No es el jefe que te ignora. Ni la pareja que no te responde. Ni siquiera ese amigo que parece estar siempre a punto de decepcionarte. A veces, el dolor que sentimos hoy no viene del presente, sino de una infancia que nunca terminamos de digerir. Así lo explica el psicólogo Marc Navarro, especialista en trauma y apego, en un vídeo de su cuenta de Instagram (@marc.psicoterapia).
“Cuando te da miedo el rechazo, cuando sientes que no eres suficiente, cuando evitas la vulnerabilidad, ahí está tu niño interior hablándote”, afirma. Y lo hace sin rodeos, directo a la raíz: no con palabras, sino con miedos, con inseguridades y con patrones que se repiten una y otra vez. Porque, según Navarro, “hay partes de ti que quedaron atrapadas en esos momentos de soledad y desconexión”.
No se trata solo de nostalgia ni de teorías abstractas. Se trata de heridas reales que siguen abiertas. En lo profundo de muchas personas vive todavía la sensación de no haber sido vistas, el miedo a ser amadas, o la creencia de que tenían que cambiar para ganarse el afecto. Y aunque el cuerpo crece y la vida sigue, esas creencias siguen ahí, condicionando relaciones, decisiones y reacciones.
Patrones heredados del silencio
Tu niño interior sigue hablando, aunque no lo escuches
Navarro señala que es en esos automatismos donde se hace evidente la voz del niño interior: cuando te sientes demasiado pequeño para poner límites, cuando te cuesta mostrar tu vulnerabilidad, o cuando te invade la necesidad constante de validación externa. “Hoy, sin darte cuenta, sigues respondiendo al presente desde las heridas del pasado”, explica.
Navarro señala que es en esos automatismos donde se hace evidente la voz del niño interior: cuando te sientes demasiado pequeño para poner límites, cuando te cuesta mostrar tu vulnerabilidad, o cuando te invade la necesidad constante de validación externa. “Hoy, sin darte cuenta, sigues respondiendo al presente desde las heridas del pasado”, explica.
Sigues respondiendo al presente desde las heridas del pasado”
Es decir, actuamos como si aún estuviéramos frente a unos padres ausentes, exigentes o emocionalmente inmaduros. Como si aún tuviéramos que ganarnos el cariño a cambio de silencio, obediencia o perfección. Y eso, aunque invisible, desgasta.
No se trata de reprochar, sino de reparar
Las heridas emocionales no se olvidan, se transforman
El enfoque de Navarro no es culpabilizador. No busca señalar a quienes nos criaron, sino invitar a una mirada más amorosa hacia dentro. “Sanar es aprender a ver a ese niño, escuchar su dolor y darle lo que nunca recibió”, concluye. A veces, eso que nunca recibió no es más que una frase, un gesto, una presencia: estoy contigo, no tienes que hacer nada para merecer amor.
Y ese trabajo de reparación no pasa por “olvidar” o “superar” como a menudo se dice, sino por integrar. Por entender que nuestras respuestas emocionales de hoy tienen una lógica. Que nuestro malestar tiene historia. Y que, quizá, empezar a sanar implica dejar de culparnos por no saber amar bien… cuando nadie nos enseñó.
Porque al final, crecer de verdad es eso: dejar de pedir fuera lo que solo tú puedes darte por dentro.