Hay personas que atraviesan gran parte de su vida con un radar emocional siempre encendido. Observan, se anticipan, ceden y sostienen. No es raro verlas renunciar a descanso, tiempo o deseos propios porque sienten que los demás van primero. A veces lo hacen por educación, otras por miedo a decepcionar, pero muchas lo hacen porque creen (de manera casi automática) que decir “no” puede generar rechazo.
En ese contexto, la capacidad de poner límites se convierte en un desafío enorme. No es fácil ser honesto cuando el “sí” parece más seguro que el “no”. Y, sin embargo, muchos psicólogos coinciden en que aprender a marcar fronteras personales es una de las claves para mantener la salud emocional. Uno de ellos es Xavier Guix, que en una entrevista reciente en Noms Propis (RTVE Catalunya) abordó con precisión y cercanía lo que implica vivir constantemente en función de las expectativas ajenas.
La trampa de vivir demasiado pendientes de los demás
“Por muy bueno que seas no hace que te quieran más, sino que te utilicen más”
La entrevista avanza y Guix pone sobre la mesa una idea que descoloca a muchos: “Por muy bueno que seas no hace que te quieran más, sino que te utilicen más”, afirma con calma ante Anna Cler. Sus palabras desmontan una creencia profundamente arraigada: la de que el afecto se obtiene entregando más de lo que uno puede.
Para el psicólogo, este patrón aparece con frecuencia en personas que se vuelcan tanto en los demás que acaban olvidándose de sí mismas. En su intento de ser imprescindibles, terminan convirtiéndose en terreno fácil para quienes se aprovechan de su disponibilidad constante.
A lo largo de la conversación, Guix profundiza en cómo funciona esta dinámica interna. “Si eres una persona que tiene muy en cuenta al resto en tu vida, tendrás muchas dificultades para decir que no”, afirma. Después describe con precisión el torbellino mental que atrapa a quien se resiste a poner límites: “Siempre pienso que me sabe mal, que si les molesto, que si después no contarán conmigo, que me cierro puertas…”. Es un dilema silencioso que resume con una frase certera: “Cuento demasiado con los otros”.
“Por muy bueno que seas no hace que te quieran más, sino que te utilicen más”
El equilibrio: ni aislamiento ni complacencia
Guix insiste en que la salida no pasa por desconectar del mundo ni por blindarse emocionalmente. No propone volverse frío ni distante, sino aprender a incluirse a uno mismo dentro de las decisiones que se comparten con los demás. “¿Qué hay que hacer? ¿No contar con los demás? Tampoco es eso”, aclara, desmontando cualquier interpretación extrema. Para él, la clave está en reconocer que una relación sana siempre tiene dos presencias: “Tú y yo estamos contenidos en la misma experiencia. Te tengo en cuenta a ti y a mí mismo”, resume.
Este enfoque, explica, cambia la forma de vincularse. Cuando alguien se escucha a sí mismo con la misma seriedad con la que escucha a los otros, empieza a identificar con más claridad qué acepta, qué rechaza, qué le favorece y qué le desgasta. El problema surge cuando la balanza se inclina solo hacia las expectativas ajenas, ya que ahí nace la ilusión de que complacer garantiza afecto, un error que suele llevar al agotamiento y la frustración.
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La mirada de otros especialistas
Bondad sí, pero con límites
Varios profesionales de la salud mental coinciden en que la dificultad para marcar límites puede desgastar profundamente y, con el tiempo, crear relaciones desequilibradas en las que uno entrega más de lo que recibe. Este patrón aparece con frecuencia en personas que buscan agradar para sentirse queridas, una dinámica que el psicólogo Antoni Bolinches conoce bien y ha explicado en numerosas entrevistas.
Bolinches describe cómo la falta de seguridad personal puede llevar a confundir la ayuda genuina con la necesidad de complacer. Ser servicial nace del deseo libre de colaborar; ser servil, en cambio, responde al temor de perder afecto. Cuando esto ocurre, la persona termina acumulando agotamiento, frustración y una sensación creciente de no reconocerse en su propia vida.
Su reflexión apunta a una idea que muchos pasan por alto: poner límites no es rechazar, es ser honesto. Y esa honestidad, dice, fortalece los vínculos. “Cuando somos capaces de decir ‘no’, el ‘sí’ adquiere más valor”, recuerda.
Antoni Bolinches, psicólogo: “Cuando eres bueno, quieres complacer, pero si tienes poca autoestima intentas ser bueno para que te quieran”
“Hay que ser bueno, pero también protegerse”
Por otro lado, el psiquiatra José Carbonell comparte una mirada similar. En consulta, relata, es habitual escuchar a pacientes que sienten que la línea entre ser generoso y ser aprovechado es cada vez más fina. Personas que disfrutan ayudando, que se consideran nobles, pero que descubren con dolor que no todo el mundo corresponde del mismo modo.
Para Carbonell, la clave está en darse a uno mismo el mismo cuidado que se ofrece a los demás. Ser bueno no debería implicar sacrificarse hasta la extenuación. “Hay que aprender a saber decir que no aunque eso pueda afectar a tu autoestima”, advierte. Renunciar al propio bienestar para mantener vínculos (afectivos, familiares o laborales) que no responden con la misma entrega solo perpetúa el desequilibrio. Y aunque resulte triste admitirlo, concluye: “Hay que ser bueno, pero sobre todo hay que protegerse”.
Al final, aprender a decir “no” no significa dejar de ser buena persona, sino saber priorizar tu tiempo y tu energía. Establecer límites claros te permite relacionarte de manera más saludable y auténtica, y al final, los demás valoran más tu “sí” cuando saben que también sabes decir que no.


