Sonia Díaz, experta en gestión de la ira: “En las parejas donde la discusión empieza en la cocina, suele haber prisa, cansancio o hambre y el cuerpo pidiendo sofá”

Gestión de la ira

“Algunas personas fluyen mejor en ese jaleo que se produce cuando cocinas, mientras que otras tienen un estilo más 'Arguiñano' y prefieren ir haciendo y recogiendo”, cuenta Díaz

Sonia Díaz, coach

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Llegar a casa agotado y aún enfrentarse a las tareas domésticas es más común de lo que se piensa: poner lavadoras, recoger lo que quedó pendiente antes del trabajo, preparar la cena o planificar la comida del día siguiente… y encima no ponerse de acuerdo con la pareja. Suena familiar, ¿verdad? Esta rutina llena de pequeños roces puede derivar en discusiones y quebraderos de cabeza que, con el tiempo, desgastan. Muchas veces se llega tan cansado que solo se quiere evitar ciertos asuntos. Pero, ¿y si existiera una forma de encontrar la paz y, al mismo tiempo, resolver todas esas pequeñas tareas de manera positiva?

Hablamos con Sonia Díaz Rois, coach y experta en gestión de la ira. La experta explica: “Un simple ‘otra vez me toca recoger la cocina’ puede ser el inicio de una conversación constructiva… o de una bronca monumental. Y no, no es casualidad. Hay un lugar en casa donde el enfado tiene más papeletas que en ningún otro sitio. No es el salón, ni el baño. Es la cocina.” Esto puede deberse a distintos motivos.

Motivos por los que se 'choca' en casa

El primer factor que destaca la experta es el fisiológico, el del hambre. Cuando se llevan muchas horas sin comer, baja la glucosa. Y cuando eso ocurre, la corteza prefrontal, esa parte del cerebro que gestiona los impulsos y las decisiones, se desconecta un poco. “Y lo que sale entonces no es precisamente ‘¿quieres que te ayude, cariño?’, sino algo más parecido a ‘¿por qué tengo que hacerlo todo yo?’”, explica Sonia. Además, lo que ocurre es que el cuerpo interpreta la falta de energía como estrés y comienza a liberar adrenalina o cortisol: “Ya sabemos cómo acaba: cuando el hambre aprieta, la paciencia afloja”, declara Díaz.

Joven pareja discutiendo en la cocina después de tener una pelea

Joven pareja discutiendo en la cocina después de tener una pelea

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El segundo factor que destaca la experta es el mental, que deriva de la carga y el desorden. Además, hay que sumarle la parte logística: “Quién cocina, quién recoge, quién compra, quién planifica, quién lo hace ‘mejor…’”, explica. Son pequeñas decisiones cotidianas que, acumuladas, generan resentimiento. Y, además, el hecho de que haya desorden platos sucios, mil cosas por medio o una encimera que ya no ve su color original se percibe por el cerebro como una amenaza visual. “El caos también eleva el cortisol. Y la frustración se multiplica”, confiesa.

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Por último, se encuentra el factor de la prisa y del agotamiento. Según cuenta la experta, los enfados en la cocina casi siempre aparecen cuando hay prisas, cuando ya se está cansado, con hambre y con el cuerpo pidiendo sofá. “En ese momento, cualquier comentario neutro puede sonar como una crítica. Y cualquier gesto como una provocación”, añade. “La cocina no solo es el lugar donde se prepara la comida. Es el lugar donde se cruzan el agotamiento físico, el desequilibrio hormonal y la presión por las responsabilidades domésticas”. Además, explica: “Algunas personas fluyen mejor en el jaleo que se produce al cocinar, mientras que otras tienen un estilo más ‘Arguiñano’: prefieren ir haciendo y recogiendo”, cuenta Sonia.

Cómo hacer frente a los roces del día a día en casa

La experta recomienda dejar de ver el enfado como un “enemigo”. No se trata de algo que haya que evitar, esconder o disimular, sino de recordar qué es lo que esta emoción viene a aportarnos. Cuando se sabe cómo expresar el enfado, este ayuda a entender mejor las cosas. “La clave está en diferenciar entre un enfado que pide soluciones y un enfado que ataca a la persona”, cuenta Sonia Díaz.

Por tanto, se debe entender que a veces lo que marca la diferencia no es el tono, sino dónde se pone el foco: “Un enfado constructivo se centra en el problema. Uno destructivo, en cambio, ataca a la persona”, aclara. Esto se debe a que “no es lo mismo decir: ‘Me molesta que siempre tenga que recoger yo la cocina, necesitamos organizarnos mejor’ (enfado constructivo), que decir: ‘Eres un desastre, nunca haces nada en casa’ (enfado destructivo)”, cuenta Sonia Díaz.

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“La próxima vez que se sienta enfado, conviene hacerse esta pregunta: ¿Estoy hablando del problema o estoy atacando a la persona? Esa es la diferencia entre quedarse en el reproche o atreverse a pedir lo que de verdad se necesita”, dice Sonia. Enfadarse también puede mejorar las relaciones, ya que, cuando se expresa con claridad, el enfado ayuda a poner límites sin herir, defender lo que de verdad importa, mejorar la comunicación en pareja, familia o trabajo, y fortalecer la autoestima.

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