En algún momento de nuestra vida, todos hemos sido un niño obligado a pedir perdón, ya sea porque herimos a alguien sin querer o porque no supimos controlar nuestras actitudes en los primeros años de vida. Y es que pedir disculpas no es una habilidad innata, sino un aprendizaje emocional que se construye con el tiempo y, sobre todo, con el ejemplo.
Muchos padres se desesperan cuando sus hijos se niegan a disculparse después de una pelea o un mal gesto. Sin embargo, según el psicólogo Javier de Haro, uno de los motivos principales por los que los niños no se disculpan es porque, en muchas ocasiones, los adultos no les enseñamos realmente a hacerlo.
Enseñarles a pedir perdón no es sermonearles para que lo digan ni obligarles con el famoso ‘¿qué se dice?
“Enseñarles a pedir perdón no es sermonearles para que lo digan ni obligarles con el famoso ‘¿qué se dice?’”, explica De Haro en uno de sus últimos vídeos en redes sociales, donde comparte sus conocimientos y consejos sobre educación y crianza. “Básicamente, porque cuando realmente aprenden es con nuestro ejemplo, y muchas veces no somos coherentes entre lo que hacemos y lo que decimos”.
Los padres, el espejo de sus hijos
El psicólogo explica que los niños aprenden a disculparse —igual que aprenden a hablar o a gestionar sus emociones— imitando las conductas que observan en su entorno más cercano. Si crecen en un hogar donde los adultos reconocen sus errores, piden perdón y muestran empatía, tenderán a hacerlo también. Pero si lo que ven es lo contrario, el mensaje que interiorizan es muy distinto.
Para ellos es un aprendizaje mucho más valioso cuando ven que te disculpas con tu pareja
“No sientas que te estoy juzgando porque a mí me pasaba”, comenta el psicólogo, que reconoce que este aprendizaje también implica un proceso de autoconciencia para los padres. “Para ellos es un aprendizaje mucho más valioso cuando ven que te disculpas con tu pareja si no lo has hecho bien o con ellos cuando levantas la voz de forma injustificada”, señala.
El primer paso para que ellos aprendan a disculparse y a sentirlo de corazón está en nosotros: en nuestro ejemplo, en nuestra actitud
De Haro subraya que no es coherente exigirles que se disculpen mientras los adultos gritan, faltan al respeto o justifican sus propias reacciones sin hacerse responsables de ellas. “El primer paso para que ellos aprendan a disculparse y a sentirlo de corazón está en nosotros: en nuestro ejemplo, en nuestra actitud”, concluye.
A partir de su experiencia, el psicólogo resume tres ideas clave para ayudar a los más pequeños a desarrollar la capacidad de disculparse de forma auténtica.
La primera: disculparse no resta autoridad. “Si nosotros, como padres, nos disculpamos por haberles dicho algo fuera de tono, eso no nos hace perder autoridad; todo lo contrario”, asegura De Haro, y remarca que reconocer los errores, al contrario de lo que algunos padres piensan, es una muestra de fortaleza, y no de debilidad.
Si como padres, nos disculpamos por haberles dicho algo fuera de tono, eso no nos hace perder autoridad
La segunda: el perdón no se dice, se demuestra. Decir “perdón” no tiene sentido si el comportamiento no cambia. “No sirve de nada pedir perdón si vuelvo a hacer lo mismo después. Por eso es muy importante reflexionar sobre qué hemos hecho mal y cómo podemos actuar de forma diferente la próxima vez”, explica.
Y la tercera: dejar pasar el tiempo es necesario. No todos los niños están listos para disculparse en el momento. “Muchas veces no pedimos perdón porque estamos alterados o no comprendemos del todo lo ocurrido”, señala. Por ello, De Haro aconseja que dejar pasar un tiempo para que el niño se calme le ayudará a entender mejor lo que ha pasado y a disculparse de una forma más sincera.
En definitiva, el psicólogo concluye que enseñar a pedir perdón empieza en los adultos. Cuando los padres son capaces de reconocer sus propios errores y actuar con coherencia, los hijos aprenden no solo a disculparse, sino también a cultivar la empatía y la responsabilidad emocional que los acompañarán toda la vida.


