Rafa Guerrero, psicoterapeuta: “Si un hijo solo se enfada con su madre, significa que es su puerto seguro, le confía cómo se siente la rabia y, por tanto, es una privilegiada”

Mamás y papás

Lejos de interpretarlo como un castigo, recibir el enfado de un hijo puede verse como una oportunidad para acompañarlo desde la cercanía y la comprensión

Rafa Guerrero, psicólogo

Rafa Guerrero, psicólogo

ANA ENCABO

La palabra mamá suele ser una de las primeras en salir de la boca de un niño. Esa palabra que llena de ternura e ilusión los corazones la primera vez que es escuchada, en los años posteriores será pronunciada una infinitud de veces por los más pequeños con diferentes connotaciones, dependiendo de sus necesidades y su estado de ánimo. Desde un inocente “Mamá, tengo hambre”, hasta un cariñoso “Mamá, te quiero” o, en el peor de los casos, un “¡Mamaaaa!” gritado con rabia y enfado.

Aunque la crianza sea compartida, en muchas familias son las madres quienes suelen enfrentarse con mayor frecuencia a rabietas, discusiones, reproches o incluso palabras dolorosas por parte de sus hijos. Al menos, así lo percibe una gran mayoría. El psicoterapeuta Rafa Guerrero ha ofrecido una explicación que puede aportar alivio: existe un motivo por el cual muchas veces son ellas el blanco de las emociones más intensas de los menores.

Niña con rabieta

Niña con rabieta

Antonio Diaz/iStockphoto

En primer lugar, Guerrero aclara que no es cierto que los niños solo se enfaden con sus madres. “Mami, no es que solamente se enfade contigo, se enfada con otras muchas personas: con los papás, con los maestros, con los abuelos… pero es verdad que en ocasiones solamente os lo muestran a vosotras”, explica. Ya sea por vergüenza o por falta de confianza, los niños no expresan sus emociones ante cualquiera. Si lo hacen con su madre, añade el experto, es porque la consideran su puerto seguro: “Sois las primeras personas con las que establecisteis ese vínculo que se vino gestando en el vientre materno, ese apego, esa relación. Y, por tanto, sois unas privilegiadas: os confían cómo se sienten, la rabia, el miedo, el enfado”, afirma.

El mismo fenómeno, asegura, ocurre en la vida adulta. Las personas no suelen exteriorizar su malestar con cualquiera, sino con quienes tienen mayor confianza. Por eso, lejos de interpretarlo como un castigo, recibir el enfado de un hijo puede verse como una oportunidad para acompañarlo desde la cercanía y la comprensión. “Tratad de conectar con su emoción, tratad de validar esa rabia que tienen y, a partir de ahí, acompañadles en ese camino hasta que alcancemos ese equilibrio”, concluye.

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Lo mismo pasa con los padres, puesto que también existen familias donde los menores sienten más confianza con el progenitor masculino. Al final, detrás de cada grito o rabieta, hay un niño que, sin saber cómo decirlo, está pidiendo ser comprendido, escuchado y querido, y el trabajo de los padres es comprender ese vínculo y acompañarles.

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