Clarice Lispector, secretos de una escritora

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La utora de 'Cerca del corazón salvaje' mantuvo su vida en un halo de misterio que perdura

Clarice Lispector en la biblioteca

Clarice Lispector en la biblioteca

@Siruela

Sobre un pretil del paseo de la playa de Leme, al inicio de Copacabana, en Río de Janeiro, una mujer de bronce, sentada con un perro a sus pies, dan la espalda a las olas y se ensimisman. Ella parece haber cerrado su cuaderno de golpe para pensar en algo inescrutable, el perro la mira fijamente. Es la escultura que la ciudad dedica a su más famosa y enigmática escritora, Clarice Lispector, y a su inseparable Ulises.

Clarice (Chechelnik, 1920 – Río de Janeiro, 1977), como la llaman familiarmente en Brasil, huyó de la Ucrania soviética y de los pogromos antisemitas junto a su familia siendo un bebé. Recalaron en Recife, al norte de Brasil, una ciudad colonial llena de inmigrantes, que la niña interiorizó tanto como la tradición judeoeuropea de su familia. Se mudaron a Río de Janeiro cuando ella tenía catorce años. El monólogo interior y la escritura ya pujaban por salir de la mente y el corazón de Clarice, que dejó sus estudios de derecho y empezó a publicar algunos textos en revistas y periódicos; fue entonces cuando decidió ganarse la vida y pagar a tiempo todos los recibos, tal como su padre les había enseñado a ella y sus hermanas. 

Ella declaraba que su misterio consistía en no esconder ningún misterio

Su belleza eslava, de ojos verdes almendrados, cejas enarcadas hacia la frente y pómulos prominentes, era arrebatadora. Su voz gutural y su ligero acento la convirtieron deprisa en La Esfinge de Río de Janeiro. Los hombres se enamoraban y la comparaban con una pantera o una loba. Se los quitaba de encima. A la edad de 23 años, publicó su primera novela Cerca del Corazón Salvaje. Tuvo un éxito inesperado y grandioso que la convirtió en la escritora más mítica de Brasil. También en la más silenciosa y enigmática, de modo que se hizo leyenda nada más aparecer. 

En la bien documentada y magnífica biografía, que publicó en inglés en 2009 el escritor estadounidense Benjamin Moser, bajo el título Por qué este mundo: Una Biografía de Clarice Lipector (Ediciones Siruela, 2017), el autor, tras investigar miles de textos, entrevistas, documentos y declaraciones de contemporáneos y amigos de la escritora, declara sin ambages que “es la escitora judía más importante del mundo desde Kafka”. Ella declaraba que su misterio consistía en no esconder ningún misterio. Insistía en que era una simple ama de casa. “Necesito dinero”, le confió a un periodista, “la posición del mito no es cómoda”. Cuando dejó de dar entrevistas, declaró que “nadie entendería a una Clarice Lispector que se pinta de rojo las uñas de los pies”.

Clarice Lispector, circa 1945, ólwo sw Giorgio de Chirico

Clarice Lispector, circa 1945, óleo de Giorgio de Chirico

Vicente de Mello / Archivo Pablo Gurgel

Fue novelista, traductora, corresponsal, cuentista. Pero se mantuvo en silencio respecto a su vida privada, sus orígenes y su inspiración. En todos sus escritos expone la experiencia íntima de su mente de un modo único para todos los lectores. Lo que escribe les dice: “Yo soy vosotros mismos”. De ahí que, a pesar de las miles de páginas documentales y de tantos amigos que la acompañaron y visitaron, no existen apenas pruebas de cómo vivía Clarice. ¿De qué manera vivía La Esfinge?

Lispector se casó en 1944 con Maury Gurgel Valente, diplomático que conoció en la universidad. Durante más de una década habitó varias casas entre Estados Unidos y Europa. Viajó por medio mundo. Tuvo dos hijos, ejes y excusas para toda una vida invisibilidad social. En sus innumerables mudanzas, nos consta que con ella viajaban las pinturas de pequeño y mediano formato regaladas o compradas a sus amigos y amigas artistas, sus propios libros, con los que se explicaba a los demás –“no me gusta hablar”, repetía a todo el mundo-, y su máquina de escribir, que ella apoyaba en su regazo.

Fue novelista, traductora, corresponsal, cuentista. Pero se mantuvo en silencio respecto a su vida privada

En 1959 regresó a Río definitivamente y se instaló en un piso séptimo de un bloque burgués del barrio de Leme, junto a la playa. En las pocas fotos de esa época realizados en su casa, se ve a una Clarice rodeada de muebles cubiertos de papeles, libros, carpetas, tazas, y el sempiterno cenicero. Su hogar. En un texto de su hijo Paulo Gurgel Valente, titulado En casa con Clarice, leemos. “Ella y yo compartimos la misma sensación de que los objetos inaninimados tienen una vida secreta… Las pinturas y objetos eran el decorado de su vida, el que hacía que su casa fuese acogedora y reconocible, el nido desde el que volar y al que volver”.

Clarice escribía y publicaba sin parar. Para ganarse la vida, decía. En una de sus innumerables columnas para el periódico Jornal do Brasil, escribió en 1968 una titulada “Ideal Burgués”. En ella decía: “¿Cómo una persona desordenada se transfiorma en ordenada? Mis papeles están en desorden, mis cajones por arreglar…Mi ideal absurdo de lujo sería tener una especie de ama de llaves-secretaria que se ocupase de toda mi vida externa, incluido ir en mi lugar a ciertas fiestas, y que al mismo tiempo me adorase… En cuanto a mis hijos, nada. Yo misma me ocuparía de ellos.”

La playa de Copacabana en Río de Janeiro, Brasil

La playa de Copacabana en Río de Janeiro, Brasil

Photo By Staff Writer/Michael Ochs Archives/Getty Images

Imaginamos que la casa de Clarice era también la propia ciudad, el Río de Clarice. Leme, su querido barrio. El Jardín Botánico, al que iba a pasear, observar y pensar durante solitarias horas. El Largo do Boticario, ese viejo trecho colonial, decadente, cubierto de plantas tropicales y de fachadas de colores pastel y sembrado de placitas empedradas y verdes, donde se encontraba a menudo son sus amigos artistas Tarsila do Amaral, Oscar Niemayer, Lucio Costa, Brile Marx. El cercano restaurante La Fiorentina, lugar de reunión de la bohemia literaria y musical de los años sesenta. 0, punto de reunión con sus íntimas amigas Maria Bonomi y Nélida Piñón. Son los lugares donde habitan los personajes de sus novelas, los que ella crea para darles su propio lenguaje introspectivo, paradójico y cambiante. 

La Esfinge monologa en cada uno de sus textos, incluso en la ficción. Percibe vida metafísica hasta en el último rincón de una casa corriente con las ventanas abiertas. En 1946 publicó en O Jorna l una crónica titulada “El Hogar”: “Hay cuatro sillas en la sala de visitas, cuatro sillas oscuras alrededor de la mesa pequeña… En la terraza el mantel seco se mece al viento de la noche… En el rincón de la sala de visitas el mueble cuadrado -¿es una sombra? ¿Es un mueble?- donde se posan diminutos los cigarrillos, el puro apagado, el vaso vacío, y como un monumento, el frasco de píldoras para los nervios. En el pasillo, el linóleo helado… La luz de la farola ilumina la sartén, ah…¿la aspirina sobre la mesa de la cocina? Qué desorden, qué desorden… La mujer suspira. La luna, qué peligro. Ah.”

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