Hay quien no lo dice nunca, quien lo dice de vez en cuando o quien repite hasta la saciedad esas dos palabras, a veces hasta desgastar el significado que poseen. Decir “te quiero” es una de las formas más directas que tenemos de expresar el amor hacia quienes nos rodean. Es un gesto simple, pero capaz de fortalecer vínculos y aportar seguridad emocional.
Ahora bien, el cariño no siempre se manifiesta con palabras. A veces, los gestos cotidianos, como preparar la comida, escuchar con atención, acompañar en silencio o estar disponible cuando alguien necesita ayuda, pueden comunicar más que cualquier frase.

Madre abrazando a su hijo
Sin embargo, aunque las acciones hablen por sí solas y nos definan, a todos nos gusta escuchar, de vez en cuando, que somos queridos. La psicología recuerda que, por muy maduros o independientes que seamos, que nos lo digan sigue siendo importante.
Lo que no se dice, también pesa.Y si no se trabaja, puede terminar marcando toda la relación
El problema aparece cuando esa afirmación nunca llega. Cuando “te quiero” es una frase ausente en el vínculo, puede generar dudas, inseguridad o incluso dolor en la relación. En consulta, muchas personas expresan esta carencia, especialmente madres y padres que acuden preocupados porque sus hijos nunca verbalizan su afecto en casa. La psicóloga sanitaria Carola Salgado señala que no se trata de casos aislados: se encuentra frecuentemente con madres que se sienten heridas por ello y no entienden a qué se debe esa falta de expresión afectiva.
Pero, según explica la experta, la ausencia de esas palabras no suele estar relacionada con la falta de amor, sino con la historia emocional previa de cada persona. Muchas veces tiene que ver con lo que esos adultos vivieron durante su infancia, con el tipo de vínculo que tuvieron con sus propios padres o con cómo se expresaban las emociones en casa. “Muchos niños crecen en ambientes donde no aprendieron a expresar lo que sienten.”
Muchos niños crecen en ambientes donde no aprendieron a expresar lo que sienten
En muchas familias, sobre todo en generaciones anteriores, el amor no se verbalizaba. Se daba por hecho. Se demostraba con trabajo, con presencia o con responsabilidades cumplidas, pero no con palabras. Si una persona crece en un entorno donde no se escuchan expresiones de afecto, es probable que, de adulta, no sepa cómo comunicarlas, aunque sienta mucho por dentro, y repita de manera inconsciente los mismos patrones que aprendió con sus hijos.
“Otros niños simplemente no se sienten seguros para hacerlo”, aclara Salgado, y remarca que muchas personas no expresan lo que sienten por miedo a mostrarse vulnerables ante el mundo. Sin embargo, concluye que lo que no se dice, también pesa. “Y si no se trabaja, puede terminar marcando toda la relación”. Por eso, cuando alguien no dice “te quiero”, no siempre significa que no lo sienta. A veces, simplemente, no ha aprendido cómo expresarlo. Y en estos casos, el trabajo emocional consiste en comprender, acompañar y, si es posible, ayudar a que esa persona aprenda a poner en palabras lo que lleva en el corazón.