“Cuanto más fuerte estás, menos mal te hacen las agresiones.” Así de claro lo expresa el psicólogo Antonio Bolinches, autor de títulos como El secreto de la autoestima, al hablar de uno de los grandes males de nuestro tiempo: la fragilidad emocional.
En una conversación reciente con la psicóloga Neus Navarro, Bolinches apuntaba a un origen común detrás de la ansiedad, la angustia y la frustración: la falta de fortaleza psicológica. En sus palabras, no se trata solo de lo que nos sucede, sino de cómo lo gestionamos. Y quienes tienen un buen desarrollo personal, lo hacen mejor.
Ansiedad
“Las personas seguras neutralizan mejor las agresiones, las gestionan mejor”, explica. La seguridad interior actúa como una especie de escudo frente a los conflictos, las críticas o incluso los pensamientos negativos que pueden desestabilizarnos.
Bolinches hace la siguiente afirmación: “La vacuna contra todos los trastornos psicosomáticos es la seguridad personal.” Lejos de buscar remedios mágicos o soluciones externas, el psicólogo insiste en que el trabajo debe comenzar por uno mismo. No para blindarse del mundo, sino para aprender a navegarlo sin desbordarse ante cada ola.
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Los trastornos psicosomáticos, aquellos en los que el cuerpo reacciona al malestar emocional con síntomas físicos, son cada vez más comunes: desde dolores de cabeza y tensión muscular hasta problemas digestivos o insomnio. Según Bolinches, el fortalecimiento psicológico no solo puede aliviar estos síntomas, sino incluso prevenir su aparición.
Ansiedad
No se trata de una cuestión de suerte ni de personalidad, sino de entrenamiento. La seguridad personal se cultiva a través del autoconocimiento, la aceptación y la experiencia. Afrontar retos, aprender de los errores, rodearse de vínculos sanos y, en muchos casos, acudir a terapia, son formas eficaces de ganar en estabilidad emocional.
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En una sociedad que tiende a medicalizar el malestar o a evitar el conflicto a toda costa, el mensaje de Bolinches es claro: hay que hacerse fuerte, no escapar. Y eso no significa endurecerse ni desconectarse de las emociones, sino aprender a convivir con ellas sin dejarse arrastrar.
