Cuando hay tormenta política y crisis en Francia -y en Europa-, París se yergue bien estirada sobre la barricada de su cultura de la grandeur, que no le debe nada a sus actuales gobernantes, y mucho a su historia. De espaldas al ruido de las malas noticias, la ciudad festeja el dorado mes de octubre en sus museos y galerías, e inaugura exposiciones que celebran aniversarios solemnes de décadas de lujo, vanguardia, creación, y savoir faire francés.
1925-2025, Cent Ans d'Art Déco, en el Museo de Artes Decorativas de París, es, posiblemente, la muestra más significativa de ese deseo inquebrantable de la capital de recordarle al mundo tiempos mejores cuando, después de la Gran Guerra, y casi por sorpresa, realizó hace un siglo la Exposición internacional de las artes decorativas e industriales modernas, y creó un estilo de lujo nuevo que rápidamente cautivó al mundo: el at déco. Un estilo generado por diseñadores y artesanos de la excelencia nacional, rico, orientalizante, sensual y ostentoso, producido con materias raras y carísimas, a la manera de una alta costura cuyo rey temporal era Paul Poiret. Se trataba de iniciar de nuevo una revolución del gusto que atrajera a París a los nuevos millonarios de los años veinte, invitándolos a consumir grandes dosis de elegancia francesa.
 
            Gabinete, diseñado por André Groult y creado para la 'Exposición internacional de las artes decorativas e industriales modernas' de 1925
Fue la respuesta de París al “enemigo” alemán, encarnado en los arquitectos y diseñadores de la Bauhaus, que promulgaban el famoso lema “menos es más” y trabajaban contra el lujo ornamental y a favor del racionalismo cultural y comercial. Sólo estos últimos se llevaron el mérito de haber revolucionado y universalizado el diseño moderno, después de emigrar masivamente, en los años treinta, a los EEUU. El art déco se quedó en moda, espectáculo, objeto de coleccionista.
Las piezas del movimiento parisino, desde muebles, telas, joyas, objetos de arte, pinturas, dibujos, y hasta carteles, que en las subastas de hoy adquieren precios desorbitados, llegaron en los años 20 y 30 del siglo pasado al corazón de los muy ricos y sus imitadores gracias a su opulencia, su elegancia y también sus contradicciones.
 
            Vestido de noche de crepé de seda, diseñado por Madeleine Vionnet en 1922
Un glamur francés que se enfundaron como un guante los decoradores de trenes, como el Orient Express, de barcos transatlánticos, como La Isla de Francia, de teatros, como el Folies Bergère, y de plazas públicas, como la plaza de Trocadero. Un estilo que Cartier recreó en sus maravillosa joyas y que algunos arquitectos pulieron hasta un exquisito minimalismo oriental. Una faceta del elitismo que la industria de Hollywood reprodujo y popularizó una y otra vez en su decorados para los bailes satinados de Fred Astaire y Ginger Rogers. Una ola que dejaba en la orilla perlas y cristales de colores… y piezas únicas de mobiliario y objetos que hoy se exhiben en este Museo Nacional de Artes Decorativas de París, que las recupera y guarda en sus fondos. Siempre estarán de moda.
Más de mil objetos de un preciosismo exótico, entonces vanguardista y hoy, como poco, al filo de lo inadecuado. Pues hablamos de maderas de ébano, caoba, palisandro, amaranto rosa, acacia o roble, de marfil y mantarraya, y de sedas bordadas y terciopelos pintados. Representan el lujo francés producido por los maravillosos Métiers d'Art (oficios de arte) que el país protege a capa y espada de la destructiva producción en masa. Esa es su contradicción, y su gran mérito.
 
            Silla esculpida en ébano por Clément MÈRE, de 1923
Muchas de las piezas expuestas nos parecerán antigüedades; son las que provienen de la corriente más decorativa, ornamental y preciosista del movimiento, hechas para la ostentación de modernidad y riqueza de los pudientes de aquellos locos años veinte. Sin embargo, otra corriente nos asombrará por su actualidad, por su permanencia en el tiempo y la memoria, y por su cosmopolitismo. Aquellos artistas y arquitectos que depuraron las formas hacia la abstracción geométrica y observaron que el lujo podía mostrarse más excéntrico y creativo, y que el arte y la funcionalidad podían ir de la mano.
Introdujeron telas “simultáneas” pintadas para tapizar muebles y automóviles (Sonia Delaunay), metal y vidrio con maderas exóticas (Pierre Chareau), pergamino y cuero desteñido (Jean Michel Frank), laca, pieles y funcionalismo ajustable (Eileen Gray), taraceas de palo de rosa y carey (Jacques Émile Ruhlmann) y, finalmente, proyectos de arquitectura pública y privada en los que, por primera vez, la luz se convertía en el elemento central del edificio, y el edificio, en un plató cinematográfico lleno de vida (Robert Mallet-Stevens). Son los los últimos artistas, artesanos y diseñadores de la era art déco, y los pioneros de la nueva corriente universal, el racionalismo que todavía hoy guía a los buenos arquitectos y diseñadores.


