¿Es normal que mi perro o mi gato se coman sus propias heces? ¿Qué causas hay y cómo se corrige?

Coprofagia en animales

Judith González Ruiz, veterinaria: “No es normal que un perro o gato coma heces de forma habitual; cada caso requiere valoración individual”

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Coprofagia en perros y gatos: entender por qué ocurre y cómo actuar. 

La coprofagia, o ingesta de heces, genera preocupación entre los tutores. No es un acto de desobediencia, sino un mensaje del animal sobre su salud y bienestar. “Cuando un perro o un gato come heces, nos está diciendo que algo en su organismo o en su entorno necesita atención”, explica Judith González Ruiz, veterinaria especialista en nutrición funcional. Antes de intentar corregir la conducta, es fundamental observar sin juzgar y comprender que el problema puede tener varias causas que interactúan entre sí: digestivas, nutricionales y ambientales.

En cachorros puede aparecer como exploración del entorno, pero en adultos no es un comportamiento normal. Entre sus causas más frecuentes se incluyen: déficit de tiamina o cobalamina, problemas pancreáticos, parasitosis intestinal o mala absorción de nutrientes. Aunque, también puede causarlo las dietas poco digestibles o insuficientes o el estrés, el aburrimiento o los cambios recientes en la rutina. 

Gato

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BORUT TRDINA

“Cada caso debe investigarse de manera individual de la mano de expertos veterinarios”, recalca la especialista. Desde un punto de vista natural, en estado salvaje algunos animales ingieren heces de otros como forma de obtener probióticos naturales, una estrategia adaptativa para mantener el equilibrio digestivo. En casa, sin embargo, este comportamiento puede indicar un problema digestivo o nutricional.

El papel de la nutrición funcional

La prioridad desde la nutrición funcional es evaluar cómo funciona el organismo del animal. Para ello se realizan análisis sanguíneos para detectar déficits vitamínicos o metabólicos, coprológicos (heces) para identificar parasitosis o problemas digestivos, y pruebas de imagen como las ecografías abdominales, donde se puede valorar el páncreas, el hígado o el intestino. 

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Además, se revisan aspectos clave de la dieta y la digestión como la digestibilidad real de la dieta, la cantidad adecuada de proteína, las fibras funcionales, la hidratación y el equilibrio de la microbiota intestinal. “Optimizar estos factores mejora la digestión, la saciedad y la microbiota, reduciendo significativamente el impulso de ingerir heces”, explica Judith González Ruiz. “Esta evaluación integral permite conocer si la coprofagia está relacionada con problemas digestivos, pancreáticos, nutricionales o metabólicos. A menudo trabajamos junto con veterinarias de medicina interna y etología para un abordaje completo”, indica la especialista. 

Comportamiento y entorno

Aunque la coprofagia tiene un componente digestivo, también puede estar influenciada por estrés, aburrimiento o rutinas impredecibles, la especialista aclara: “No soy etóloga, pero debemos considerar que parte de este comportamiento tiene raíces en la naturaleza del animal. En estado salvaje, comer heces de otros animales puede ser un modo de obtener probióticos naturales. En casa, el estrés, la falta de estímulos o rutinas impredecibles pueden favorecerlo. Por eso recomiendo trabajar de la mano de veterinarias etólogas, que evalúen el bienestar emocional y ambiental. ” El castigo nunca es efectivo, y suele empeorar la conducta.

Para valorar si necesitas ayuda profesional se debe valorar si hay aparición repentina de coprofagia, una conducta persistente, cambios en el apetito, heces o peso, síntomas digestivos como diarrea, o estrés y ansiedad. “Ignorar o normalizar la coprofagia sin un diagnóstico adecuado puede retrasar la identificación de problemas digestivos, pancreáticos, intestinales o nutricionales importantes”, advierte Judith González Ruiz.

Perro en el parque

Aunque la coprofagia tiene un componente digestivo, también puede estar influenciada por estrés, aburrimiento o rutinas impredecibles, la especialista aclara. 

Ivan Mayes

Algunas acciones que suelen ayudar incluyen mantener rutinas de comida y ejercicio estables, ofrecer dietas de buena digestibilidad, con proteínas y fibra funcional adaptadas a edad y actividad, y revisar la hidratación y la salud intestinal. Además, suele ser interesante incrementar el enriquecimiento ambiental y el juego, y evitar el acceso a heces propias o ajenas. “Estas medidas complementan el tratamiento, pero no sustituyen la valoración profesional. Cada caso debe abordarse de manera individual”, recalca la especialista.

En definitiva, la coprofagia no es un signo de mala conducta, sino una señal de que el animal necesita atención. Con un abordaje integral: evaluación veterinaria, nutrición funcional y, cuando corresponde, etología. La mayoría de perros y gatos mejora notablemente. “Cada animal es único. Lo importante es investigar cada caso individualmente y trabajar con profesionales que comprendan su organismo y su comportamiento”, concluye Judith González Ruiz.

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