Caminar no es solo moverse: es curarse. Así lo explica Marcos Vázquez, divulgador de salud y autor del proyecto Fitness Revolucionario, en su intervención en el canal Media Power. Vázquez desmonta la idea de que para estar bien hay que hacer entrenamientos extremos: “Estamos diseñados, entre comillas, para movernos. Y la parte básica del movimiento que siempre hemos hecho es caminar”.
Moverse para limpiar el cuerpo por dentro
Caminar activa el sistema linfático, clave para eliminar toxinas, y que solo funciona si nos movemos
Más allá de cifras exactas, lo importante es moverse. Caminar activa dos sistemas esenciales: el cardiovascular y el linfático. El primero, bien conocido, se encarga de bombear la sangre. El segundo, menos popular pero igualmente importante, elimina toxinas. Y solo funciona si se aprietan los músculos. “Cuando apretamos los gemelos al caminar, estamos haciendo que ese sistema linfático, que elimina toxinas, se mueva. Si no caminamos, ese sistema no funciona”.
Los beneficios no acaban ahí. Caminar oxigena el cerebro, mejora la memoria y activa el BDNF, un compuesto que Vázquez describe como “una especie de fertilizante neuronal”. Este factor neurotrófico potencia la función de las neuronas y mejora su capacidad de regeneración. Por eso, caminar no solo aclara la mente: literalmente la fortalece.
Caminar produce BDNF, una especie de fertilizante neuronal que hace que nuestras neuronas funcionen mejor”
“El cerebro cambia”, afirma. Y lo dice citando estudios que comparan la actividad cerebral de personas sedentarias con la de quienes caminan al menos veinte minutos. Las imágenes lo confirman: más movimiento, más activación, mejor humor.
Además, caminar tiene algo que va más allá de lo fisiológico: es un espacio para el pensamiento. “Las mejores ideas se me ocurren andando”, comenta uno de los presentadores. Y Marcos lo secunda: “Es normal que estés más creativo. Mejora el estado de ánimo”.
Caminar más ayuda, pero no hasta el infinito
¿Entonces, cuánto hay que caminar?
No hay una cifra mágica, pero sí un consenso claro. Según los estudios que menciona Vázquez, los beneficios se acumulan hasta cierto punto. Caminar más mejora la salud, pero llega un momento en que el efecto se estabiliza. “Pasar de caminar 3.000 pasos al día, que es muy poco, a 6.000, reduce bastante la mortalidad. A 8.000, más. A 10.000, aún más. Pero a partir de ahí, la curva se aplana.”
Y aunque no hay evidencia de que caminar muchísimo pueda ser perjudicial, tampoco hay pruebas de que ayude más. “No hay gente que camine 50.000 pasos al día, por eso no aparece en los estudios”, aclara.
Lo importante, en definitiva, no es el número exacto, sino el hábito. Levantarse. Moverse. Salir a caminar. Porque hacerlo, aunque sea un rato, puede marcar la diferencia entre funcionar y florecer.