Paloma del Río es una de las periodistas deportivas más reconocidas en la historia de RTVE. La madrileña cuenta con hasta 16 desfiles olímpicos presenciados en su currículum: desde Seúl 1988, ha estado presente en Barcelona, Atlanta, Sídney, Atenas, Pekín, Londres, Río de Janeiro y Tokio para un total de nueve juegos de verano; sumando otros siete invernales en Lillehammer, Nagano, Salt Lake City, Turín, Vancouver, Sochi y de nuevo en la capital china en 2022.
Sin embargo, su vida antes de dedicarse a la información la mantuvo en constante contacto con personas en estado delicado de salud. Durante una entrevista en El Faro, el programa de Cadena SER presentado por Mara Torres, la integrante de Radiotelevisión Española habló de su trayectoria como auxiliar de UVI (Unidad de Vigilancia Intensiva) en una clínica. “¿Qué te enseñó estar tan cerca de la vida y la muerte siendo tan joven y trabajando en la UVI?”, preguntaba Torres.
“Pues me creó muchos conflictos religiosos, porque no sabía todo el aspecto metafísico de la muerte, de cuándo estás viva y cuando estás muerta. Entonces había veces cuando teníamos algún paciente que tenía una parada, estábamos haciendo la recuperación, la rehabilitación, intentando ponerle todo tipo de medicación que nos decían los médicos y cuando lleva un rato decía bueno, ya vamos a dejarlo”, comentaba.
“Entonces yo veía al monitor que allí hacía pum, pum, pum, pum y de repente oye, que no, que sigue monitorizado, que sigue latiendo el corazón (…) Es que el músculo tiende, el músculo, el corazón es un músculo y tiende a hacer lo que ha hecho toda su vida y de repente hay latidos sueltos. Entonces yo me preguntaba ‘Bueno, este señor ya ha fallecido’, o esta señora. ¿Nos oye, está oyéndonos?”, insistía Paloma del Río, indagando en la falta de diferencias.

Paloma del Río
Diferencias inexistentes
“Luego te das cuenta, por ejemplo, todos allí estaban desnudos con una sábana, daba igual que fueras un banquero multimillonario que un labrador con unas arrugas de medio dedo de quemado por el sol, porque todos lo único que quieren en ese momento es tiempo. No quieren ni posesiones, ni barcos, ni dinero, ni joyas, ni un reloj de no sé cuántos, sólo quieren tiempo”, profundizaba, comentando de igual forma la velocidad del reloj en este proceso.
“Entonces te das cuenta de lo rápido que se va todo, de lo imprevisto, de las cosas más raras por las que enferma la gente de la manera más súbita y más inesperada, a lo mejor estar bien por la tarde y por la noche estar camino del Ruber o de cualquier otro hospital, y de lo fugaz que es y de lo que hay que aprovechar y sobre todo intentando no ser mala gente, sino buena gente, porque luego aquí se va a quedar todo”, sentenciaba.