“Estabilidad” se convirtió el jueves en parte del catálogo de eufemismos de la moda, junto a otros clásicos como “dejar ir” para referirse a un despido o “diverso” para designar la excepción que confirma la regla. Andrea Guerra, consejero delegado del Prada Group, había empleado esa palabra el 19 de noviembre, durante su conversación con Imran Amed en Bof Voices, e l foro anual celebrado en Oxfordshire, para describir la inminente incorporación de Versace en el portafolio de marcas del grupo como un proceso “lento” y “paciente” en el que la “estabilidad” debía ser prioritaria. Pero lo que entonces sonó a prudencia estratégica adquirió otro significado esta semana: el martes se formalizó la compra y dos días más tarde se anunció la salida de Dario Vitale, su director creativo, tras solo una temporada.
La colección Primavera/Verano 2026 de Versace firmada por Dario Vitale, presentada en septiembre, había dividido al público como pocos debuts recientes, pero el tiempo ha demostrado que la narrativa que pasará a la historia no se hiló en la pasarela. Vitale llegaba a la firma desde Miu Miu, la marca del Prada Group en la que trabajó durante catorce años y cuyas ventas crecieron un 93% en 2024, un éxito en peligro tras su marcha hace un año y que dejó un agujero que aún no ha terminado de cerrarse. Su debut en Milán estuvo marcado por dos ausencias elocuentes: ni Donatella Versace ni Miuccia Prada acudieron al desfile.
Lauren Sherman, periodista de Puck, asegura que fuentes internas le confirmaron que Miuccia llegó a pedir a Capri Holdings, entonces propietario de la casa, que el desfile de septiembre no se celebrase, cuando el Prada Group ya negociaba su adquisición. Aun así, el comunicado oficial de la separación entre diseñador y firma describe la contribución de Vitale a Versace como “excelente”.
Un Versace menos arqueológico y más instintivo, menos dependiente del fetiche icónico y más conectado a la idea de placer
Con esa primera propuesta tildada de excelente pero tratada como si no lo fuese, Dario Vitale intentó ensanchar el universo de Versace más que revisarlo. En lugar de apoyarse en la literalidad del archivo (la malla metálica, las supermodelos de los noventa, las facciones de la Medusa) optó por trabajar con las raíces míticas de la casa, aquellas a las que Andrea Guerra aludió en Voices cuando habló de una marca “nacida de la cultura clásica, histórica, griega, mediterránea”. El diseñador activó esa genealogía, pero sus dioses del Olimpo bajaron a mezclarse con los humanos: desde ahí imaginó una colección que celebraba lo carnal, lo festivo, lo atrevido.
Un Versace menos arqueológico y más instintivo, menos dependiente del fetiche icónico y más conectado a la idea de placer. Su propuesta desencajó o desentonó según la orilla desde la que se mirase, de la misma manera que ahora Versace puede encajar o desentonar dentro del ecosistema creativo del Prada Group: históricamente, Prada y Versace han habitado extremos opuestos del espectro estético italiano. Prada es, en esencia, una marca cerebral: la firma que convirtió la ironía en método y la incomodidad en una herramienta de lectura cultural. Versace, en cambio, nació para ser disfrutada antes que explicada; para multiplicar el deseo, no para interpretar sus mecanismos.
La compañía insiste en que la nueva dirección creativa de Versace se anunciará “cuando corresponda”, un momento que llegará cuando la arquitectura creativa, comercial y operativa encaje sin fricciones. Hasta entonces, silencio estratégico.
La otra pieza del tablero es Lorenzo Bertelli: hijo de Miuccia Prada y Patrizio Bertelli, heredero tácito del proyecto familiar y, en la práctica, uno de los artífices de la adquisición de Versace. Desde su posición como responsable de estrategia digital, sostenibilidad y crecimiento corporativo, ha sido fundamental en el giro expansivo del grupo, lo que explica que todas las señales apunten a su futura función de liderazgo en la firma.
En Voices, cuando Imran Amed preguntó a Andrea Guerra si Bertelli podría ser el próximo CEO de Versace, este zanjó la cuestión con un “No, no, no”. Pero acto seguido abrió otra puerta, con la franqueza calculada de quien dice sin decir: imaginaba para él “más bien una función de presidente ejecutivo o algo así”. Sin fechas. Sin organigramas cerrados. Solo una dirección implícita: “A Lorenzo le encantaría tener un papel más ejecutivo en el camino de Versace”.
