Samobor, el encanto decadente de Croacia

Rincones curiosos

Un destino tranquilo a 25 kilómetros de Zagreb, donde un castillo en ruinas se ha convertido en su emblema

Ruinas medievales del castillo de Samobor en Croacia, un símbolo para los habitantes del municipio

El castillo de Samobor en Croacia, un símbolo para los habitantes del municipio

Getty Images

Las ruinas de un castillo medieval son el emblema de su encanto decadente; y la plaza del rey Tomislav, situada en el centro del pueblo, el símbolo de su vitalidad. Representan las dos caras de Samobor, unos 25 quilómetros al oeste de Zagreb. Este municipio constituye un interesante complemento a la capital croata, para una visita de uno o dos días.

Tranquilidad, historia, cultura y naturaleza son sus reclamos. De hecho, el bullicio –si lo hay, acaso, algún fin de semana– se concentra en la plaza principal. Se trata de la plaza Tomislav, dedicada al fundador y primer monarca del país, del año 925. Reconstruida tras un devastador incendio en 1797, está rodeada de edificios de estilo barroco tardío, clasicista y Bauhaus.

La plaza del rey Tomislav, en plena celebración de Carnaval

La plaza del rey Tomislav, en plena celebración de carnaval

S.P.

Entre sus bares y comercios, merece la pena reparar en algunas de sus fachadas. Como la del Ayuntamiento, en el número 5, decorada con abundantes flores y dos medallones: uno representa al compositor local del siglo XIX Ferdo Livadić, amigo de Franz Liszt; y el otro es la efigie del alcalde Ljudevit Šmidhen, quien impulsó la localidad como destino turístico. Desde el balcón del número 13, el poeta Stanko Vraz –primer escritor profesional de Croacia, también en el s. XIX– descubrió a su musa Ljubica –llamada, en realidad, Julijana Cantilly–, cuál Dante con su Beatriz. Y otro poeta, Antun Gustav Matoš –responsable de abrir la literatura croata al modernismo europeo–, vivió en el número 14.

Estos edificios se pueden contemplar tan ricamente desde la terraza de la pastelería U Prolazu, degustando la especialidad local: el kremšnita. Se trata de un pastelito rectangular de crema esponjosa entre finas capas de hojaldre espolvoreadas con azúcar glass. Otro atractivo de esta plaza es su fuente. Según la leyenda, quienquiera que beba de su agua regresará tarde o temprano a Samobor.

El Museo de Samobor ofrece un repaso de la historia local desde tiempos prehistóricos hasta la actualidad

Nuestra visita prosigue, una vez cruzado el río Gradna, por la iglesia de Santa Anastasia. Su campanario amarillo es la construcción más alta del municipio. Este templo, consagrado en 1688, pero documentado desde el siglo XIII, representa uno de los pocos ejemplos del barroco temprano croata. Además, está estrechamente vinculado a la vida local, puesto que ha acogido las bodas, los bautizos y las primeras comuniones de gran parte de los vecinos.

Junto a la iglesia, en el pasaje de los poetas croatas, se encuentran gravados en piedra varios poemas de amor. Aquí hallamos también la tumba de la citada Ljubica, punto de encuentro de un festival de poesía que lleva su nombre. Otro monumento próximo recuerda a los habitantes de Samobor que murieron luchando en la guerra de los Balcanes. En su honor, ese espacio verde se llama parque de la Gratitud de la Patria.

Panorámica nocturna de Samobor con el campanario de la iglesia de Santa Anastasia en primer plano

Panorámica nocturna de Samobor con el campanario de la iglesia de Santa Anastasia en primer plano

foto saša ćetković

Y a apenas cinco minutos a pie de Santa Anastasia, aparece un templo gemelo: la iglesia de la Asunción de la Virgen María, construida a su imagen a inicios del s. XVIII. Conocida por un fresco monumental del pintor Franjo Jelovsek y por los incunables que conserva su biblioteca, pertenece al cercano monasterio franciscano.

Junto al monasterio, se extiende un parque de secuoyas. Y en medio, se erige la que fue la primera casa de vacaciones del municipio, en el siglo XIX: la Villa Wagner, hoy abandonada y en ruinas, como tantas casas del centro.

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De regreso al río Gradna, el Museo de Samobor ofrece un repaso de la historia local desde tiempos prehistóricos hasta la actualidad, con especial atención a la edad media. El edificio perteneció al músico Ferdo Livadić –el del Ayuntamiento– y conserva un piano tocado por Liszt. A partir de este punto, un recorrido de 15 minutos a pie lleva hasta la colina de Tepec, donde se alzan los restos del castillo.

El castillo de Samobor es en la actualidad un tétrico reflejo de la fortaleza que erigió entre 1260 y 1264 el rey Ottokar II de Bohemia. Hace falta mucha imaginación para ver, en esos muros gastados y cubiertos de hiedra y musgo, el orgulloso complejo que se fue ampliando hasta el s. XVIII. Tras abandonarlo sus últimos residentes en esa época, el castillo entró en decadencia. Y aunque el Ayuntamiento adquirió la construcción en 1902, solo se han llevado a cabo obras de restauración menores.

Puente cubierto sobre el río Gradna

Puente cubierto sobre el río Gradna

Getty Images/iStockphoto

Pese a todo, aún pueden intuirse algunas partes, como el patio central y las torres. El hecho es que esas ruinas se han convertido en un icono del municipio y un popular destino de excursiones y pícnics.

Aquí se rodó también La armadura de Dios (1986), una película de aventuras, comedia y artes marciales escrita, dirigida y protagonizada por Jackie Chan. El castillo representaba el monasterio de una secta yugoslava en posesión de una armadura legendaria. 

El actor Jackie Chan se jugó el pellejo durante el rodaje en el castillo Samobor

Una de las escenas de acción, por cierto, estuvo a punto de costar la vida a Chan. El actor saltó desde una cornisa hasta un árbol y, al partirse la rama a la que se había agarrado, sufrió una aparatosa caída de más de siete metros. Según su propio relato, hubiese podido partirse el espinazo. Por fortuna, el accidente se quedó en una anécdota. La cinta tuvo una segunda parte en 1991.

Otra historia relacionada con los montes de Samobor trata sobre una raza de gigantes llamados hadji. Dicen que sus brazos eran del tamaño de una persona y que tenían fuerza suficiente para arrancar los árboles de cuajo. Vivían en los bosques y las cuevas. Pero al crecer la población de Samobor, se sintieron amenazados y terminaron huyendo. Los huesos de sus últimos supervivientes todavía permanecen enterrados… Es fácil pensar en ellos al contemplar las piedras blancas que sobresalen entre los despojos del castillo.

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