedo describe con precisión ese perfil: adultos que se sienten rotos por dentro, pero se muestran positivos, cariñosos, generosos. Que dan consejos a otros mientras se hunden en su propio silencio. “No es su culpa”, remarca. “Siempre han sido los encargados de mantener la paz, de levantar a los demás, incluso a costa de su propio bienestar”.
El psicólogo apunta además una verdad demoledora: mientras muchos niños jugaban y pensaban en lo que querían ser de mayores, otros simplemente intentaban sobrevivir. Y ahora, ya adultos, siguen buscando un poco de esa infancia que no pudieron vivir. “Merecen ser cuidados, escuchados, vistos. Ayudémosles a soltar esa carga”, pide Salcedo.
Porque detrás de una sonrisa que lo da todo por los demás, puede haber una historia de soledad, presión y miedo no reconocido. Y el primer paso para sanar es dejar de ignorarlo.