“¿Deberes en verano? Por supuesto que sí. Déjate ya de cuentos de que si los niños en verano necesitan desconectar, que si el verano es para no hacer nada, bla bla bla”. Con este arranque, Jordi Soler (@soyjordisoler) aborda un tema que, con la llegada de las vacaciones, vuelve a dividir a familias y docentes. Y lo hace con un mensaje directo, sin rodeos, y con un propósito claro: reivindicar la rutina como un beneficio para los niños… y para la convivencia.
“Lo último que necesita tu hijo este verano es pegarse dos meses viviendo como un marqués, pegado a la tablet y sin ninguna rutina. Que tu hijo necesita deberes en verano, Mari Trini, y punto”, afirma. Anticipándose a la crítica más habitual, añade: “Pero es que los deberes les quitan felicidad, en absoluto”.
Deberes sí, pero con sentido (y medida)
Soler defiende actividades adaptadas, breves y motivadoras para mantener el foco y la paz en casa durante el verano
Soler no habla de fichas interminables ni de repetir mecánicamente lo del curso. Pone el foco en cómo se estructuran esos “deberes”:
- “Deben estar adaptados a su edad y a su motivación”.
- “Deben servir para que se centren en una sola cosa con foco, atención y por tiempo determinado”.
- “Podemos reforzar lo que ha trabajado este curso o incluso motivarlo para el curso que viene”.
El objetivo, sostiene, no es saturar, sino sostener: un poquito de actividad cognitiva, algo de estructura diaria y espacios concretos para entrenar la atención. Y, de paso, “también le viene bien a la paz mental de toda la casa”.
Recoger su cuarto también son deberes”
El coach familiar amplía el concepto más allá de los cuadernos de vacaciones: “Recoger su cuarto, ayudar en las tareas del hogar, hacer un puzle o pintar un cuadro también son deberes”. Es decir, el verano puede —y debe— ser un tiempo para aprender a organizarse, colaborar en casa, crear, perseverar y enfocarse.
El debate seguirá abierto, pero la postura de Soler es clara: el verano no debería convertirse en un paréntesis de dos meses sin estructura ni hábitos, porque los niños también necesitan un equilibrio entre descanso y aprendizaje. Para el coach familiar, unas rutinas flexibles, tareas con sentido y pantallas en su justa medida no solo ayudan a mantener el foco y la atención, sino que también aportan calma y orden en casa. Dos meses de “no hacer nada” no son descanso real, sino una renuncia a educar en responsabilidad, autonomía y curiosidad. Y ese vacío, advierte, se nota —y se paga— cuando llega septiembre.