La mesa festiva como escena de reencuentro. Como soporte de objetos útiles y simbólicos. Como tabula no rasa de evocaciones. Cuando por Navidad ponían la mesa en casa de mis abuelos Bosch (que no eran de la alta burguesía, sino de una clase media digamos saneada, aunque sin derroches), delante de cada plato figuraban cuatro copas de cristal preciosamente grabadas con motivos de guirnaldas y orlas: de agua, vino, cava y la muy pequeñita, de 8 centímetros, de licor. Eran del taller Rabal, de la calle Vidriería del barrio del Born en Barcelona, donde perdura el nomenclátor de los antiguos oficios.
Mi abuelo Narcís había ido al colegio con el vidriero Rabal, y cuando se rompía una copa la reponían. Mi abuela Fau (Faustina) repasaba la alineación para la veintena larga de comensales. Y prendía las velas hincadas en dos candelabros de plata equidistantes. Hoy las extensas cristalerías ornadas son historia. Las copas se adquieren por unidades o parejas. La mesa de fiesta se simplifica. Pero sus objetos retienen el ritual y siguen ofreciendo sentido y sensibilidad, puestos al día gracias a la imparable creatividad contemporánea.
Me atrae esta combinación de practicidad y belleza
Una de las fuentes de inspiración de Lucie Claudia Podrabska al imaginar sus copas, es el vidrio medieval. “Era audaz, grueso y pesado, diseñado para un mundo donde se comía con las manos. Los recipientes debían ser robustos y fáciles de agarrar. Espirales, puntos pellizcados y decoraciones filiformes no eran solo decorativas, proporcionaban tracción para que el vidrio no resbalara durante un festín. Me atrae esta combinación de practicidad y belleza”, explica la creadora a Magazine.
Las copas de Lucie Claudia Podrabska tienen el brillo y la resonancia característicos del cristal checo
Una de las fuentes de inspiración de Lucie Claudia Podrabska al imaginar sus copas, es el vidrio medieval
Hija de padres checos, su apego al cristal de Bohemia se remonta a la infancia. Y aunque hoy crea desde su estudio a las afueras de Lisboa, los diseños se materializan en dos talleres familiares de vidrio soplado de la República Checa, que emplean métodos artesanales similares al siglo XIV. Muchas de sus piezas ofrecen doble posición: cáliz y base acampanada, sin tallo, se fusionan e intercambian roles. “En las pinturas del siglo XVI en adelante -señala- es frecuente ver copas con bases anchas, como faldas, que daban mayor estabilidad”. Intrigada por esta forma, comenzó a reinterpretarla desde una perspectiva actual en tamaño y color, con nuevo propósito.
Detalles que hacen que un ágape sea verdaderamente memorable
“Me encanta contar historias a través de los objetos, especialmente en la mesa, y transformar la base en un pequeño recipiente me pareció natural. Ahora puede contener un digestivo después de la cena, una ensalada de frutas o una mini pavlova. Añade un toque de sorpresa y deleite: el tipo de pequeño momento que hace que una cena sea verdaderamente memorable”, proclama.
La creadora combina ornamentos táctiles de inspiración antigua con proporciones y colores ahumados actuales, con una vocación funcional contemporánea
Los candelabros salidos del taller de la holandesa Bregje Sliepenbeek apelan igualmente a la vista y al tacto. Formada en la Rietveld Academy de Ámsterdam, trabaja el metal de forma experimental e intuitiva, aunque con técnicas tradicionales de martilleado. Un material que le transmite solidez. Es resistente, pero, a la vez, poco a poco le es dado modificarlo por completo, martillazo a martillazo. “Esa negociación entre dureza y suavidad es lo que me atrae del material”, especifica.
Fascinada la capacidad de metamorfosis: de frío y duro a orgánico y fluido, explora la confluencia entre técnicas industriales y refinamiento de la artesanía. Que también aplica a sus esculturas en relieve, con referencias arquitectónicas, botánicas e históricas. Para llegar a esa nueva corporalidad del metal ya silencioso, tras días de percusión, a Bregje le inspira cómo la naturaleza se apodera lentamente de las estructuras artificiales, “las enredaderas que atraviesan las puertas, el crecimiento que se contrapone a la arquitectura. El aluminio, con su superficie estéril y reflectante, se convierte en el material perfecto para transformarse en algo vivo”, afirma.
Bregje Sliepenbeek emplea la técnica tradicional de martilleado para transformar láminas planas de aluminio en formas suaves e infladas, casi textiles
El metal de de la colección Phaedra de candelabros multiplica los reflejos de la llama en atmósferas hipnóticas
“En mi familia, encender velas es un ritual de buena suerte -explica-. Siempre era lo primero que hacíamos al llegar a casa. En Holanda, hay dos meses de invierno que pueden ser muy grises y oscuros, y las velas aportan luz y calidez. Para mí, el candelabro se convierte en un pequeño objeto íntimo que alberga ese momento de esperanza que conforta”.
