Marina Saura (Madrid, 1957) tiene una presencia física imponente, una sensibilidad exquisita a la hora de explicarse y escribir y un alma de voyeur sentimental, de fotógrafa de las emociones. Actriz (se define como, “secretaria de lo invisible”, robando una frase a J.M. Coetzee), traductora, presentadora de televisión, hija “con síndrome de abstinencia” del pintor Antonio Saura y legataria de su obra, tuvo una infancia dolorosa que muestra en parte, novelada, en Cara de foto, su nuevo libro tras Sin permiso (2017), con el que se atrevió a desvelar su faceta de autora.
En esta nueva obra plantea una posible reconstrucción de una identidad, familiar, personal y amorosa, a partir de una colección de imágenes donde mezcla recuerdos propios y ajenos, en apenas 170 páginas de prosa poética que se balancean adelante y atrás en el tiempo para explicar, o intentarlo, la experiencia vital y emocional de Olga, que puede ser la propia Marina Saura o la de usted misma, apreciada lectora.
Lo que más me interesa son los cuentos y los flashes, las escenas intensas”
Felicidades por el libro, es espléndido. Pero no tengo la sensación de haber leído una novela. ¿Por qué?
Depende de lo que uno entienda por novela. Para mí, tiene que ser un relato suficientemente largo para vivir las transformaciones de la protagonista, en este caso, a lo largo de un tiempo dilatado, y no hace falta que el texto sea muy largo.
Es un relato muy fragmentado.
Ese es un reto que he elegido conscientemente. Porque lo que más me interesa son los cuentos y los flashes, las escenas intensas, y quería mezclarlas con otras de baja intensidad, en las que de pronto no pasa nada, pero está pasando todo, como cuando estás grabando una película en vídeo y crees que has parado, pero la cámara sigue rodando y cuando te das cuenta y miras lo que se ha rodado involuntariamente, lo que aparece es muy verdad y muy interesante, extraño, insólito. Además, me interesaba que las edades de la protagonista estuvieran entremezcladas y no fuera lineal de la infancia a la vejez, sino con saltos adelante y atrás, como funcionan la memoria y los sueños.
¿Qué historia quería contar?
Quería contar cómo se forma la identidad de una persona desde la infancia a partir de los modelos que recibe de la familia, de la literatura, del cine, de las canciones, de la música. Y como al crecer nos damos cuenta de que necesitamos crear alianzas. Y las alianzas son compromisos: hay anillos, uniones, rupturas, se construye el amor, se rompe el amor. La protagonista se enfrenta al gran reto humano que es amar y sobrevivir al desamor y reconstruirse y tratar de encontrar un sentido a la vida. Creo que esa es la pregunta permanente de la niña Olga y de la mujer mayor.

Foto de Marina Saura bebé en Cuenca, en el verano de 1959
¿Quién es Olga, la protagonista?
Me he servido de muchos modelos. No literarios, pero sí personales y de observación. Todos los personajes son un compendio de muchos otros, porque me parece que somos multifacéticos y cuando conoces a alguien, conoces solo un lado, dos o tres, pero en realidad somos muchos más. El autor puede darse el lujo de mostrar muchos más y de esconder también otros.
Los capítulos suelen acabar con fuerza.
Eso se debe a mi fascinación por el cuento corto. Creo que el cuento corto tiene que tener no un final, como decía Chéjov, mejor sin trama y sin final, pero sí un pullazo, que puede ser que te deje con hambre, que haya algo de intriga, dejar cosas ocultas, porque la vida está llena de sombras y por mucho que nos esforcemos no las vamos a radiografiar, no se puede entender todo de forma cerebral.
Elige a un lector activo.
Sí. Lo más interesante es que el lector se considere casi como autor. No debe ser un ser pasivo, como en el cine, el teatro, donde uno está sentado y recibe todo masticado. Con la literatura, no, en la literatura, uno para y vuelve atrás. Me interesan mucho los estratos, las capas, el mundo geológico, pensar que debajo, muy cerca, bajo la arena, está el magma terrestre.
Las fotografías me sirven para completar vacíos en la historia de la protagonista, y también son detonantes, pequeñas bombas”
En el texto explica que va cogiendo fotografías, de su familia o de desconocidos, y las comenta.
