Quedarse a vivir una temporada en un hotel puede ser un lujo, una extravagancia, o sencillamente la única opción que le ha quedado a gente con vidas más o menos bohemias o más o menos díscolas. Pero también a gente muy normal que se puede permitir vivir unos años pagando para que alguien le resuelva la logística de la vida. Eso tan agradable de vivir a mesa puesta sin pasar por la cocina, o llegar a casa y encontrar la cama hecha, las persianas bajadas y la habitación con la temperatura perfecta para conciliar el sueño.
Oscar Wilde tenía 46 años cuando murió el 30 de noviembre de 1900 en una pequeña habitación del entonces cochambroso hotel D’Alsace en París. Dejó un buen pufo, unos 14.000 euros de ahora, incluida una botella de champán que pidió casi para irse de este mundo como él creía merecer. Lo acompañaban los dos o tres amigos que no lo habían olvidado y que contaron las últimas frases, siempre brillantes, del dramaturgo británico. Una de ellas: “El papel de mi habitación y yo tenemos un duelo a muerte. Uno de los dos tendrá que irse”. Al parecer el poeta partió primero que la decoración que tanto lo irritaba.
El modista Lorenzo Caprile vivió más de diez años en un hotel en Madrid
El D’Alsace es hoy un hotel boutique llamado L’Hotel que presume de un huésped que nunca pagó. En la recepción puede verse colgada y enmarcada la factura que dejó a deber el escritor.
Coco Chanel, con más dinero y resolución que Wilde, redecoró ella misma la suite del Ritz de París donde vivió durante 34 años, desde 1937 hasta su muerte en 1971. La habitación con vistas a Place Vendôme se fue pareciendo cada vez más gracias a los textiles, espejos y candelabros que iba comprando por la ciudad y que el hotel recibía con agrado. Hoy la habitación permanece casi intacta y se puede dormir en su cama king y guardar los abrigos en el vestidor que Coco diseñó a su imagen y semejanza.
Coco Chanel vivió 34 años en el Hotel Ritz en París
Desde John Lennon, que vivió en el hotel Beverly Hills de Los Ángeles, a Ernest Hemingway, que se refugiaba en el pequeño hotel Ambos Mundo de la calle Obispo de La Habana, o Julio Camba que se estableció en el Palace madrileño, estrellas de Hollywood, escritores y artistas han decidido pasar varios años de su vida en una habitación de hotel, un privilegio que requiere compostura y estilo de vida, y acostumbrarse a vivir entre minidosis de jabones y perfumes de alta gama, y minitallas de tequila.
Es cómodo y agradable no tener que ocuparse de la intendencia de la vida diaria, de las sábanas limpias y planchadas, que un concierge se ocupe de los planes y el orden de las agendas y mantenga a raya la vida social, que un chef se ocupe de la dieta. Y que, además, ninguna de esas personas se sienta en la obligación de pedir cuentas. De hecho que estén obligados a mantener la distancia y altas dosis de discreción. ¿Es caro? Depende ¿Es conveniente? Sin dudas ¿Se puede sentir uno solo? A ratos, pero a quien no le pasa todo eso pagando una hipoteca o un alquiler en el centro de una gran ciudad.
Los salones del Ritz de Paris fueron la casa de Coco Chanel
En el bestseller Un caballero en Moscú (Salamandra Narrativa) el escritor Amor Towles cuenta la historia del conde Aleksandr Ilich Rostov, habitante de una de las mejores suites del legendario hotel Metropol de Moscú, ubicado entre el Kremlin y el teatro Bolshói. Detenido y condenado a muerte en 1922 por los bolcheviques, se le condona la pena por una cadena perpetua que debe cumplir en ese mismo hotel. Son los propios empleados, acostumbrado a tratarlo como a un noble, quienes mudan sus propiedades, muebles y libros incluidos, a la buhardilla donde Rostov cumplirá su pena.
El conde acaba siendo la memoria del hotel. A medida que el régimen comunista se instaura y, los modos y costumbres del lujo son sustituidos por consignas y planes quinquenales, el conde se dedica a cuidar la cubertería de plata y los manteles de lino y a formar a unos camareros que deben lidiar con clientes occidentales que exigen un servicio capitalista y de lujo. Rostov acaba siendo un personaje clave del hotel, y ocupa una segunda buhardilla para ampliar sus dominios hasta que consigue escapar a París con su hija, a la que también había criado y educado entre sus mazmorras, es decir, los muros del que fuera el hotel más lujoso de Moscú.
Xavier Cugat pagó con su Rolls Royce la deuda con el Hotel Palace
Más recientemente, en los últimos años setenta, Xavier Cugat vuelve a Barcelona después de hacer Las Américas, casi conquistar Hollywood, y divorciarse por última vez. Se instala en una suite del Ritz (hoy Hotel Palace) y dedica su tiempo a dibujar. Fueron unos años de descanso del guerrero, de mucha vida social y constantes apariciones en prensa y televisión. Cugat murió en 1986 y dejó su Rolls Royce para pagar las deudas de su estancia, también varios dibujos firmados para cubrir los gastos de las comidas.
Varios años antes, y en el hotel Majestic del passeig de Gràcia había recalado triste y enfermo Antonio Machado, en una parada hacia su exilio a Francia. Era abril de 1938 y el poeta alquiló la habitación 214 (hoy 209) de 150 metros cuadrados. Viajaba con su madre y varios familiares. Durante el tiempo que vivió el poeta en el Majestic escribió una serie de artículos para Guyana Guardian . De acuerdo con el testimonio de Santiago Martín, actual relaciones públicas del hotel, en el piano bar Machado recibía visitas de amigos e intelectuales en una época de desconcierto político y febril intercambio de ideas.
Antonio Machado vivió en el Majestic en la primera parte de su huida
Machado no murió en el hotel, antes de partir en enero de 1939 hacia Cotlliure, Francia, hizo otra parada en Barcelona, en la Torre Castanyer, a los pies del Tibidabo. Salvador Dalí y Ronnie Wood, guitarrista de Rolling Stones también pasaron largas estancias, casi vidas en el legendario hotel modernista del passeig de Gràcia.
El modista Lorenzo Caprile vivió doce años en un NH cercano a la plaza de Alonso Martínez, en el barrio madrileño de Chamberí (poco después de la pandemia se mudó a un piso que reformó en la calle Sagasta). “No soy nada casero. Siempre estoy en el taller o en la calle, con amigos y con la familia, con una habitación para tener mis cosas, dormir y ducharme tengo bastante”, explicó a Alberto Chicote.
Caprile descubrió este modo de vida por casualidad. Durante una reforma en su casa se mudó al hotel y le gustó tanto que se fue quedando hasta que pasaron doce años y una pandemia. Recuerda su confinamiento como haber vivido en el hotel de El resplandor.
Para él como para muchos otros que han decidido vivir en un hotel la experiencia ha sido suficientemente buena como para repetirla, o al menos para no intentar olvidarla a toda costa.


