Durante años se han presentado como aliadas de la estética. Moldean la figura, definen curvas y, para muchas personas, ofrecen una sensación inmediata de control y seguridad sobre el propio cuerpo. Sin embargo, cada vez más voces expertas cuestionan el impacto real de las fajas moldeadoras cuando su uso se convierte en rutina.
Entre ellas, la de Ana Molina, dermatóloga y divulgadora con más de 380.000 seguidores en Instagram. En una de sus publicaciones más recientes, la especialista advierte sobre los efectos que pueden provocar estas prendas si se usan con demasiada frecuencia. “Las fajas no son tan inofensivas como parecen”, afirma. A su juicio, la presión que ejercen sobre distintas zonas del cuerpo puede tener consecuencias que van más allá de lo estético.
Piel irritada, digestión alterada y respiración limitada
Debilitan la musculatura y afectan a la autoimagen
El primer síntoma suele aparecer donde menos se espera: en la piel. La oclusión constante, la falta de transpiración o los materiales sintéticos pueden causar rozaduras, granitos, infecciones por humedad e incluso reacciones alérgicas. “La piel necesita respirar”, recuerda Molina, quien insiste en que cubrirla de forma continua puede provocar alteraciones visibles y molestas.
A esto se suman los efectos sobre la respiración y la circulación. Al comprimir el abdomen y el pecho, muchas personas experimentan dificultad para respirar con normalidad, sensación de opresión o piernas hinchadas al final del día. El sistema digestivo también sufre las consecuencias, ya que el estómago necesita espacio para funcionar correctamente, y al reducir ese margen aparecen problemas como el reflujo, la pesadez o incluso el estreñimiento.
Más allá de lo físico, hay un aspecto muscular que suele pasar desapercibido. El uso continuado de fajas impide que la musculatura abdominal (el llamado core) trabaje de forma natural. Con el tiempo, esto puede provocar una pérdida de fuerza y una creciente dependencia de la prenda para mantener la postura o sentirse “sujeta”.
Por otro lado, el impacto también puede ser emocional. Acostumbrarse a la silueta que ofrece la faja puede generar rechazo o inseguridad al mirarse sin ella. Según la dermatóloga, esta relación con la imagen corporal puede afectar el bienestar psicológico si no se gestiona con conciencia.
Por eso, la recomendación de Ana Molina es reservar el uso de fajas para momentos puntuales, no llevarlas más de 4 a 6 horas seguidas, y optar por modelos que sean transpirables y de la talla adecuada. Para quienes buscan mejorar su postura o tonificar la zona abdominal, sugiere optar por el ejercicio físico como alternativa segura y duradera. “La belleza no está en apretarte… sino en dejar que tu cuerpo respire”, concluye.