Las fotografías me sirven para completar vacíos en la historia de la protagonista. Y también son detonantes, pequeñas bombas. Muchas veces, caminando por un mercadillo, encuentro imágenes me llaman la atención, y como no sé por qué me han tocado algo, las compro, las miro, las ordeno y las mezclo con mis propias imágenes. Soy asidua a los mercadillos y he tenido que ocuparme de muchos archivos de otros. Y me he encontrado con esa extraña sensación de cuando ya nadie sabe nombrar a los que aparecen en la foto, nadie sabe quiénes son. Pero están ahí, en posturas afectuosas o de familiaridad, y siempre me ha intrigado imaginar las vidas y los lazos que pueda haber entre los personajes. Es una fantasía de infancia.
¿Por qué dice que es más interesante robar las fotos en los mercadillos que comprarlas?
Creo que he robado una vez nada más. Pero ha sido porque he pensado: esta historia familiar está por los suelos. Dispersada, pero recientemente, porque está todavía junta. Es como si un camión volcara una casa entera. Y se va a perder y se va a estropear, muchas de estas cosas van a terminar en una trituradora, en un charco o en el camión de la basura. En una ocasión me dio tanta pena que pensé: no, esto no puede ser. Pero cuando digo robar me refiero también a robar de forma imaginaria: yo fotografío con los ojos, guardo esas imágenes fijas en la cabeza y las anoto, muchas veces las describo, mi cuaderno está lleno de cosas que veo, sin historia, diálogos ni nada, es una imagen y está en mi álbum, no en papel sino neuronal.

La autora se ha inspirado en fotos familiares y en otras ajenas que le sugieren escenas, como esta titulada Bonobos kiss
Hablando de esto: se refiere a la memoria como “la emulsión sensible de mi cerebro”. Usa muchas metáforas relacionadas con la fotografía.
El mundo de la fotografía me ha interesado siempre, pero técnicamente es muy fascinante y tenía ganas de homenajear a la fotografía analógica contando cómo es el proceso de revelado. Ese fenómeno de poner una hoja en blanco con una emulsión sensible bajo el proyector, todo a tientas y a oscuras, y encender la luz. Un momento nada más, contar los segundos, no ves nada, la hoja sigue en blanco, y cuando la metes en los líquidos empiezan a aparecer esos fantasmas, y muchas veces el fotógrafo también se sorprende de lo que aparece. Es otra dimensión de la fotografía que le da un lado casi fantasmático, de tercera dimensión.
No es fácil describírselo a quien no lo ha experimentado.
Y los olores, la luz... Y luego el tiempo, el cronómetro. En la escena del laboratorio, Olga está con el chico que va a terminar siendo su pareja, y se están atrayendo, pero el cronómetro lo marca todo. Cualquier roce no puede llevar a ninguna consecuencia irremediable, porque el cronómetro manda y lo va a parar, cuando pasen los segundos, se encenderá la luz y se acabó. Hay algo muy erótico, muy sensual en ese mundo absolutamente antisensual donde huele mal, hace frío, no se ve, es incómodo, estás de pie, pero al mismo tiempo están pasando cosas de forma muy condensada y son puras fantasías, proyecciones. Y se le llama cuarto oscuro, un nombre muy evocador en muchos idiomas.
Hay algo muy erótico, muy sensual en ese mundo absolutamente antisensual que es un laboratorio fotográfico”
Le propongo un juego: le diré el título de un capítulo y tendrá que recuperar la imagen que lo inspiró.
De acuerdo.
'No sonreír'.
Es una sesión de fotos en la que la madre de la protagonista hace muecas. En realidad no está ni seria ni triste, pero cuando ve que alguien desenfunda una cámara como si fuera un revólver, se turba y se pone seria, baja la cara, se sacude el pelo, se levanta las solapas del abrigo y mira con cara de pocos amigos. Parto de una foto de Monica Vitti en una película de Antonioni donde hace exactamente eso, saca los morros, no quiere que la capten, que le roben el alma con la imagen.

Otra de las fotos familiares que ilustran el libro, tomada en Cuenca en 1957. En el centro, la madre de Marina, con ella recién nacida en brazos, y el padre tras ellas
'Cara de foto'.
El padre despierta a sus tres hijas diciéndoles: niñas, poneos guapas; hoy, sesión de fotos. Y ellas se disfrazan, cogen abalorios de la madre que encuentran por la casa y bajan la escalera como si fueran vedettes de revista. No hay manera de posar bien, siempre salen mal... La protagonista piensa que la única manera de no hacer una cara rara es vestirse de mora y tapársela, que solo se vean los ojos. Y el padre le dice: así estás muy bien, nena. Era una fotografía de unas niñas dando saltos, y una de ellas está vestida de mora, tranquila.
'Invisible'.
Olga sigue a su novio, un fotógrafo documental de reportaje, y él le explica que no puede salir en las fotos porque no es alguien anónimo, es su mujer. La foto era de una plaza de pueblo con una fiesta multitudinaria, como un Corpus, con muchísima gente. Y aparece una persona que sobresale, es más alta que las demás y está como despistada mirando en medio de la multitud.
'Sed', que impresiona por su sensibilidad.
Creo que es la primera mención de la madre mayor, alcohólica, que se va deteriorando. Describe la forma que tiene de beber: se golpea los dientes con el vaso y parece que muerde el líquido que traga, que es insaciable, pero en realidad no es solo porque tenga sed, sino porque nada puede calmar esa sed. Y la imagen creo que una mendiga que vi en la calle con un tetrabrik de vino, envuelta en harapos y bebiendo directamente así. Y de pronto pensé que cualquiera puede acabar así. Basta una desgracia: la pérdida de un hijo, un desahucio, una enfermedad, una viudez...
La madre, que es alcohólica, parece que muerde el líquido que traga, que es insaciable; nada puede calmar su sed”
'Verano blanco', donde describe la soledad casi sin citarla.
La foto es un patio interior, pero muy, muy grande, al que dan varios edificios, y se ve una fuente con chorrito, cuatro árboles y los edificios con ventanas iluminadas. Es el atardecer, las luces están encendidas, algunas, no todas, pero todavía hay luz en el cielo. Es la imagen de que hay gente, pero no hay nadie, de una inmensa soledad y del voyeurismo de una persona que está viviendo un duelo amoroso y trata de sobrevivir a él esperando que con el tiempo algo pase. Y se imagina trepando por esas fachadas, entrando como un ocupa en todas esas casas y empieza a establecer juegos imaginarios en los que es ladrón y voyeur nada más. Y observa el cielo, los pájaros, intenta encontrar un esquema oculto, un sentido, a los ruidos, a los trinos, al chisporroteo de la fuente.
Hablemos del orden de los capítulos. Por ejemplo, después de 'Anónimos', que habla de una apropiación, viene 'Descartes' que es lo contrario.
Es fundamentalmente la forma, el ritmo. Yo leo mis textos en voz alta, es una deformación de mi pasado de actriz. Necesito que suene. Lo releo desde el principio, es muy lento y muy laborioso porque quiero que todo sea como una partitura. Los que tienen que ver con la fotografía directamente está muy cercanos unos de otros porque son como aspectos de lo mismo que necesitan ser explorados. Los descartes tienen que ver con la fotografía, pero también con las relaciones, con las alianzas. Y luego las siluetas recortadas en las fotos de grupo, que son muy misteriosas. Alguien consideró que ahí había un intruso. ¿Por qué? Y el pensamiento final de la protagonista, que dice: a lo mejor yo también he sido recortada y descartada de alguna foto.

Durante la sesión de fotos que se desarrolló en el restaurante Chez Cocó de Barcelona, Marina Saura dio muestras de su profesionalidad
¿Por qué es importante recordar los sueños?
Primero, porque son historias, que son lo que más me gusta en el mundo. Segundo, porque cuentan cosas de uno mismo insospechadas. El que escribe los sueños es un guionista demencial. En los sueños uno vuela, muere, resucita, mata. Son liberadores y son un mundo aparte. Cuando era pequeña mi padre me decía que los aborígenes australianos creen que los sueños son la vida real, donde están en conexión con los espíritus, y que el tiempo de la vigilia, mientras trabajan, comen, se desplazan, crían a los hijos, es lo menos importante. Eso me impactó.
¿Escribir este libro ha sido una elección o una necesidad?
Ni elección ni necesidad. Tenía un deseo muy fuerte de poder desarrollar algunos temas que salieron en mi primer libro, Sin permiso, que publiqué tarde, a los 60 años. Entonces pensé, ¿cuántos libros voy a poder escribir? Muy pocos, porque uno no escribe un libro en dos segundos. Y decidí que elegiría los temas que más me interesan y los desarrollaría. Además, conecta con mi preocupación principal, meterme en la piel de una niña y viajar con ella a lo largo de la vida. Porque pienso mucho en mi infancia, observo a mis amigos, que también han tenido historias muy complejas que pueden formar una historia interesante donde se puede reconocer el lector. No es solo mi historia, es una historia caleidoscópica.
Este libro no es solo mi historia, es una historia caleidoscópica”
¿Sigue siendo actriz?
Sí, pero no practico porque no me ofrecen trabajo. Además lo que me interesa es escribir. La escritura es un trabajo muy solitario, y eso me gusta mucho. Me gusta estar encerrada en mi mundo, caminar por la calle inventándome cosas o escuchando, paseando o dejando la cabeza hilar ideas, cosa que los actores hacen también para construir sus personajes. No me parece contradictorio ni que haya que elegir entre los dos. Para mí son complementarios.
¿Para ser buena actriz uno hay que ser también un poco autora?
Sí. El actor tiene que decir las palabras del autor como si se las estuviera inventando. Tiene que pasar por los mismos mecanismos humanos que hacen que ese personaje emita esas palabras. Aparte de que los actores con los que yo me he formado hemos mamado el teatro clásico, que te hace muy sensible al lenguaje. Y debes analizarlo, encontrarle paralelismos con el lenguaje moderno para apropiártelo y poder decir las palabras del siglo de oro con la emoción de hoy. Porque si no, suena declamado y vacío de contenido. Muchos actores escriben bien y tienen que rellenar, escriben la biografía de su personaje o qué pasó, qué pasa justo antes de la escena. ¿Por qué cuando Desdémona entra en la escena de celos con Othello entra diciendo la palabra que dice?, ¿qué ha pasado antes?
Explica en el libro que antes solo se gustaba en las fotos cuando se veía al cabo de un tiempo. ¿Y ahora?
Creo que eso nos pasa a todos, nunca te encuentras de todo bien. Ahora, más, porque sé que voy a cambiar para mal. Antes pensaba que estaba mal y que en realidad era mucho más guapa que lo que mostraba la foto. Y después con el tiempo dices, ay, pues no estaba tan mal. Pero ahora sé que seguro, seguro que voy a estar peor. Así que me importa mucho menos. Creo que lo bueno de envejecer es que lo ves todo de forma más relajada y te importa menos lo que piensen los demás de ti.
Una novelista me dijo que escribir ayuda a aprehender el mundo y a nosotros mismos.
Sí. Te ayuda a ordenar, a sacar de ti, fuera de ti, a ponerte al borde del río y ver las cosas que les pasan a los personajes que te inventas, o tu vida o la vida de los demás, desde una cierta distancia. Creo que el escritor trata de coger momentos no banales, momentos puñetazo, donde hay un antes y un después, donde algo se remueve o se resquebraja; creo que sí ayuda mucho, pero no como terapia sino como ejercicio de distanciamiento.
Escribir ayuda, pero no como terapia, sino como ejercicio de distanciamiento”
¿Ha cerrado heridas con este libro o le ha abierto otras nuevas?
No me ha abierto, no. Creo que me ha ayudado a matar a los muertos. Dejarlos en paz, pero de una forma voluntaria, no “de duerme en paz”, sino de “ahí te quedas, ahora paso a otra cosa”. Porque el amor duele, y el amor de los seres que han muerto te sigue royendo. Es complicado vivir todo el rato en diálogo con esas personas ausentes. Quiero tener el lado lúdico del recuerdo. Eso sería quizá lo único que reconocería como profundamente autobiográfico de este libro, una forma de homenajear a personas que echo mucho de menos, pero que estoy también contenta de poder dejar y no tenerlas todo el rato bullendo y visitándome.